No se trata de un método inocente. La elección presidencial con segunda vuelta resulta atractiva en las sociedades que creen cobijar algún demonio. Es decir: es una estrategia destinada no tanto a promover sino a impedir que gane alguien. Por eso fascinó a los franceses, cuando temían un gobierno comunista. La regla prevé que, en el ballottage, todos voten contra el mal mayor. Cuando no existe ese demonio, debe ser creado. Cada candidato debe estigmatizar a su rival.
Scioli comenzó ayer con la tarea. Se presentó a sí mismo como el abanderado
del "proyecto nacional y popular". Y describió a Macri como el representante
"del mercado" y de los "sectores concentrados". Dijo ser el rostro del "círculo
celeste y blanco". Él sería "la patria", y Macri, los "grupos de interés".
Cristina Kirchner apeló a ese montaje retórico en 2013. Cuando Sergio Massa triunfó en las primarias bonaerenses, convocó al empresariado a Santa Cruz para hablar con "los dueños de la pelota". Ella fue en ese momento, como ahora Scioli, la democracia. Y su rival, un empleado. No hace falta recordar que le fue mal.
Scioli tal vez no recuerde esa experiencia. La jugada que planteó ayer se
inspira, según él reconoció, en otra mujer: Dilma Rousseff. El candidato
kirchnerista es un copista empedernido de lo que hacen en Brasil. Primero imitó
las unidades de pronta atención -UPA- destinadas a disimular el déficit
sanitario de la provincia. Ahora adopta la maniobra electoral. La campaña del PT
se basó en una amenaza explícita: Dilma y Lula notificaban a los votantes que,
en caso de no votar a su partido, perderían los beneficios alcanzados. La
publicidad que transmitía ese mensaje era aterradora. Un spot mostraba, por
ejemplo, a la mamá de un hogar humilde sirviendo el almuerzo. De pronto la
comida desaparecía de los platos. "Ganaron ellos", remataba una leyenda. Así de
sutil.
Scioli no llegó ayer a estos extremos. Pero describió a Macri como una regresión a los 90. Es decir, a los tiempos en que él mismo emergió de la lámpara que frotaba Carlos Menem. Como los Kirchner, también él reescribe su pasado.
La traducción de la experiencia brasileña podría ser contraproducente. Dilma
iba por la reelección. Se presentaba como la prolongación de sí misma. Scioli,
en cambio, insinúa ser la prolongación de Cristina Kirchner.
Primer problema: ¿aceptará la Presidenta encarnar en el cuerpo de su candidato? Ayer Scioli no pudo contestar si habían hablado por teléfono. No pudo porque no lo hicieron. El vínculo entre ellos está muy deteriorado. Segundo problema: ¿la identificación con el Gobierno no convertirá a Scioli en la bestia negra que él denuncia en Macri? ¿No estará creando él su propio consenso negativo? Un sector muy amplio de su entorno suponía que ayer se distanciaría de la Casa Rosada de una vez por todas. Pero él se abrazó más a Carlos Zannini, que es, en sí mismo, un mensaje de continuidad.
La mímica de Scioli entraña otro peligro que él, en su desborde de ansiedad, tal vez no tenga en cuenta. El PT prometió más de lo mismo cuando las variables económicas obligaban a una mutación. Por eso, al reasumir, Dilma no tuvo otro remedio que decir algo así como "ahora el autito te lo quito yo". Su popularidad se derrumbó al 7% en seis meses.
Macri debe resolver otros problemas de la lógica de la elección con ballottage. Como señala el politólogo Aníbal Pérez-Liñán, una de las debilidades del candidato que pretende revertir el resultado de la primera vuelta es que debe sostenerse en quienes lo aprecian por la negativa. Es decir, para los que él no era la mejor opción. Es cierto que los votantes le impusieron ese déficit también a Scioli.
En su discurso del domingo, Macri disparó a ese blanco: "A aquellos que me votaron sin ser su preferido les voy a demostrar con mi trabajo que hicieron la elección correcta".
