Este mejor oficio del mundo, como lo definió el gran García Márquez, que abracé hace 36 años, me llevó a visitar desde 2008 al menos una vez por año la encantadora Alemania. A la elegante Stuttgart, para ver cómo un mismo ingeniero arma entero un motor AMG como los que hoy dominan casi sin rival en la Fórmula 1, esas máquinas de asombro que salen con la firma de su constructor. Allí vi volver a los felices propietarios para conocer al artista que firmó la joya.
A la elegante y católica Munich, con su bella Marienplatz y su Rathauss neogótico, su elegantísima Maximilianstrasse, que en los caprichos de la memoria me recuerda tanto a la parisina Avenue de Montagne.
A la tan diversa Frankfurt, sede del Banco Central Europeo que gobierna el euro, para ver a Cristina Kirchner inaugurar en 2010 la Feria del Libro más importante del mundo con la Argentina como invitada de honor.
A la Berlín increíblemente grande y extensa, intrincada y llena de glorias y terrores del pasado. Y en el último mes a la Leipzig que con dificultad sobrevivió en el lado comunista y aún se nota, para ver a la Argentina acertar incorporándose al Foro Internacional de Transporte de la OCDE.
Por cierto, agosto de 2008 no fue el mejor tiempo para hacer pie en una de las economías más importantes del mundo, cuando Occidente tambaleaba con la crisis que explotó en Wall Street. Almorzábamos en el Museo de Mercedes-Benz en Stuttgart cuando llegaron las noticias verdaderamente malas. Hasta ese templo de la tecnología, el arte y el diseño parecía entristecido. Esa suerte de Guggenheim que atesora la historia de los primeros automóviles, las joyas de Fangio y hasta algún colectivo que hizo historia porteña y es el imán para los visitantes argentinos.
Dos años después, en Munich, en una comida con el directorio de BMW, uno de los ejecutivos, americano, graduado en Harvard, despejó mis temores a una catástrofe germana que hiciera colapsar el sueño europeo y reviviera los horrendos fantasmas de las dos grandes guerras.
"Son un pueblo único, hace 20 años eran dos países, uno moderno y el otro muy atrasado. Mire lo que han hecho; los alemanes han salido de cosas peores que éstas", me tranquilizó, mientras se asombró cuando le dije que la exquisita carne que degustábamos era uruguaya y no argentina, como él pensaba y parecía desear, pues Buenos Aires había prohibido las exportaciones.
Alemania fue el motor para salir de la crisis, sus portentosas exportaciones industriales coparon la demanda de los mercados asiáticos en auge. Vendían a China como pan caliente los extraordinarios vehículos que, al decir de The Economist, suelen ser "demasiado caros para la mayoría de los millonarios".
Vi en 2011 el reverdecer increíble del Salón del Automóvil de Frankfurt, que volverá este año. Sólo uno de los stands de una de las marcas locales más importantes suele ser más grande que todo el Salón de Buenos Aires, que por suerte también se inaugurará este jueves.
Vi hace unos días las interminables colas para el Museo de Mercedes o para el de BMW en Munich. La recuperación ha sucedido, la situación es muy lejana a la del sombrío 2008, aunque la bomba de tiempo griega parezca seguir en marcha.
Hay que hacer un esfuerzo de imaginación o alucinación enorme para ver en Alemania más pobres o siquiera la misma pobreza que en la Argentina. En medio de la debacle que destartaló países enteros, los germanos se las compusieron bajo el liderazgo de una mujer inesperada que vino del Este, que ha protagonizado poco menos que una gesta y que se volvió políticamente invencible. Una señora de modales suaves y políticas firmes, sin gestos ampulosos. En 2013 ganó unas elecciones cruciales para la continuidad de su proyecto.
El símbolo de su campaña no podía ser más asombroso por lo modesto. Gigantescos carteles que sólo mostraban sus manos blancas y regordetas de madre dedicada, desprovistas de todo lujo, reposadas en el vientre sobre su pulóver de lana muy estándar, en el gesto habitual que usa cuando habla en público.
En mayo pasado hubo dos feriados largos. El 14 fue nacional y el del 25 Pentecostal, en la católica Baviera. Es conmovedor ver el movimiento turístico. Los miles de impecables vehículos en las impecables carreteras. Y también un tránsito descomunal de camiones de carga, que marca el despegue comercial.
Aeropuertos colmados, hoteles agotados, restaurantes repletos. Miles y miles de turistas, entre los que sobresalen, por el número, los asiáticos. Alemania tiene impuestos altos, que devuelve en servicios. Autopistas inteligentes que están en mejores condiciones que nuestros mejores autódromos y en las que en algunos trechos la calidad, la seguridad y la tecnología permiten circular con velocidad libre, con menos siniestros que en nuestro pais. Y sin peajes.
Un lugar donde una jubilada me cuenta que para su cumpleaños siempre la seguridad social le envía de regalo una invitación para que vaya a desayunar a algún lugar cercano a su casa que sea de su agrado. Donde consigue atención médica sin colas ni esperas ni pagos. Y recuerdo a la jubilada argentina que cada tanto debe pagar en un punto lejano a su domicilio un trámite ante el Estado para demostrarle que está viva y así poder cobrar su jubilación en una oficina en otro domicilio ¿Quiénes son los pobres?
Alemania tiene sus problemas, muchos de ellos relacionados con la inmigración. Puedo decir que vi esta vez gente durmiendo en los parques en torno al BCE en Frankfurt, y algunos en las calles cercanas a la estación. Nada comparado con las villas de emergencia, la marginalidad y la desesperanza que tan tristemente pueden verse en nuestras calles, plazas y parques.
No está mal compararnos con Alemania, en lo bueno y en lo malo, si la idea es aprender de lo uno y lo otro.