En las oficinas de Daniel Scioli en el microcentro porteño hay un solo patrón. Oficinas amplias y austeras y varios colaboradores que sólo lo miran a él. Hasta que llaman de parte de Cristina. Lo requiere a Scioli para dos horas después en un acto en la provincia de Buenos Aires. La agenda se cambia apresuradamente, las reuniones se aceleran. En un barrio más elegante está la casa de Mauricio Macri, un departamento frente a plaza Alemania. Es un lugar cómodo y grande, pero no más lujoso ni más amplio que el departamento de un ejecutivo de una empresa importante. Macri termina un día agotador de campaña que incluyó un viaje relámpago al interior. Una frase puso alegría donde había un cansancio infinito: Susana Giménez anunció delante de él que lo votará. Esos mensajes del jet set local tienen para Macri un enorme significado electoral.
Estos viejos amigos han hecho un paréntesis en su relación. Ninguno nació para ser un príncipe de la política. Pero ahí están. Son los dos principales candidatos presidenciales para las elecciones del próximo domingo y los dos que competirán el 22 de noviembre si hubiera segunda vuelta. Ninguno de los dos se detiene demasiado en hablar mal del otro, pero ambos subrayan los riesgos de un gobierno de su principal adversario. La irremediable dependencia cristinista de Scioli, según Macri. Los eventuales problemas de gobernabilidad de Macri, según Scioli.
¿Cuál es la oferta básica de un gobierno de cada uno de ellos? "Normalizar el país", dice Scioli, y agrega: "Que el Poder Judicial trabaje como Poder Judicial, que los medios periodísticos trabajen como medios periodísticos". ¿Se terminó la revolución? "La sociedad no está pidiendo un líder revolucionario", asegura Scioli. Macri se entusiasma con la inversión y cree que el país necesita volver a tener una noción de la ética. Inversión y ética. Regresa sobre esas cuestiones una y otra vez.
La inversión tampoco le es ajena a Scioli. Los dos nacieron y crecieron en familias de empresarios. Scioli está entusiasmado con su reunión con Dilma Rousseff, a la que le pidió un swap en dólares, como el que la Argentina tiene con China, para el caso de que él llegue al Gobierno. Dilma le prometió que lo ayudará. La vio justo el día en que el Supremo Tribunal de Brasil convirtió la probable muerte súbita de la presidenta brasileña en una agonía más larga. "¡Tengo suerte!", exclama Scioli. La alegría de la suerte se convierte en mala cara cuando sale el tema de un posible acuerdo con los fondos buitre. No lo molesta la pregunta, sino las contradicciones del Gobierno. Axel Kicillof consideró inevitable una negociación con ellos, pero critica a los sciolistas que proponen lo mismo. "La diferencia está en las palabras, en cierta terminología", resume Scioli.
El swap con Brasil es la aceptación implícita de Scioli de que las reservas de dólares son una miseria. Macri es más expeditivo: "Nos dejarán un Banco Central vaciado, quebrado". No es pesimista, sin embargo. Recibió un mensaje del gobierno de Washington de que está dispuesto a ayudarlo en los asuntos económicos y en la lucha contra el narcotráfico. "Tendremos que administrar el ingreso de dólares para que una cantidad enorme no termine afectando la economía", confía Macri. Considera una irresponsabilidad demorar 100 días el levantamiento del cepo. "¿Qué harán en enero los productores rurales? ¿Seguiremos con la plata guardada en los silobolsas?", protesta. Macri cree que hay que seducir primero a los argentinos que tienen 400.000 millones de dólares fuera del sistema financiero. Piensa en un oferta definitiva de regularización impositiva. Scioli está convencido de que él por sí solo será una garantía para los inversores. "Soy responsable y previsible", se ufana.
