Si alguien preguntara alguna vez por qué el peronismo pudo conservar el poder durante los últimos 25 años, administrando un país en condiciones cada vez peores, no habría que buscar en los méritos políticos del peronismo, sino en las limitaciones y las ineficacias de sus opositores. Las 48 horas poselectorales han sido un ejemplo cabal de la pertinacia en el error por parte de quienes aspiran a vencer y relevar al kirchnerismo.
El ballottage en la Capital tiene esta vez una singularidad: está en el medio de la discusión el principal candidato de la oposición, Mauricio Macri, según la unanimidad de las encuestas. Macri, a su vez, integra un espacio político común con el radicalismo y la Coalición Cívica. Martín Lousteau, el candidato que aspira a competir en la segunda vuelta capitalina, pertenece a ese mismo espacio, aunque también es solidario con la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer. Lousteau ha sido especialmente agresivo con Macri (y promete serlo aún más) durante una campaña, la del ballottage, que concluirá apenas 20 días antes de las primarias nacionales para las presidenciales.
La extraña situación provocó un tumulto de posiciones dentro del espacio opositor. ¿Debe haber segunda vuelta cuando la diferencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Lousteau fue abismal? ¿Es razonable extender inútilmente una competencia entre opositores en las vísperas de elecciones nacionales en las que se jugará la continuidad del kirchnerismo? No hay segunda vuelta en condiciones de remontar 20 puntos de diferencia en la primera ronda. No hay, por lo menos, experiencia en el mundo que haya registrado que el segundo salió primero en la segunda vuelta después de perder de esa manera en la primera ronda. No hay, en definitiva, nada que anticipe semejante conmoción electoral. Dirigentes políticos chilenos que son expertos en el sistema de ballottage (debieron pasar por él en todas las presidenciales desde el regreso de la democracia) aseguran que sólo se puede remontar en segunda vuelta una diferencia de entre el 5 y el 7 por ciento en la primera. "La sociedad, al final, le da el triunfo al que ganó", dicen.
Elisa Carrió prefirió mantenerse prescindente en esa discusión, que es una manera de decir, al menos, que no está segura de que el ballottage en la Capital sea un buen recurso en las actuales condiciones nacionales. Es el radicalismo, en cambio, el más empecinado en continuar con el proceso electoral capitalino. Apasionados por las luchas internas más que por la conquista del poder, los radicales están contagiando ese espíritu tan de ellos al resto de la convergencia con macristas y seguidores de Carrió. El presidente del radicalismo, Ernesto Sanz, suele admitir, no obstante, que le sería muy difícil convencer a Lousteau de que acepte su derrota de una buena vez. "Tendremos que pasar por esto", se resigna, aunque también reconoce que hay muchos radicales con ganas de competir con Pro. Argumenta que el encierro de Pro entre propios dejó varios radicales heridos. La interna sobre todo, otra vez.
Sanz ha convertido después la necesidad en una virtud. "Un triunfo de Lousteau ayudaría a mi candidatura presidencial", se entusiasmó, sin entusiasmo. Nadie sabe si fue una frase seria, si fue una ironía o si fue una incomprensible ingenuidad en un dirigente que nunca fue ingenuo. Para decirlo con palabras directas: un eventual e improbable triunfo de Lousteau en la Capital terminaría también con la elección nacional. Daniel Scioli sería el seguro próximo presidente. Ninguna sociedad vota el desorden político e intelectual conociéndolo de antemano.
A todo esto, ¿cómo y con quiénes gobernaría Lousteau la Capital? Su coalición tendrá 14 legisladores de los 31 necesarios para contar con la mayoría simple en la Legislatura porteña. Lousteau ha hecho una campaña muy personal y no mostró a nadie más que a él mismo. ¿Quiénes formarían parte de su eventual equipo? ¿Los economistas de su estudio? ¿Los amigos políticos de su candidato a vicejefe, Fernando Sánchez, o los militantes de la juventud radical que lidera Juan Nosiglia, hijo de Enrique Nosiglia? ¿Quiénes? Nada se sabe al respecto.
