Al igual que para hacer cumbre en una montaña, el veterinario Julio Godoy
considera que en un tambo el equipo es clave y puede ser la llave para producir
un 30% más de leche. En diálogo con Clarín Rural, el asesor y gerente de un
megatambo en el sur de Santa Fe repasó los conceptos clave de manejo de un
establecimiento que logra que sus vacas produzcan un promedio de 30 litros de
leche por día y con el que siente que puede competir con la soja.
Desde que egresó en la Universidad de La Plata en 1980, pasó por todos
eslabones: arrancó con calidad de leche, luego reproducción, guachera y
clínicas. Después se capacitó en la gestión. Así, desde hace 25 años gerencia la
producción del tambo en Estancia Santa Isabel (Saifica), un campo de producción
mixta a 79 kilómetros al oeste de Pergamino, sobre la ruta 8.
En el corazón de la zona núcleo, Godoy está convencido de que con un tambo de
alta eficiencia le pueden hacer frente a la soja y al maíz. Con una producción
de 30.000 litros por hectárea (el promedio en Argentina son 8.000 a 10.000
litros por hectárea) en los mejores años queda un margen neto de 5.000 litros
libres. Con este esquema, hasta 2014 le competían mano a mano a una soja de 35
quintales de soja por hectárea. “Pero hoy los números son para llorar”, admitió.
El establecimiento Santa Isabel tiene unas 3.000 hectáreas de producción de
granos, donde se siembra trigo, soja y maíz, y, además del tambo, hay un rodeo
de cría. El tambo, de un rodeo de 1.700 vacas en ordeñe, ocupa 600 hectáreas de
pasturas sin contar las 400 hectáreas destinadas a hacer silo de maíz y trigo.
Las vacas de punta dan 34 litros diarios y los rodeos de baja (unas 200 vacas
preñadas) están en 20 litros por día. El promedio redondea unos 30 litros, lo
que permite que de Santa Isabel salgan 51.000 litros de leche por día, un
volumen de 1,6 millones de litros al mes.
En 1978, Santa Isabel fue el primer tambo estabulado de la Argentina. El
encierre fue una de las herramientas fundamentales para avanzar sobre territorio
agrícola. “La decisión de empezar con el pastoreo mecánico para las vacas
encerradas fue inteligente por parte de los dueños, algo que cuando yo entré
fuimos puliendo para lograr ser más eficientes en la transformación del
alimento, un costo que se lleva el 50% del cheque de la leche”, explicó Godoy.
El ordenamiento y estabilización de la nutrición permitió que se empiecen a
hacer tres ordeñes diarios. El plus de litros más que compensa el 10% más de
materia seca que hace falta. Al respecto, Godoy fue sincero y advirtió: “Primero
hay que resolver los problemas que surgen con dos ordeñes, como la mastitis, y
después apuntar a los tres”.
Al implementar el pastoreo mecánico mejoraron la eficiencia del consumo de
alfalfa, de un 50% a un 100%. “Es verdad que largar la vaca a comer al lote es
más barato que un pastoreo mecánico o hacer un silo, pero ese costo no tiene
ninguna competencia con duplicar el margen por hectárea de producción, que es lo
que se logra”, explicó Godoy. La inversión que se necesita para armar un
encierre a cielo abierto es de 300 dólares por vaca, algo que en dos años –según
el asesor- se puede amortizar.
La dieta está compuesta por un 65% de la materia seca, que es silo de
alfalfa, de maíz y de trigo y un kilo de heno. El 35% restante es un balanceado
en base a maíz molido, expeller de soja y harina de soja.
Con la calidad del silo es muy estricto. “Por mal tapado, descomposición o
por tener mal los comederos se puede llegar a perder un 40% de la digestibilidad
de un silo de maíz”, aseguró.
Hoy, los números del tambo están en rojo, pero para Godoy la rentabilidad hay que medirla en ciclos de cinco años. Al igual que en la montaña, mantiene el optimismo: “Van a venir épocas mejores”, se alienta. Y confía.