Hay algo en común entre Macri y Scioli: ninguno quiere un superministro de Economía para un eventual gobierno suyo. Macri pone un ejemplo de lo que no sucederá: "No habrá un Cavallo". ¿Es cierto que Alfonso Prat-Gay podría ser su ministro de Economía? "No lo decidí todavía", contesta, seco. A su lado, deslizan que Prat-Gay aspira a otro cargo: ser canciller. Scioli aprovecha el caso de la economía para mostrarse liberado de tutelajes: "Silvina Batakis, Alberto Pérez y Ricardo Casal serán mis ministros. ¿Quieren un gobierno más de Scioli que ése?", se regodea Scioli. Es su manera oblicua de decir que Cristina no será su madrastra.
La pelea es ahora por otros cargos. Macri recibió una propuesta de Cristina para integrar la Corte Suprema, que quedará con dos vacantes el 11 de diciembre. Un candidato provendría de la caldera kirchnerista y otro sería un "radical muy prestigioso". Macri escuchó hasta que sonó el nombre del prestigioso radical que deslizó el enviado de Cristina: Carlos Maestro, un ex gobernador de Chubut que siempre cultivó la relación con el peronismo. "¿Acaso Cristina quiere nombrar a su candidato y también al de la oposición?", estalló antes de cerrar cualquier conversación sobre el tema. Macri está seguro de que la Corte necesita dos constitucionalistas de prestigio y no componendas políticas. Scioli es más cauto. "No pensé en nadie", contesta sobre la futura integración de la Corte. ¿Sabe que Cristina piensa proponer, antes de irse, a esos dos futuros miembros? Sí. "Es su derecho. ¿O no?", responde Scioli, lacónico.
Hay otro tema que enardece a uno e incomoda al otro. Tiene nombre y apellido: Aníbal Fernández. Macri se enfurece por el silencio de la política en general (de todos sus componentes partidarios, sociales y diplomáticos) ante la posibilidad de que acceda a la gobernación de Buenos Aires un funcionario investigado por complicidades con el narcotráfico. Sólo la Iglesia ha hecho saber su posición crítica. "No podemos ser hipócritas. La Iglesia tiene una posición tomada contra el narcotráfico", explica un importante obispo argentino. ¿Sabe Scioli que la Iglesia del papa Francisco tiene esa posición? "Sí", acepta sin ganas. Pero confía en que las condiciones políticas de Aníbal lo llevarán a sobreactuar en el combate contra el narcotráfico. Para peor, el juez Claudio Bonadio (un viejo amigo personal del Papa) acaba de llamar a declaración indagatoria a Aníbal Fernández para el 18 de noviembre. Bonadio tiene una jurisprudencia propia como juez: siempre tiene el procesamiento redactado cuando llama a indagatoria a un funcionario importante. Aníbal podría asumir la gobernación, si ganara, procesado por presuntos hechos de corrupción.
Han llegado al final dos sobrevivientes, aunque con distinta intensidad. Néstor Kirchner vapuleó a Scioli como vicepresidente semanas después de asumir. Cristina fue con Scioli peor que su marido. Ahora tiene la costumbre de convocarlo a última hora a sus actos. "Daniel va a hablar", conceden los mensajeros de la patrona. ¿Y? ¿Por qué lo decide ella? ¿Acaso no es Scioli el candidato a presidente? Scioli mira para otro lado. Así sobrevivió. Macri, en cambio, se siente el político más perseguido por el kirchnerismo. "Durante diez años viví bajo una lluvia permanente de difamación. Desde 6,7,8, desde Télam y ahora también desde los medios de Cristóbal López", se crispa. En una semana reciente, el cristinismo le plantó 16 denuncias penales en cinco días.
En efecto, los dos sobrevivieron. Ambos estaban condenados por el kirchnerismo a morir en el camino de la política. Lograron durar, aunque con consecuencias electorales. Uno decidió quemarse en el fuego de la cercanía sin condiciones. Al otro, flagelado por la distancia, el cristinismo lo convirtió en una caricatura ideológica y política.