Macri respetó un flemático y necesario silencio. Se sabe, no obstante, que deslizó en la intimidad cierta admiración por los rápidos reflejos políticos de Carrió. "Ella tiene verdadera vocación de poder", les dijo a los suyos. A Macri no le queda otro recurso que el silencio. ¿Podría pedirle a Lousteau que aceptara su derrota? No. Debe respetar el mandato constitucional, en primer lugar, y no tiene razones para exhibirse débil cuando no está débil en la Capital. Otra cosa son las consecuencias que podría tener para su carrera presidencial una campaña dura y agresiva por el ballottage.
Lousteau reinició su campaña con palabras hirientes para el líder capitalino. "Me quieren bajar los intereses del juego", disparó. Es una alusión a Cristóbal López y sus negocios en la Capital, que Lousteau había mencionado varias veces en su anterior campaña. El ex ministro de Cristina Kirchner nunca aclaró que el juego es un negocio que lo administra el gobierno nacional y que el propio Macri acaba de cerrar el paso a los proyectos de ampliación del juego de Cristóbal López. Es sólo un ejemplo del nivel de belicosidad al que está dispuesto el ambicioso candidato de los radicales porteños.
Es notable el contraste con el peronismo. Durante los últimos cuatro años, las peleas internas fueron la constante del partido gobernante. Basta con recordar las innumerables zancadillas, descalificaciones y humillaciones que Cristina Kirchner le dedicó a Scioli. La diferencia es que el peronismo hace eso cuando está lejos de las elecciones. Cerca de ellas, cambia la batalla por la paz interna. Se esfuerza en encontrar una fórmula de unidad entre las facciones y luego la respeta. Ahora, cristinistas, sciolistas y peronistas históricos han vuelto a estar unidos en la única obsesión que vale la pena de un peronista: conservar o conquistar el poder.
Los errores de siempre
Sus opositores repiten las mismas equivocaciones con la inútil ilusión de conseguir resultados distintos. Mantienen cierta unidad y un grado razonable de consenso cuando están lejos de las elecciones, pero descerrajan una implacable guerra interna cuando se avecinan las elecciones. La sociedad (dispuesta siempre a valorar cierto orden entre los que gobiernan o aspiran a gobernar) percibe imágenes muy distintas entre unos y otros. Semejante escenario no debería quedar sólo en manos de Lousteau, que, como él mismo dijo, es opositor a todo, a Cristina y a Macri. Un satélite fuera de órbita. Es el combate entre la vocación de poder o la vocación de ser opositor. Pero ése no es un combate de Lousteau, que tiene vocación de poder, sino de sus principales apoyos políticos.
Lousteau dijo algo más: que está dispuesto a representar al 55 por ciento de los que no votaron a Pro en la primera vuelta. La porción más grande de ese porcentaje, descontando los propios votos de Lousteau, son los que corresponden al bloque duro del kirchnerismo. Alrededor del 20 por ciento de la capital vota al cristinismo sin importar quien sea su candidato. Lousteau tiene estómago para todo. También para condenar a los capitalinos a votar de nuevo en elecciones innecesarias, porque el resultado es perfectamente previsible. Perderá. O para obligar al Estado a gastar 50 millones de pesos más en comicios con resultados cantados. Aceptó de hecho darle una alegría al sciolismo después de un domingo de naufragios. Por fin, Scioli encontró alguien, que ni siquiera se propuso buscar, que le hará parte de la campaña ofensiva y violenta contra Macri, que Scioli no quiere hacer.
El domingo, Cristina Kirchner no tuvo otra salida que mostrarse triunfadora... en Grecia. Conscientes o inconscientes, con ganas o sin ellas, sus opositores están cerca de darle a la Presidenta un triunfo argentino.