Si su candidato, Horacio Rodríguez Larreta, hubiera conseguido el 48% de los votos, le habría sido fácil convencer a Lousteau de que la segunda vuelta era innecesaria. Pequeñas diferencias en un océano de votos que están en condiciones de cambiar el escenario electoral.

No tuvo esos dos puntos, pero consiguió marcar una diferencia de 20 entre Rodríguez Larreta y Lousteau.

Con cualquier otro candidato al frente, tal vez la Capital Federal (y dos millones de personas concretas) se hubiera evitado el espectáculo de otra campaña electoral durante quince días, de otro domingo de elecciones en un semestre con varios domingos electorales y de más gastos en comicios cuyos resultados pueden descontarse. Pero Lousteau no es así. Como buen economista, prefiere la matemática a la política. La suma le indica que el conjunto de la oposición podría ganarle en segunda vuelta al candidato de Macri. Ni la política ni las elecciones se resuelven de esa manera.

Es casi imposible que el macrismo pierda en un distrito donde su líder tiene la aprobación de más de 60 por ciento de los ciudadanos y con semejante diferencia en la primera vuelta. Lousteau no es, además, un enemigo irreconciliable de Macri porque, de hecho, pertenecen al mismo espacio político nacional. O pertenece una parte de Lousteau; éste nunca dejó de elogiar a Margarita Stolbizer (que va por su propia cuenta) a la par de Elisa Carrió y de Ernesto Sanz, que son aliados de Macri. Sin embargo, lo que debería importar sobremanera es la consistencia futura de quien es hoy el principal candidato de la oposición al kirchnerismo en la carrera electoral nacional, Macri.

Queda por saber qué harán en las próximas horas los principales apoyos financieros y políticos de Lousteau: el político y empresario Enrique Nosiglia y el ex jefe de Gabinete y actual empresario Chrystian Colombo. Aun a ellos les será muy difícil torcer la ambiciosa voluntad de Lousteau, que seguramente arrastrará en la segunda vuelta al kirchnerismo en pleno y a la izquierda antimacrista. No obstante, es posible entrever un desplazamiento de votos del propio Lousteau al macrismo, conscientes de que en la próxima oportunidad se jugará una partida más importante que la conducción del gobierno capitalino. También es probable que haya mayor ausentismo en la próxima ronda, porque muchos descontarán el resultado a favor de Rodríguez Larreta.

Párrafo aparte merece la muy buena experiencia de la boleta electrónica y única ensayada ayer por primera vez en la Capital. Fue como ver el regreso de la soberanía popular a los votantes en un trámite ágil, limpio y rápido. Fue, también, como si se hubiera observado un final de partida para una casta de barones, punteros y fiscales que secuestraron la política y las elecciones. Durará poco. En agosto y octubre, los capitalinos volverán a votar con el viejo sistema de cuartos oscuros saturados de boletas, bajo el señorío de fiscales y punteros. Serán elecciones nacionales y el gobierno de Cristina Kirchner nunca se propuso cambiar el sistema de votación, que le sirve, sobre todo, para controlar las elecciones en el multitudinario y caótico conurbano.

Ayer se comprobó la teoría de Ernesto Sanz: el gobierno de Cristina Kirchner gana en las encuestas y pierde en las elecciones. A pesar de las mediciones previas (que le pronosticaban al kirchnerista Alberto Accastello una buena elección), en Córdoba el kirchnerismo quedó reducido al 20 por ciento de los votos. Mucho mejor elección que la prevista por las encuestas hizo el radical Oscar Aguad (un viejo aliado de Macri). La buena elección de Aguad, aun derrotado, es de él y es de Macri. El también radical Ramón Mestre se impuso en la capital de la provincia. De todos modos, el triunfo en Córdoba del candidato Juan Schiaretti significó la victoria del peronismo más antikirchnerista del país, que lo lideró en los últimos años el actual gobernador, José Manuel de la Sota.

Fue un triunfo claro de De la Sota, más que de Schiaretti o de Sergio Massa, aliado y competidor de De la Sota. De la Sota lleva 16 años gobernando esa provincia clave (a veces con él como gobernador, otras veces con su amigo Schiaretti). Aunque no tiene la importancia electoral de las otras provincias, el peronista antikirchnerista Carlos Verna arrasó también ayer en La Pampa al kirchnerista Oscar Jorge, actual gobernador de esa provincia y entrañable aliado de la Presidenta.

También en la Capital el kirchnerismo se encogió a poco más del 20 por ciento de los votos. En Santa Fe se había quedado con menos del 30 por ciento de los votos. En Mendoza, donde gobierna hasta diciembre, el kirchnerismo perdió frente a la alianza radical-macrista y sacó sólo 39 por ciento de los votos. Córdoba, Santa Fe, la Capital, Mendoza forman parte de los principales distritos electorales del país. Falta todavía la homérica Buenos Aires, pero ¿qué porcentaje debería conseguir ahí el cristinismo para compensar tantas derrotas importantes y ganar en primera vuelta como pregona? Alrededor del 50 por ciento de los votos. Ninguna encuesta le da por ahora esa cifra. Tienen razón los sciolistas cuando pronostican una elección nacional muy cerrada entre su líder y Macri. Está claro que gran parte de esa batalla está ahora en manos de los aliados del propio Macri.

De cualquier forma, las encuestas más serias en la Argentina coinciden en lo esencial con los resultados electorales; esto es, no puede preverse, con un mínimo sentido del rigor, un triunfo en primera vuelta del oficialismo en octubre. Ya fue raro que en un día en que se celebraron elecciones en dos de los cuatros principales distritos electorales del país, la Capital y Córdoba, el candidato del oficialismo, Daniel Scioli, haya viajado a La Rioja (uno de los distritos menos importantes) para agarrarse de una victoria eventual. O que la propia Presidenta no haya tenido otra oportunidad de festejo que una tímida llamada telefónica a Schiaretti, que pertenece a una fracción antikirchnerista del peronismo.

Menos preocupado que Cristina, también Macri debió acostarse anoche con cierto regusto amargo. La amplia victoria de su partido en la Capital no lo salvó del ballottage. Debió reflexionar seguramente sobre si fue una buena decisión dividir en la Capital el voto de los que piensan y quieren lo mismo. Si fue acertado, en fin, dejar un fundamental proyecto nacional en manos de la previsible ambición de Lousteau.