Las elecciones del domingo han sido suficientemente limpias como para convalidar la legitimidad de los resultados. Ha habido sustracción de boletas en perjuicio de candidatos de la oposición y quejas en consecuencia, pero nadie ha llegado al punto de argüir por eso la invalidez del acto electoral.
Ese aspecto deberá ser controlado, con todo, con más precisión en los comicios por realizarse el 25 de octubre. El robo de boletas esta vez ha sido sistemático. Tan organizado como la fiscalización. Si bien no malogró las elecciones, introdujo una nueva deformación en el sistema: aquella fuerza que quiera competir con posibilidades de ganar a nivel nacional debe contar con más de cien millones de papeletas. El costo que eso representa es una forma de exclusión oligárquica.
Queda mucho más por hacer en favor de la seriedad republicana, en los setenta días que restan hasta los nuevos comicios, en cuanto al uso gubernamental de los instrumentos del Estado, que han sido manipulados en exceso, de un modo indecente, a lo largo del año.
Los meros acuerdos electorales, tanto los consagrados hasta aquí como los que pueden formularse más adelante, se acaban el día de los comicios. Pueden ser importantes, y desde cierto punto de vista resultan imprescindibles, pero lo deseable desde hoy mismo pasaría por un entendimiento mínimo sobre lo que la Argentina quiere de sí misma: objetivos estratégicos prioritarios y dirección común hacia dónde ir.
El candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, ungido el domingo con el mayor número de votos por sobre los otros contendientes, tiene la oportunidad de distinguirse, con más franqueza de lo que lo ha hecho hasta ahora, de quienes lo respaldan en la Casa Rosada. Le alcanzará, en un sentido, con privarse de elogios públicos que no realiza en privado y de avalar conductas aborrecibles por donde se las mire.
Será necesario para Scioli prescindir del aprovechamiento turbio de los recursos fiscales que ha convertido a la parte final de la gestión kirchnerista en un capítulo grosero. Esto ha sembrado el camino de graves obstáculos para quienes accedan al poder el 10 de diciembre próximo. "La corrupción inunda y mata", dijo días atrás el párroco de una iglesia de Salto, en lo que constituyó la expresión sobresaliente de ese día por la capacidad para resumir en un trazo dramático todo un estado de cosas.
Es de esperar que, en el próximo tramo de la competencia, los candidatos, sobre todo los dos principales, comuniquen con mayor precisión y claridad su visión del país y su programa. La campaña proselitista previa a las primarias se caracterizó, particularmente en el caso de ellos dos, por un enorme vacío conceptual. Se trata de que todos sepamos la verdad sobre una cuestión esencial: ¿para qué piden el voto?, ¿para qué quieren gobernar? La ciudadanía merece más ideas y compromiso, menos frivolidad, y menos marketing y manipulación publicitaria.
El principal papel de los candidatos de la oposición, por su parte, no será la concentración de fuerzas por mera voluntad de lograr un número de votos superador de los obtenidos por el candidato oficialista.
Lo central para el interés de la Nación será la conciencia cívica que los impulse a aunar acuerdos de gobernabilidad tanto o más urgentes cuanto más calamitoso sea el cuadro de tierra arrasada que a todos deje como nefasta herencia la presente administración nacional.
Los resultados de las elecciones primarias han constituido el reflejo de lo ocurrido en tres niveles de responsabilidad colectiva:
Un gobierno nacional y administraciones provinciales carentes de vocación para atender los requisitos del futuro inmediato de la Nación. Además de los graves problemas institucionales y económicos derivados de una administración autoritaria y carente de calidad técnica, la Argentina enfrentará en los próximos años un exigente desafío externo. El ciclo de los altos precios de las materias primas ha terminado. El costo del dinero irá en ascenso, como consecuencia de la suba de tasas de interés que tendrá lugar más tarde o más temprano en los Estados Unidos. Y Brasil, vecino determinante para la vida nacional, atraviesa una recesión en el marco de una crisis política de difícil pronóstico. Sólo este escenario, tan complejo, demanda una mayor inteligencia en el diagnóstico y en las propuestas de los distintos candidatos.
Una oposición sin mensajes coherentes y vigorosos acerca de la disposición al cambio sobre la cual sus dirigentes se han cansado de hablar, pero sin insuflarles talento comunicativo para traducir propuestas de forma comprensible a la razón y penetrante en los corazones. Han carecido de carisma y coraje cívico para suscitar emociones populares, según lo atestigua una campaña desangelada, desabrida a pesar de las circunstancias de excepción con las que se encontraron para retemplar a la opinión pública. La idea del cambio es temeraria si no está acompañada por una definición clara y precisa sobre el sentido de ese cambio.
Una sociedad indolente frente a lo que experimenta y al destino que se avizora, entretenida en espejismos de fugaz perduración, incapaz de asumir que tenemos los gobernantes que merecemos, y sin interés por computar que éstos provocan a diario consecuencias que se reflejan en el asombro de otros países. Una sociedad que debe decidir, con carácter de urgencia, si tendrá el ánimo de replantear de arriba abajo los temas centrales de un país cuyas fuerzas menguan sin cesar en relación con la constelación mundial de naciones, o si ha de resignarse, por el contrario, a las derivaciones que producen la pérdida creciente de entusiasmo por el esfuerzo, el trabajo y el estudio, agravantes de la pobreza y humillación en que se hunden millones de argentinos. Una sociedad que cambia, o bien, hipoteca la suerte de generaciones siguientes por los déficits en la educación pública, en la seguridad física y jurídica de sus habitantes, en las variables sustanciales de la economía y, por si fuera poco, bajo el cielo ensombrecido por la corrupción que potencia desde los bajos fondos el narcotráfico.
Responsabilidades del gobierno. Responsabilidades del postulante del oficialismo y de los candidatos de la oposición. Responsabilidades de una sociedad que debe hacerse cargo de la situación histórica en que se encuentra. Han sonado y suenan campanas que llaman a la grandeza de un giro sustancial en la vida de los argentinos, consensuado en diálogos de noble sabiduría y espíritu conciliatorio. Escuchémoslas: es hora de deberes e incumbencias compartidas.