Macri salió segundo el domingo, pero lo rodea desde entonces la fama de un éxito imprevisto, fundamental para encarar la segunda vuelta. Daniel Scioli, que ganó por menos de tres puntos porcentuales, deberá remontar un triunfo amargo, casi una derrota si se comparan los resultados con las expectativas del candidato oficialista y también con la unanimidad de las encuestas. La caída de Scioli respecto de sus resultados en las primarias y la excelente elección de Macri sólo pueden explicarse en el contexto de un dramático y agónico cambio social.

Es cierto que todas las agencias de encuestas, aun las más serias, se equivocaron por lejos con respecto a los resultados. Esta vez no es su culpa. Los corrimientos sociales de última hora son imposible de detectar a tiempo. Las propias encuestas de Macri pronosticaron un triunfo de Scioli por ocho puntos, un supuesto error de más de cinco puntos. El fenómeno no es sólo argentino; hace poco sucedió algo parecido en Gran Bretaña, aunque ahí el favorecido fue el gobierno y no la oposición. Lo cierto es que todas las encuestadoras erraron al medir la opinión de los británicos. Puede suceder que en la Argentina haya influido también el miedo de los encuestados hacia un gobierno siempre dispuesto a vengarse, que arrastra la imagen de usar a los servicios de inteligencia para cualquier cosa. O que gran parte de la sociedad se haya decidido sobre el momento final por el único cambio posible ante la alternativa de seguir con lo mismo.

Los territorios fuertes de Scioli eran la provincia de Buenos Aires y el Norte, pero en los dos lugares perdió votos en lugar de ganarlos. Y Macri hizo elecciones muy buenas en los cinco mayores distritos electorales del país (Buenos Aires, Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza). Si se ajusta el haz de luz, el peronismo sufrió la peor debacle en la provincia de Buenos Aires, donde vive casi el 40% del padrón electoral del país. "La democracia le debe un gran favor a Aníbal Fernández", decía ayer, sarcástico, un viejo dirigente peronista crítico del kirchnerismo. Aníbal fue, en efecto, un lastre para la elección de Scioli. Ayer, el jefe de Gabinete dijo que nunca imaginó que el programa de Jorge Lanata tendría tanta influencia. En ese programa apareció un preso por el caso de la importación de efedrina acusando a Aníbal de ser el cerebro de esa operación de narcotráfico.

Aníbal vuelve a subestimar su situación si cree que su problema es sólo Lanata. En las oficinas de la jueza María Servini de Cubría se guardan bajo llave los testimonios no de un preso, sino de ex funcionarios del gobierno kirchnerista, que también le atribuyen a Aníbal Fernández un papel preponderante en el tráfico de efedrina, un precursor químico clave para la elaboración de drogas sintéticas. Vale la pena detenerse en este aspecto que afecta directamente a Fernández, porque sin ese aporte sería difícil explicar la elección de María Eugenia Vidal. No puede descartarse que la sociedad bonaerense haya reaccionado drásticamente ante la posibilidad de que existiera un gobierno laxo con el narcotráfico. El tráfico de drogas es un problema social mucho más grave que el que el gobierno estimó siempre y afecta a todos los sectores sociales, pero sobre todo a los más pobres, que carecen de recursos para pagar curas y rehabilitaciones.

Esa explicación no desmerece, desde ya, la figura de Vidal, convertida de pronto en la revelación más importante de la política argentina. Trabajadora infatigable y ordenada, dueña de un carisma tan particular como apacible, reeditó la hazaña de Graciela Fernández Meijide en 1997, cuando la legendaria dirigente de los derechos humanos le ganó en la provincia de Buenos Aires al duhaldismo gobernante, a los barones del conurbano y a la propia esposa de Eduardo Duhalde, Chiche. La comparación es más realista con Fernández Meijide que con Alejandro Armendáriz, el gobernador que ganó la gobernación junto con Raúl Alfonsín en 1983. Armendáriz sucedió a la dictadura militar y, por lo tanto, el peronismo no tenía el control de la homérica provincia. En 1997 y ahora, en cambio, la derrota la sufrió el propio peronismo. Los famosos barones del conurbano volvieron a demostrar que son más inútiles que útiles; ellos también son hojas llevadas por el vendaval electoral en un domingo de grandes cambios sociales. El recuerdo de la derrota peronista a manos de Fernández Meijide en territorio bonaerense es un mal presagio para Scioli: aquel fracaso precedió la derrota del peronismo menemista en todo el país.