Otro inconveniente que destaca Pérez-Liñán es que el régimen de segunda vuelta favorece crisis de gobernabilidad. Como la capacidad legislativa de cada grupo se define en el primer turno, el que sale primero suele tener más bancas en el Congreso. Si se revierte el resultado en el ballottage, el que pierde queda con capacidad de bloquear al que ganó.
Esta regla general puede presentar excepciones cuando el derrotado es el peronismo. Esa fuerza suele fragmentarse cuando está fuera del poder. En su versión kirchnerista, la fractura está garantizada. Aníbal Fernández dijo ayer que su derrota se debió a dos factores: la denuncia del presidiario Martín Lanatta, divulgada por Jorge Lanata; y el "fuego amigo". Es posible que se refiriera a Ricardo Casal, que debió abrir las puertas del penal de General Alvear para dos filmaciones. La de Martín Lanatta hablando de "la Morsa" y la cámara oculta a Antonio Solibaret, el abogado que, en nombre de Fernández, habría ido a negociar con los condenados del triple crimen de General Rodríguez. Es impensable que Casal haya actuado sin la autorización de Scioli. Lo más relevante: también Cristina Kirchner cree en esta intriga. Por eso, si el 22 de noviembre gana Scioli, su frente parlamentario estará quebrado.
Cualquiera sea el escenario, tanto Scioli como Macri deben ampliar su coalición electoral para ganar. No es tan seguro que quieran también formar una coalición de gobierno. Para resolver la incógnita Macri tiene que definirse frente a Massa, el árbitro principal de la segunda vuelta. Todo lo que dijo en las últimas 48 horas indica que se inclinará a favor de Macri. No fueron palabras dichas al azar. Desde el sábado Massa viene hablando con allegados al candidato de Cambiemos. Allí hay que prestar atención a sus dos amigos: Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli. El propio Macri invitó a comer a los Massa a su domicilio, hace unas tres semanas.
Lo que suceda en estos días será la reanudación de esa conversación. Aunque ahora se agregó otro problema: un esquema de gobierno para la provincia de Buenos Aires. El sorprendente triunfo de María Eugenia Vidal obliga a acuerdos de emergencia. Se descuenta que la futura gobernadora tendrá dos colaboradores principales: Federico Salvai, su mano derecha en cuestiones políticas, y Hernán Lacunza, su asesor económico. Pero necesita armar una administración compleja. Y tejer acuerdos en una Legislatura en la que estará en minoría. El diálogo con Massa es, entonces, clave.
Con independencia de los acuerdos entre dirigentes, tal vez haya una fuerza inapelable que acerque a Massa con Macri: sus votantes. Acaba de realizarse un estudio novedoso. Lo llevó adelante Marc Rothuizen, el representante sudamericano de Neurensics, una empresa holandesa que aplica la neurología a las investigaciones de marketing. El experimento consistió en estudiar las reacciones cerebrales de 24 militantes de UNA frente a la publicidad de Scioli y Macri.
El escáner detecta estados de simpatía, confiabilidad e irritación. Es posible que Massa desconozca los resultados. Pero son coherentes con su aproximación a Macri. El candidato de Cambiemos provoca en el cerebro massista mucha más atracción que Scioli. Es curioso: todas las sensaciones que despierta Scioli son moderadas. Como si fuera aburridísimo. Macri es percibido como una novedad. Inspira respeto. Por momentos, temor. Y despierta ganas de participar, de involucrarse con su figura. Sin embargo, el resultado más relevante es que cuando se comparan las reacciones de los massistas frente a su propio candidato y frente a Macri, los dos líderes activan las mismas redes neuronales.
La política ofrece curiosidades interesantísimas. Una de ellas es que, desde el año 2013, Macri debe resolver una y otra vez qué hacer con Massa. El ballottage lo obliga, ahora con urgencia, a contestar esa pregunta.