El escrutinio definitivo de las PASO, inconcluso aún a 17 días de su realización, lo estaría dejando con 39% de los votos –y alguna milésima más– para enfrentar las elecciones generales de octubre. Es decir, a seis unidades de evitar un balotaje. Pero ese margen en encogimiento pareciera agigantarse cotejado con los trastornos que le planta la realidad. El último, han sido las bochornosas elecciones en Tucumán que el candidato K había imaginado como la plataforma perfecta para su carrera triunfal.
Antes del tropiezo del domingo habían existido otros. Las inundaciones bonaerenses que todavía no cesaron, su viaje inoportuno a Italia, la muerte en Jujuy del militante radical Jorge Ariel Velázquez, y la polémica del gobierno formoseño de Gildo Insfrán con el futbolista Carlos Tevez por sus opiniones sobre la pobreza en esa provincia, que lo obligaron a terciar desde un sitial incómodo. Es amigo del jugador y socio político del gobernador. Nada claro pudo haber emergido desde ese mar de compromisos.
Quizás tal acumulación de desventuras expliquen los últimos pasos del gobernador de Buenos Aires. Ayer anduvo por Salta para codearse con Juan Manuel Urtubey. Supone que es una figura bien presentable en un pejotismo que no posee frente a la sociedad nacional demasiadas caras amigables.
Su cañones habrían empezado a apuntar ahora al 20 de septiembre. Ese domingo se vota en Chaco donde el delfín del actual mandatario, Jorge Capitanich, el peronista Domingo Peppo, derrotó por paliza en las primarias a la oposición unida. Nadie supone que no podrá repetir y que Scioli se sacaría el gusto de la fiesta. Aunque habría latentes dos contras: las tres semanas largas que restan para el comicio en las cuales podría suceder cualquier cosa; la cuestión de la extinción del desempleo y la pobreza en Resistencia que comunicó el INDEC, que volvería a colocarlo en un brete cuando decida participar en esa campaña.
Tucumán, más allá del verdadero resultado que algún día será develado, dejó un alto saldo negativo para Scioli. Por múltiples razones. Aun cuando el ex ministro de Cristina Fernández, el médico Juan Manzur, al final del recorrido, sea consagrado ganador, las circunstancias anómalas del acto electoral impactaron en José Alperovich, gobernador durante tres períodos. El régimen abusivo que desde hace tiempo denuncia en Tucumán la oposición fue urdido por él y no por su sucesor. Las fuerzas policiales que el lunes reprimieron la manifestación ciudadana de protesta en la Plaza Independencia dependen de su administración. Sus críticas a lo sucedido y la imputación al jefe policial, Dante Bustamente, no alcanzarían para exculparlo. Nunca Alperovich imaginó que por una misma cuestión recibiría –como recibió entre lunes y martes– dos llamadas de tono airado: la de Scioli y también la de Carlos Zannini, el candidato a vice. Ambos le reclamaron algún gesto después de los palos, los gases y los caballazos de la Policía provincial.
El deterioro de Alperovich podría significar también una pérdida para Scioli. El gobernador fue uno de los pioneros pejotistas en apuntalar su candidatura. Mentor, por otro parte, de aquellos que pregonan la idea de una progresiva autonomía del candidato en relación al kirchnerismo. El matrimonio Alperovich quedó resentido con Cristina. Sobre todo, después del desplazamiento de la senadora Beatriz Rojkés de la vicepresidencia primera del Senado. Ese sillón de la línea sucesoria quedó en poder del santiagueño ex gobernador y senador radical K, Gerardo Zamora.
Aquel parentesco político de Alperovich con Scioli fue un condimento más de la grave situación que atraviesa Tucumán. Pero ensuciaría al candidato K. Mauricio Macri, por una vez, vio venir la bola y taqueó: “Le pido a Scioli que se encargue de dar garantías para que no suceda lo mismo en octubre”, disparó. Aludió a la quema de urnas, a la presunción de fraude, a la demora exasperante del escrutinio y a la violencia que circundó el domingo de votación.
Aquel reclamo del líder del PRO debió dirigirse a Cristina, la jefa del Gobierno. Pero Scioli descubrió la intencionalidad y replicó con una moneda parecida. Culpó a Macri de haber arengado a la gente para inducir los hechos de violencia que detonaron el lunes por la noche. Difícil de creer: si algo se le reconoce al candidato del PRO es su incapacidad para arengar. Ni siquiera fue posible descubrir algún fuego de sus palabras en las horas más críticas del conflicto tucumano. Su frase sonora fue la que aseguró que episodios como esos no deben ocurrir nunca más en la Argentina. Recórcholis! Ocurren todavía cosas mucho peores, como muertos ninguneados.
La módica solicitud de Macri sería deglutida con facilidad por los hechos y las palabras que transcurren sin que nadie mosquee. Alperovich, por ejemplo, sostuvo que los votos dentro de las urnas quemadas representarían una proporción ínfima frente a la presunta gran diferencia que Manzur le habría sacado a José Cano, el postulante opositor. Traduciendo: incendiar urnas sería una cuestión menor. Quizás le habría matado ese punto al gobernador el Director Nacional Electoral, Alejandro Tullio. Opinó que “quemar urnas no representa ningún fraude”. Un mensaje conciliador, destinado a rehacer la tranquilidad.
A la oposición, igual que en otras ocasiones, pareció escasearle la armonía y la repentización para afrontar el desafío. Todos coincidieron en el momento de la reacción. Pero los planes tendieron a bifurcarse a la hora de los hechos. Cano pidió que se anularan los comicios. Pero no todo el radicalismo resolvió acompañarlo. La Junta Electoral de la provincia, ligada a Alperovich, resolvió denegar el pedido. Macri señaló que en Tucumán directamente no hubo elecciones. Aunque no aclaró qué rumbo se debería seguir. Sergio Massa acompañó el reclamo del recuento urna por urna –que también había realizado parte de la oposición tucumana– aunque propuso la instrumentación del voto electrónico para octubre. Una misión imposible. ¿Cómo saltar en dos meses de un sistema que, en Tucumán, presentó 25 mil candidatos para 352 cargos electivos a otro reducido a la simple opresión de un botón?
Pese a todo, Scioli debe estar atento a aquella oposición porque sería capaz de robarle el sueño de octubre. Aunque tenga que cuidarse, también, de los socios kirchneristas que lo acompañan en la aventura presidencial.
La prescindencia de los ultra K frente a los acontecimientos de Tucumán afloró con crudeza. Los ministros de Cristina, incluido Aníbal Fernández, se hicieron los desentendidos. Salvo con los hechos de represión de la Policía tucumana. Los condenó el jefe de Gabinete. Emitió una declaración condenatoria el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), cuya estación terminal suele ser la Casa Rosada.
Los kirchneristas seguirían los pasos de su jefa.
Cristina tuvo de aliado a Alperovich mientras necesitó de sus votos. Esa necesidad concluyó en 2013 cuando naufragó el proyecto de la eternización. Después llegó el enfriamiento que se convirtió en abismo ni bien el gobernador se puso al servicio de la candidatura de Scioli. Lo mismo podrá ocurrir con otros dirigentes pejotistas que instan al gobernador a tomar distancia de los K. Pero esa es la historia de una pelea que aún está por escribirse.