Los próximos seis días serán, tal vez, los últimos de Cristina Kirchner con un poder pocas veces visto. Dueña y señora de las candidaturas más importantes del país, luego de la inscripción de los candidatos (que deberá hacerse antes de las 24 del próximo sábado), la escritura de la historia tomará distancia de ella. Le guste o no, la política y el periodismo estarán luego más pendientes de los candidatos que de la Presidenta que se va. Sin embargo, en estos días estará en condiciones de encumbrar o de torcer muchos destinos. Después, la crónica pasará por una competencia que no la tendrá a ella en el primer plano al menos. El próximo domingo comenzará el final para un proceso político que gobernó, a través de una diarquía, durante doce años.
Habría que remontarse al primer Perón, al final de la década del 40 y principios de la del 50, para encontrar un nivel parecido de obsecuencia política al que sucedió en los últimos días. Resultó conmovedor escuchar a Daniel Scioli y a Florencio Randazzo, por ejemplo, elogiar las condiciones políticas de Máximo Kirchner. El hijo presidencial dijo un solo discurso en su vida y sólo se dedicó a la política luego de que murió su padre. Nadie lo conoce más allá de algunos encuentros provocados por la casualidad. Nadie sabe, en verdad, quién es y qué quiere Máximo Kirchner. Todos suponen, en cambio, que de esa manera no se equivocarán con Cristina.
El aspecto más conmovedor de esa sumisión explícita es que ninguno, ni Scioli ni Randazzo, sabe qué hará Cristina. Sólo saben que agradar (o no despertar su furia) es la única receta posible en tiempos de incertidumbre. El método de selección de candidatos impuesto por la Presidenta significa un memorable retroceso de las formas democráticas. La sintonía de la Presidenta con Putin o con el chavismo es mucho más que una opción geopolítica; es la elección de un sistema político que descansa absolutamente en el humor de un líder tan mesiánico como arbitrario. Ya lo puso en práctica en 2011, cuando anunció la nominación de Amado Boudou en la cara de los que se sentían con más méritos que el luego dos veces procesado vicepresidente.
¿Cuántos candidatos habrá a presidentes por el oficialismo en las elecciones primarias? ¿Cuántos candidatos a gobernador kirchneristas tendrá la provincia de Buenos Aires? ¿Quiénes serán los candidatos a vicepresidente y a vicegobernador? ¿Estará ella en alguna lista como candidata a legisladora? Cristina juega con el misterio como una consumada discípula de Agatha Christie. La primera decisión que deberá tomar es si su partido tendrá dos candidatos a presidentes, como los tiene ahora, o si tendrá sólo uno. Esa decisión depende de otra: ¿será ella candidata a diputada nacional por Buenos Aires?
Si lo fuera, le convendrá conservar las candidaturas de Scioli y de Randazzo. Ella sería la primera candidata a diputada en ambas listas. Se convertiría, tras las elecciones, en la candidata más votada del país. Si no lo fuera, es posible que termine bajando a Randazzo de la precandidatura. Quedaría evidente, en tal caso, que ella habrá hecho un candidato a presidente y a vicepresidente y que el próximo gobierno podría ser, eventualmente, conducido por quienes ella eligió. Randazzo les está rezando a todos los santos para no caer víctima de esta segunda alternativa. Por eso, habla bien de Máximo Kirchner si hay que hablar bien de él. No hay precio caro para sobrevivir.
La segunda decisión que deberá tomar es la elección del vicepresidente para los dos candidatos o para uno, si quedara sólo uno. El rumor más recurrente indica que la nominación podría caer en el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, o en el secretario general de la Presidencia, Eduardo "Wado" De Pedro, un dirigente de La Cámpora que se caracteriza, al revés de casi todos sus compañeros de organización, porque carece de arrogancia. Con todo, Cristina, que tiene una singular pericia para equivocarse con los candidatos, podría optar por su hijo o por el ministro de Economía, Axel Kicillof. Cualquiera de los dos espantaría a muchos votantes. Scioli teme que la moneda caiga del peor lado.
La tercera decisión de la Presidenta consiste en establecer si habrá un solo candidato a gobernador en Buenos Aires, si seguirán los tres que están en carrera o si agregará uno que no está ahora. Un encuesta que llegó a Olivos estableció que Aníbal Fernández le ganaría la interna a Julián Domínguez y al intendente de La Matanza, Fernando Espinoza. Todos ellos aseguran que ninguna circunstancia los bajará de sus candidaturas, salvo una decisión de "la conducción". Esto es: de Cristina, que es la única circunstancia que vale.
Algunos que dicen interpretarla señalan que el mejor papel que ella podría hacer, incluso como la última exhibición de un poder bíblico, es nombrar un solo candidato a presidente, designar a su vicepresidente y seleccionar a un solo candidato a gobernador bonaerense. Sería un escenario apabullante, es cierto, pero sólo si ella renunciara a cualquier candidatura. Ésta es, al fin y al cabo, la primera y más crucial decisión que deberá enfrentar en horas inminentes. Y esas cosas no las conversa ni con Scioli, ni con Randazzo, ni con Aníbal Fernández. Será, en el más amplio y generoso de los casos, una decisión familiar.
El penoso papel de los intendentes del conurbano ha destruido un mito. Pasaron del oficialismo a la oposición de Sergio Massa, se quedaron con éste cuando él planeaba un acuerdo con Mauricio Macri y ahora han vuelto al kirchnerismo. Pasaron, en síntesis, de la bigamia consentida a la pornografía política. Los que se decían hacedores de presidentes terminaron confesando, con los actos más que con las palabras, que los candidatos presidenciales los hacen intendentes a ellos. Tenía razón el acuerdo de Macri, Carrió y el radicalismo cuando desistió de un pacto con el massismo. ¿Qué grado de confusión entre oficialismo y oposición hubiera causado semejante ensamble con políticos tan aturdidos?
La última excusa que expusieron los ex intendentes massistas que regresaron presurosos al oficialismo es que Massa se predispone a bajar su candidatura para ensayar pequeños acuerdos bonaerenses con Macri. Y Macri -cómo no? es el límite de ellos. Límite que no existía hasta hace poco y que no existió en 2013. Massa ha desmentido categóricamente esa aseveración. Resulta difícil imaginarlo a Massa desistiendo de una candidatura que acaba de ratificar plenamente, salvo que esté dispuesto a incinerar su carrera política.
Massa también arriesga pretextos fácilmente rebatibles. Denunció que él es una víctima, porque los sectores económicos poderosos del país buscan la polarización entre Scioli y Macri. Fue al revés: el "círculo rojo" empujó un acuerdo entre Macri y Massa para batir al kirchnerismo, que Macri rechazó. El problema de fondo de Massa es que no supo trasladar al espacio electoral sus buenas contribuciones a la política, como haber frenado la reelección de Cristina en 2013. Sus problemas están dentro de casa, no fuera de ella.
Massa también está pendiente, como lo está Macri, de las decisiones de Cristina. No porque ellos dependan de esas decisiones, sino porque éstas influirán en la campaña electoral. Son las últimas grandes determinaciones que quedarán en las exclusivas manos de la Presidenta. Más tarde, la propia dinámica del proceso electoral la irá convirtiendo en pasado más que en presente. Y como cualquier futuro, también el futuro de ella es un espacio brumoso y vacilante..