Una sola foto disparó decenas de decisiones políticas y una inversión de cientos de millones de euros.
Una foto de un niño sirio de 3 años, muerto, boca abajo, a la orilla de una
playa de Turquía, de apariencia paradisíaca, a punto de ser levantado del suelo
por un rescatista, tan asombrado y avergonzado como el resto del mundo adulto.
Una foto violenta pero no escabrosa. Dolorosa pero repleta de información.
Discutida hasta el paroxismo por miles de periodistas en miles de redacciones
del mundo.
Una triste y agobiante imagen. Implacable e impecable, como generadora de
conciencia.
Los líderes de toda Europa necesitaron registrar esa foto en la tapa de los
diarios y los portales para empezar a ver la realidad a la que se negaban. Ahora
la Unión, cuyos dirigentes se manifiestan conmovidos y conmocionados, acaba de
abrir un nuevo cupo de 120 mil inmigrantes para ser recibidos por países como
Alemania, Inglaterra, Francia, Italia y España, si es que logran escapar de la
guerra, el hambre y los traficantes de personas.
Me pregunto cuántas fotos más necesitará el mundo para transformarse en un poco mejor.
Y también me pregunto cuántas fotos y cuántos videos necesitará la Argentina
para que el gobierno admita dónde estamos parados.
Comprendo que no es políticamente correcto comparar esta foto de Aylan Kurdi con ciertas fotos de la Argentina. Que el contexto, la desesperación y la situación política son incomparables.
Pero me pregunto qué tipo de imagen sería la adecuada para generar una
conciencia social de la que carecemos.
¿Bastaría con la imagen desconsolada de la madre de Ariel Velázquez, el chico
que colaboraba con el candidato a gobernador de Jujuy, Gerardo Morales y al que
mataron de un tiro en la espalda, en un pueblito de Jujuy?
¿Servirán para hacernos reaccionar las imágenes con la repartija de bolsones
de comida en el medio de la elección de Tucumán y las fotos y los videos de la
represión de los manifestantes en la plaza central de la provincia?
Las imágenes sobre la pobreza en Formosa que vio y de las que dio cuenta el
excepcional futbolista Carlos Tévez, ¿tampoco alcanzan?
El domingo pasado, en La Cornisa, el encargado del área de medios de esa
provincia explicó que Formosa estaba mucho mejor de lo que decían Tévez y los
medios. Que a veces las imágenes y las realidades también se construyen.
Pero las imágenes que nosotros recogimos y que mostramos eran imposibles de manipular, de tan brutales y absolutas. Una mujer sin dientes y mal alimentada pidiendo un poco de agua potable. Una familia entera viviendo en un rancho imposible a la espera de una ayuda que le prometieron y nunca llegó.
Sin embargo, el gobierno nacional dejó de medir la pobreza, con el argumento
de que hacerlo implica estigmatizar a los pobres.
Y cuando el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina informó,
esta semana que la pobreza entre los niños y los jóvenes alcanza al 40% de la
población, lo único que hizo la administración nacional fue descalificar a los
voceros o atribuirles intencionalidad política.
Vimos, en el último mes, fotos y videos indignantes, polémicos y
aleccionadores.
Vimos a decenas de miles de vecinos con sus casas llenas de agua, como
producto de la inundación.
Vimos a los dirigentes políticos del oficialismo y de la oposición llevando agua
para su molino, mientras mujeres y hombres comunes practicaban la solidaridad y
los gobiernos nacional, provincial y municipales despachaban más créditos,
prebendas y alivio provisorio, en una extensión impúdica del clientelismo que ya
no da para más.
Fuimos testigos del regreso público del compañero de fórmula de Scioli,
Carlos Zannini, el monje negro, el comisario político de la Presidenta, quien se
presentó como un ser amoroso y solidario y puso otra vez en el infierno a
Clarín, la oposición, el círculo rojo y todo lo que no pueda domesticar y
controlar.
Pasaron por nuestra retina, una y otra vez, las fotos y los videos de Julio Humberto Grondona, Luis Segura y la vieja guardia de la AFA, un grupo de hombres que quieren seguir haciendo negocios oscuros, y que se oponen abiertamente a que una auditora internacional los examine y ponga en evidencia sus tejes y manejes.
Pasaron por la tele a los supuestos trabajadores o supuestos barrasbravas que
pretendieron copar el programa de Marcelo Tinelli y dejaron una señal confusa en
el medio de su pelea por conducir la asociación del fútbol argentino.
Guardamos en nuestra memoria la reciente imagen de Alejandro Burzaco, el
hombre que negocia con la justicia de los Estados Unidos su libertad, su prisión
domiciliaria, y una eventual devolución de u$s 60 millones, a cambio de
denunciar familiares y dirigentes muy cercanos a Grondona, como sus tres hijos,
José Luis Meizner, Andrés Meizner y Eduardo De Luca.
Vemos, todos los días, a través de cientos de fotos, videos, noticias y
columnas de opinión como una casta de dirigentes políticos, sindicales,
intendentes y también empresarios pelean para perpetuarse en sus espacios de
poder. Ahora sabemos que son capaces desde quemar urnas hasta hacer desaparecer
los votos desde la escuela donde se votó hasta la planilla de correo
correspondiente.
¿No son demasiadas fotos juntas, para empezar a asumir que algo, en la Argentina, debería empezar a cambiar? ¿Cuántos registros parecidos necesitamos, para que los líderes de la Argentina tomen conciencia de que las cosas, así, no van más?