El humor del genial Groucho Marx tal vez sea lo único capaz de describir la situación paradojal en la que ha quedado la economía argentina, donde importantes operadores -básicamente desde el Estado- creen que está lista para el milagro con el próximo gobierno, que imagina propio, y quienes desde el sector privado temen la debacle. "He pasado una noche maravillosa, no ha sido ésta", decía Groucho, sintetizando las dos posiciones en un mismo personaje.

En los sectores empresariales, entre los inversores, cundió durante mucho tiempo la idea de la "salida inevitable" en el sentido "correcto", cualquiera fuera el próximo presidente.

La designación de Carlos Zannini como candidato a vice en la fórmula con Daniel Scioli despertó temores. Pero las intempestivas intervenciones en la Justicia de la última semana causaron temores enormes. La estabilidad de los contratos, el respeto a la Constitución y a la propiedad privada, creen, han sido puestas bajo enormes dudas, y las consecuencias podrían verse pronto en los mercados.

La continuidad de la política policial para tratar de contener la situación monetaria y cambiaria también causa alarma y hace que, ante este panorama, muchos empresarios se cuestionen acerca de las posibilidades y oportunidades de inversión.

Pero en el Gobierno creen haber normalizado la situación. Sostienen que están dejando al sucesor de Cristina Kirchner un área de maniobra mucho más cómoda. Creen ganada la "guerra al blue", un territorio en el que, sostienen cerca de Axel Kicillof, hubiera podido desatarse una corrida, a la que imaginan, si no destituyente, por lo menos fuertemente condicionante de las políticas económicas actuales y por venir.

Creen que el sucesor tendrá un escenario mucho más tranquilo y despejado en ese sentido. Aunque admiten, eso sí, que en las necesidades de importación de energía dejarán como herencia un problema que llevará años resolver. Pero confían en que las piedras fundamentales están puestas.

La dicotomía entre el pensamiento de muchos empresarios y el equipo económico, cuyas políticas tendrían continuidad, son enormes y aparecen rápidamente cuando se habla en confianza y por separado con representantes de cada lado.

Para los privados, el enorme déficit fiscal, la falta de acceso al crédito internacional y el conflicto abierto con los buitres dificultarán la tarea y harán cuesta arriba el camino.

Si hubiera "continuidad del modelo", las medidas intervencionistas, estatistas y aun confiscatorias -afirman- son un peligro cierto.

En el equipo económico, de paso, hacen su campaña alarmando a los indecisos acerca de un eventual arreglo y pago a los buitres si no triunfa "el modelo". Pero los que sacan escrupulosamente las cuentas cerca de Kicillof no creen que eso sea tan fácil.

"Un arreglo liso y llano en los términos de la sentencia de Griessa sumaría 22.000 millones de dólares: es una cifra impagable para una economía como la Argentina, que requeriría un nuevo acuerdo, quita y refinanciación; es un proceso largo y complejo", reconocen. O sea, nadie, como atemoriza la tribuna más K, podría desde un futuro gobierno decidir alegremente pagar la sentencia y no discutir más, aunque lograra la colocación de un bono a largo plazo para fondearse.

El equipo económico sigue su batalla "antibuitre" y sostiene que todos los caminos que se tomen deben ser guiados por la legislación belga, que impide, según su visión, interpretaciones como las del fallo del juez neoyorquino Thomas Griessa.

Mucho al respecto se conversó en la celebración del Día de la Independencia de los Estados Unidos en la residencia del embajador, el viernes pasado. Noah Mamet, un representante político del presidente Obama, ofreció un festejo distentido, muy cordial y amistoso. "A ellos también los buitres los complican políticamente con sus planteos", comentaba, comprensivo, uno de los miembros del Gobierno presentes, dispuesto también a admitir que por lo menos la última jugada del FMI respecto de Grecia, buscando una salida, fue buena.

Paradojas de la vida. Algunos cercanos a Kicillof recelan de las políticas de Angela Merkel, justamente porque creció y se educó en la entonces Alemania Oriental y podría valorar menos la integración regional europea que sus pares, que estuvieron siempre del lado verdaderamente democrático. No han cambiado sus principios por otros, pero ven matices muy cerca de un ministro que no parece entender de grises.