Como Don Quijote y Sancho Panza en la novela de Cervantes, Daniel Scioli y Mauricio Macri terminan pareciéndose.
No se trata, por supuesto, de una expresión de genio literario. Es apenas la
reacción de ambos a lo que indican las encuestas. Sin embargo, en esta llamativa
convergencia se esconde uno de los rasgos principales que caracterizarán al
nuevo ciclo en el que ingresa la vida pública argentina: la política deja de
estar polarizada y busca, más allá de la voluntad de sus actores, el centro.
Macri intenta moverse del papel que le habían asignado al comienzo de la obra.
No quiere ser visto como el líder tecnocrático que proyecta sobre la
administración pública los criterios del mercado y la racionalidad empresarial.
Dicho de otro modo: no quiere ser visto como la encarnación del liberalismo,
identificado con las restricciones del ajuste y la traumática memoria del final
de los 90. Desde hace tres semanas reemplazó como voceros económicos a Carlos
Melconian, que iba a ser ministro de Economía si Carlos Menem triunfaba en 2003,
y a Federico Sturzenegger, que acompañó a Cavallo en 2001. Esos antecedentes
serían el pretexto para caricaturizarlos en la etapa decisiva del proselitismo.
Por lo tanto, entraron en escena Alfonso Prat-Gay, un socialdemócrata devoto de
lord Keynes, y Rogelio Frigerio, que ya desde su apellido expresa fe
desarrollista.
Scioli reveló que, en el caso de ganar, designaría a Silvina Batakis como reemplazante de Axel Kicillof. Por su trabajo en la provincia de Buenos Aires, Batakis está entrenada en dos actividades: ajuste fiscal y endeudamiento. Scioli se fascinó con ella en 2012. Cristina Kirchner había dejado de girarle fondos cuando había que pagar la mitad del aguinaldo y él se vio frente al abismo. La ministra diseñó un impuestazo, recurrió a los grandes fondos financieros y superó la situación. De modo que, en la cabeza del candidato, su mérito es haberlo liberado del cepo de la Presidenta. En el mercado de deuda reconocen a Batakis como una profesional correcta y destacan a Walter Saracco y Rosana Bebén, su dos colaboradores en la emisión de bonos. Apuntan también un detalle: en todas las emisiones bonaerenses se aclara que si el Banco Central no entregara los dólares para rescatar un título, la provincia recurriría al contado con liquidación. Audaz, Batakis: Kicillof ha perseguido con la Gendarmería a quienes bebieron de esa fuente.
Además de cambiar sus voceros, Macri enfatizó otros mensajes. La asignación universal, que hasta ahora era por hijo, llegaría con él a los abuelos. Su publicidad invita a soñar con la vivienda propia. Y promete el mayor plan de infraestructura de la historia. En otras palabras, Macri se ofrece como el paladín de la distribución del ingreso. Encontró, además, una forma pulida de expresarlo: en julio, para decir lo mismo, elogió la estatización de Aerolíneas y el programa Fútbol para Todos.
Metamorfosis
Scioli, en tanto, tararea el repertorio de su principal. Envió a Urtubey a Nueva York a admitir la crisis energética, a reconocer que para atenuar un ajuste hay que endeudarse y a prometer un acuerdo con los holdouts sin la muletilla de rigor: "Nunca pagar más que en el canje de 2010". Paradoja de esta metamorfosis: el de Scioli es el único equipo al que se adjudica estar hablando con los fondos buitre. En cualquier momento Macri los denuncia.
Sin embargo, desde marzo, cuando Melconian le propuso su programa, Macri casi no habló más de números en la intimidad. Lo desvela la política. En su campaña intervienen cada vez más Prat-Gay -más interesado hoy por la política exterior que por la economía-, Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Y cuando lo presentan como el candidato de Pro, corrige: "de Cambiemos". Lógico: debe seducir a los votantes de Margarita Stolbizer. Scioli, en cambio, sólo piensa en la crisis económica. Pero cuando insinúa que percibe las dificultades, la señora de Kirchner lo obliga a jurar continuidad. Es lo de menos. El verdadero problema del gobernador es otro: tiene pánico a una corrida cambiaria. La negativa a levantar el cepo, más que el corolario de un diagnóstico profesional, es una consecuencia de ese miedo.
Atribulado por esa pesadilla, Scioli imagina falsas soluciones. Por ejemplo, superar la escasez de reservas del Banco Central con créditos del Banco Mundial o del BID. El Banco Mundial tiene una restricción inevitable: los Estados Unidos seguirán vetando la ayuda a la Argentina mientras no se cumpla con el Ciadi. El BID, por su parte, se rehúsa a prestar a un país que está en default. El swap con China es otro objetivo exigente: para proveer más yuanes ese país pedirá a cambio recursos naturales, como hace con Venezuela. Y la ayuda brasileña es otra quimera: Dilma Rousseff apenas puede ayudarse a sí misma.
