Algunas noches en la casa de Daniel Scioli, en Tigre, son una mezcla increíble de la especie humana. Economistas y modelos, periodistas y cantantes, políticos (a veces extranjeros) y punteros barriales, deportistas y empresarios se conocen o se reencuentran en La Ñata. Muchos no piensan lo mismo sobre nada y, sin embargo, terminan en abrazos entre pizzas y pastas. Scioli dirige esa orquesta desafinada, pero se cuida de que su opinión pueda darles la razón a unos u otros. Él habla, y mucho, pero no opina. Se mueve con cierto placer en ese mundo donde casi todo es contradictorio y casi nada es ideológico. Esa manera de vivir lo deja a salvo de las cosas que él mismo dice sobre el Gobierno. Sabe que la gente común no lo considera un kirchnerista ni un cristinista. ¿Para qué recalcar lo que es obvio?
Menos lo hará ahora, cuando está viviendo sus mejores días en muchos meses. Los sondeos lo siguen halagando (tiene un 33% de intención de voto según la encuesta de Poliarquía que publica hoy LA NACION) y Cristina Kirchner ordenó una tregua en su balacera permanente contra el gobernador. Es una tregua y, como tal, puede ser fugaz. Ella detesta ese mundo tan propio de Scioli. Cristina abandona el martilleo sobre él cuando éste se arrima a un eventual triunfo en primera vuelta. Pero regresa con violencia no bien Scioli desciende en las mediciones de opinión. La posterior agresión de los voceros presidenciales es una ayuda extraordinaria para el gobernador. Le permite recuperar los números perdidos. Ese círculo es infinito y perpetuo.
Scioli tiene un único y excluyente propósito en su vida: ser presidente. Pagará el precio que tenga que pagar. No le dirá que no a nada que le proponga Cristina. Si Axel Kicillof debe ser su candidato a vicepresidente, lo será. Si la Presidenta quiere escribir las listas de candidatos a diputados nacionales y liderarlas ella, así será. Conoce de antemano que Cristina nunca le indicará los nombres de sus ministros, no por generosidad, sino por especulación. ¿Para qué se comprometería ella con un gobierno al que, más pronto que tarde, combatirá?
Cristina puede reconciliarse tácticamente con Scioli, pero nunca será éste un hombre de su confianza. No encaja (ni encajará nunca) en la visión extremadamente ideológica de la Presidenta ni en su estética, inclinada hacia los jóvenes convencidos de la retórica y la simbología revolucionarias. Scioli lo sabe. Pero él no necesita de su cariño; es suficiente con que Cristina no quiebre la relación de fuerzas en las primarias de agosto.
¿Y cómo sería el después para Scioli si llegara a la Presidencia? Depende de a quién se escucha. No son pocos los que ven a Cristina liderando la oposición desde una banca en Diputados, controlando el Congreso y la Justicia. Liderando una oposición que terminaría gobernando el gobierno. Otros son más realistas. ¿Qué presidente conservó ese poder después de haberse ido? ¿Acaso lo logró Menem, aun cuando el peronismo tenía un bloque decisivo en el Senado durante la presidencia de De la Rúa?
Quizás nadie imagina a Cristina sin poder después de haber hecho ostentación de él en los últimos 28 años. Lo cierto es que después de diciembre no tendrá el dinero del Estado (el suyo no lo pondrá nunca para hacer política), ni el control de los jueces (que negociarán con el gobierno que esté), ni el dominio de los servicios de inteligencia (que siempre sirven a los que mandan). Ella tuvo poder -y mucho- durante más de una década, con la zanahoria y el látigo que le proporcionaron esos tres elementos.
Mauricio Macri y Sergio Massa discuten sobre la veracidad de las encuestas. Es cierto que, si se mira el último año, es fácil advertir un crecimiento exponencial de Macri (ahora con 27 puntos, según Poliarquía) y una declinación de Massa. Pero ¿significa eso que Massa debería ponerle fin a su carrera presidencial? No. Cuando se tienen 20 puntos de intención de voto (según Poliarquía, aunque Massa asegura que son 25) y el que más tiene cuenta con 33, y cuando aún faltan seis meses para las elecciones, ninguna batalla está ganada ni perdida. Esas breves distancias sólo auguran que las presidenciales podrían definirse en los dos últimos meses antes de los comicios de octubre.
Macri deberá atravesar el próximo domingo las primarias de la Capital, su distrito, el que lo proyectó a la dirigencia nacional. Hoy tendrá seguramente una victoria en Mendoza, donde acordó con los radicales. Ese triunfo dejaría atrás la derrota de Salta. En la Capital, está ganando, según Poliarquía, su candidato, Horacio Rodríguez Larreta. Si fuera así, habrá probado su liderazgo entre los porteños, porque la elección empezó con pronósticos contrarios. Ganaría Gabriela Michetti, decían al principio. El eventual triunfo de Rodríguez Larreta potenciaría su candidatura presidencial. Habría ganado la Capital y con quien quería.
Se especuló mucho sobre el grado de agresividad de esa interna de Pro, pero en verdad no pasó casi nada. Es mucho más agresiva la campaña de Florencio Randazzo contra Scioli. Es cierto que el peronismo tiene inexplicables márgenes de impunidad social de los que los otros partidos carecen. Y también que los argentinos no están acostumbrados a la dinámica de las elecciones internas. Basta recorrer las primarias de los Estados Unidos, el país que más desarrolló ese sistema, para advertir lo que puede significar la agresividad entre propios.
Macri necesita, eso sí, que Jaime Durán Barba se limite a asesorarlo y callar. Sus últimas declaraciones públicas fueron propias de un librepensador (con respeto a los librepensadores) y no del asesor de un candidato que podría ser presidente. Requiere, también, conservar a Ernesto Sanz y a Elisa Carrió como competidores en las primarias presidenciales de agosto. El viernes, Macri llamó a Carrió para poner a su disposición una fuerte custodia de la Policía Metropolitana. Carrió está seriamente amenazada de muerte. Los duros mensajes que recibe recrudecieron desde que se sabe que declarará ante la fiscal Viviana Fein por la muerte de Alberto Nisman. Las denuncias que hará ante Fein serán explosivas, porque explicarían la denuncia del fiscal contra la Presidenta.
Massa tiene una porción importante de la provincia de Buenos Aires y eso no es poco. Su problema es que ató su destinó a los intendentes, pero éstos terminan jugando a seguir siendo intendentes. Al final, siempre se inclinan por el que les asegura el dominio del distrito. A veces también se encandila. Le pasó hace poco con Francisco de Narváez. Mandó a su tropa a apoyar su candidatura a gobernador, pero después se dio cuenta de que Darío Giustozzi es su mejor opción. Las tropas abandonaron a De Narváez y se dirigen ahora al campamento de Giustozzi. De cualquier forma, el mayor desafío de Massa es demostrar que no será otro riesgo para la libertad y la democracia. Prejuicio o verdad, lo cierto es que ése es un temor extendido en importantes sectores sociales.
El destino de Scioli depende del grado de paciencia de la sociedad con un gobierno que lleva más de una década. Se trata de una sociedad que ya no pide mucho. El plan de 12 cuotas (Ahora 12) fue suficiente para recrear la sensación de que volvió el consumo. La ruinosa inflación actual del 25% es buena porque en 2014 fue de casi el 40%. También Macri y Massa dependen, por razones distintas, de la condición volátil de esa sociedad que a veces se conforma con un dólar contenido y con pequeñas compras a plazos. Una sociedad más exigente cambiaría el orden de muchas cosas, el de las encuestas entre ellas..