Sergio Massa tiene gran confianza en sí mismo y se siente competitivo frente al constatable crecimiento de dos rivales, Daniel Scioli y Mauricio Macri. Pero no mastica vidrio: su decisión de peronizar su campaña, es decir concentrarse sobre el núcleo duro de su electorado, apunta a apostar a la física. Los vasos comunicantes justicialistas funcionan. Cuando sube Scioli, Massa baja y viceversa. Esta situación muestra lo que en abundancia se ha visto en la política argentina. El peronismo, con sus fronteras laxas y permisivas a las variantes más radicales y antitéticas, mantiene intacto su apetito de poder y su disciplina para encolumnarse detrás del candidato más apto que sacie esa necesidad primaria. Por eso, Massa ahora quiere demostrar que sigue en carrera, cortar la sangría de los intendentes que no quieren un futuro a la intemperie, pelear por un lugar en la gran final.
Porque si el candidato del Frente Renovador, que pactó con De la Sota ir a una interna que le permite hacer pie en otro gran distrito electoral, recupera parte del envión que lo mantuvo en la cresta de las preferencias electorales por bastante tiempo, la segunda vuelta será una realidad. Y su discurso contra Scioli, tratando de destruir esa ilusoria diferencia entre el gobernador y el kirchnerismo más duro, y contra Macri, es una apuesta a volver a acumular para volver a la paridad entre tres. Habrá que ver si esa táctica rinde sus frutos.
Quien debería estar muy interesado en que Massa vuelva a crecer es, paradójicamente, Macri, porque necesita que los vasos comunicantes funcionen y lo que pueda ir hacia el Frente Renovador lo pierda el gobernador de Buenos Aires. Si la apuesta de Scioli es intentar ganar en primera vuelta quien lo puede impedir es Massa reteniendo voto peronista, capacidad que el jefe del PRO no tiene y, como lo ha dicho, no le interesa desarrollar porque quiere, como lo ha dicho, terminar con el largo período de predominio justicialista en los 31 años de la recuperación democrática.
Cristina aspira a que Scioli sea el mascarón de proa de un gobierno que ella maneje desde las sombras (o no tanto). Sigue ocupando espacios estratégicos en el Estado y condicionando a sus sucesores, advirtiéndoles de manera indirecta que una desviación podría significar el cadalso para el hereje. Por ahora son bravuconadas y expresiones de deseos que fluyen por la absoluta permisividad de Scioli, dispuesto a ese ejercicio para llegar a la Casa Rosada. Ya lo dijo Macri que Cristina quiere seguir gobernando y, en Vélez, Massa advirtió que la colonización del Estado por los presuntos guardianes de Cristina será una de las principales batallas que se deberán dar.
Scioli, en cambio, apuesta al tiempo: no llegaría para ser un simple y amable paréntesis del régimen kirchnerista sino que su plan es quedarse todo el tiempo que la Constitución le permita.