En este contexto aparece la principal virtud de Batakis: ha demostrado una ductilidad invalorable para amoldarse a las fobias de su jefe. Nunca dice no. Es una materia en la que Miguel Bein o Mario Blejer no han sido probados. Por eso, si gana Scioli, Bein podría presidir un consejo asesor, convirtiéndose en la versión criolla de Greg Mankiw o Larry Summers. Blejer colaboraría desde Londres, como embajador. El Banco Central está vedado a ambos: Scioli no se anima a remover a Vanoli.
La principal debilidad de la propuesta de Scioli es la fantasía de superar las dificultades económicas manteniendo las restricciones cambiarias. Esa pretensión nace de un desacierto conceptual. El cepo no es sólo una prohibición de comprar dólares que padecen los ahorristas. Se ha convertido en una intervención descomunal del Estado sobre el mercado, que paraliza el comercio exterior y desalienta la inversión. Por eso un crudo economista vaticina: "Hasta que no haya una devaluación y se unifique el mercado de cambios nadie traerá un dólar por su propia voluntad". A la luz de esta complejidad se entiende que la abnegada Batakis despierte prevención entre los especialistas. No está claro si comprende el condicionamiento sistémico entre la estrategia monetaria, cambiaria, fiscal y comercial.
La simbiosis de Macri y Scioli es guiada por las encuestas cualitativas. Macri no despierta dudas sobre su capacidad técnica. Los consultados sospechan de que, por el mero hecho de ser rico, carezca de sensibilidad social. Scioli genera incertidumbre. Aunque repita "la gente me conoce". O tal vez por eso. La necesidad de exhibir un equipo técnico surge de esos sondeos.
Anteayer, en la casa de Eduardo Eurnekian, almorzaron algunos de los principales empresarios argentinos. El pálpito dominante en esa mesa era que habrá un ballottage entre Scioli y Macri. Pero los elogios fueron hacia Sergio Massa. Sin embargo, entre los motivos de esa simpatía no apareció el que, acaso, sea el principal acierto de Massa: apostar a la dichosa "avenida del medio". O, dicho de otro modo, a "el cambio justo". Es lo que buscan Scioli y Macri.
Scioli pretende aprovecharse de ese logro: tiene pensado, en caso de ballottage, cooptar a Lavagna. Es un lejano e inconveniente homenaje a Néstor Kirchner, que en 2007, cuando Lavagna salió tercero, le tendió una celada en Olivos, donde lo esperaban fotógrafos de Clarín. "Oltri tempi", diría la Presidenta. Cerca de Lavagna rechazan la jugada y declaran ofendidos: "Roberto no haría ningún acuerdo del que no participara Massa".
La confluencia de los candidatos principales no obedece sólo al marketing. Hay razones más determinantes. Una es que ningún dirigente político cuenta con la base electoral indispensable para ejercer un monopolio de poder. El triunfo espectacular de Cristina Kirchner, que en 2011 superó a su segundo por 37 puntos, es irrepetible. La otra restricción es económica: el kirchnerismo navegó sobre una ola de bonanza que ha desaparecido. Las commodities en alza y los fondos adicionales de la Anses fueron los 37 puntos de ventaja que la economía ofreció a la Presidenta. Sólo con esas coordenadas fue posible una radicalización embanderada con el "vamos por todo".
La contracara de la coincidencia entre rivales es la inminencia de un ajuste. Quien quiera que gobierne a partir del 10 de diciembre, no podrá hacerlo sin el otro. "El otro" es la oposición y los mercados. Dos sujetos a los que Cristina dio de baja. Ésta es la novedad que palpita detrás de lo que Carlos Guyot llamó ayer en LA NACION, con un dejo de ironía, el "Consenso de Mar del Plata". Ese consenso se inspira en el fantasma del ajuste.
La publicidad de los candidatos no hace referencia a ninguna restricción. En palabras de Juan Carlos De Pablo: "Nos dicen que vamos a seguir sacando, cuando tendremos que poner". Sin embargo, una parte de la sociedad está advertida de que se aproxima una era de austeridad. Habrá restricciones y conflictos. Frente a esa perspectiva, los desafíos de cada candidato son distintos. Scioli debe exhibir un buen ministro de Economía. Macri, en cambio, debe demostrar que cuenta con un gran ministro del Interior.