Scioli depende, además, de la reacción de Cristina Kirchner. Y Cristina reacciona siempre mal ante la adversidad. Lo demostró en la noche del domingo, cuando se sentó durante horas sobre los resultados electorales y sumió en la ignorancia a 40 millones de argentinos. Bronca en estado puro, escarmiento a esa sociedad que la olvidó. Una parte no menor de la sociedad votó contra esa manera arbitraria y caprichosa de administrar la política y el Estado. Lo volvió a demostrar Máximo Kirchner cuando habló ayer en Santa Cruz, cargado de soberbia, de rencor y hasta de odio. Se pavoneó con el triunfo de Alicia Kirchner, aunque ésta ganó porque el kirchnerismo provincial cambió las reglas del juego en medio del partido con la ley de lemas. Con una justicia provincial adicta y sumisa, el kirchnerismo se dio el gusto de retener el feudo con la manipulación del proceso electoral.

A Scioli lo aguardan, además, las peleas internas del oficialismo, rápido para pasar facturas políticas y para tomar distancia de eventuales derrotas. El caso de La Cámpora es emblemático. El domingo abandonó a Scioli, que ganó la elección nacional, aunque por una pequeña diferencia, y prefirió quedarse al lado de Aníbal Fernández, que perdió por casi cinco puntos la provincia de Buenos Aires. Si ésa es su capacidad para olfatear la política y descubrir sus movimientos inminentes, puede deducirse que el futuro de los dirigentes camporistas será breve. El peronismo entendió siempre al peronismo como la amalgama de gobernadores e intendentes del conurbano. Éstos sufrieron caídas monumentales o retrocesos peligrosos. Algunos gobernadores perdieron. El peronismo no se resignará nunca a que su destino se limite a ver la victoria de los otros. Scioli deberá hacerle frente a un tiempo de campaña electoral contra Macri, pero también de interminables explicaciones internas. Muchas intendencias del conurbano no pasaron de un peronismo a otro, sino a la oposición no peronista. Eso es lo más parecido a la catástrofe.

Un problema no menor para Scioli será Sergio Massa. Si bien ningún candidato es dueño de sus votos, lo cierto es que la opinión de Massa podría influir en parte de su electorado con miras al ballottage. Macri y Massa han estado hablando mucho más de lo que se sabe. Un promedio de una vez por semana. A veces se vieron personalmente; otras veces conversaron durante una hora por teléfono. Si bien se mira, a Massa le conviene más el triunfo de Macri que el de Scioli. Esa derrota sciolista en la segunda vuelta dejaría al peronismo sin conducción: ni Cristina ni Scioli podrían sobreponerse a la debacle. Massa pudo haber tenido un competidor por la futura conducción del peronismo en Aníbal Fernández, pero éste también perdió. Massa podría erigirse en el único líder de la necesaria y previsible renovación peronista que sobrevendría a una eventual derrota el 22 de noviembre.

La única buena novedad para Scioli es que en noviembre ya no estará Aníbal. ¿Significará eso mucho cuando tiene tantas cosas en contra, cuando seguirán a su lado Cristina y Carlos Zannini, tan mariscales de una derrota probable como el propio Scioli? ¿Podrá Scioli tomar distancia de ellos, que es la única receta electoral que podría reinstalar la ilusión de una victoria? ¿Lo dejaría Cristina hacer eso?

Cristina no conoce otra arma que el combate. Y la batalla que comenzó es decisiva para ella. Hasta la Justicia será muy distinta si el próximo presidente es Macri. Ya no se trata sólo del predominio político, sino de la tranquilidad personal para cuando el poder ya no esté. Ni siquiera podrá amenazar con sus jóvenes cruzados en el Congreso. La Cámara de Diputados ha quedado muy fragmentada. Más allá de los acuerdos de los próximos días, lo cierto es que una alianza claramente no peronista se colocó en las puertas del poder. La situación desmiente a los que proponían un acuerdo previo entre Macri y Massa como única alternativa para ganarle al kirchnerismo.

Una eventual derrota clara del peronismo no se vivía desde 1983. En 1999, Fernando de la Rúa ganó las elecciones en alianza con sectores del peronismo que lideraba Carlos "Chacho" Álvarez. El legado de Cristina tendría en tal caso como principal víctima al peronismo. A un peronismo, es cierto, que se inmoló a su lado sabiendo que nunca podría haber un final feliz.