Hasta hace dos años, Carlos Grosso pagaba diez quintales por hectárea por el alquiler de un campo de mediana a baja aptitud agrícola en el centro de Santa Fe.
El año pasado, por el mismo campo ofreció pagar el 25 por ciento de la producción, pero el dueño decidió sembrarlo él mismo. Para la actual campaña,Grosso dice que no hubiera aceptado ese campo aunque se lo hubieran dado gratis, y que para la 2015/16 no cree que ni siquiera el dueño se anime a sembrarlo. El motivo, según sus palabras: “Las malezas se tornaron inmanejables en ese tipo de ambientes, los costos se duplicaron con respecto a hace tres años y el potencial de producción bajó entre 10 y 20 por ciento”.
Eduardo da Silveira, productor de la zona de Rufino, en el sur santafesino, afirma que lo que originó el problema es la ausencia de rotaciones de cultivos.
“La soja, por una cuestión de renta, predomina en el 80% del área y la presencia de gramíneas, especialmente trigo y maíz, es escasa. Eso hace que las malezas tengan una ventana muy grande de oferta ambiental”, dijo mientras observaba un lote de la oleaginosa durante una jornada de debate con productores y asesores de punta organizada por Grosso en la localidad de Piamonte, de la que participó Clarín Rural.
Según datos del INTA, de 1995 al 2015 los rindes de la soja crecieron 45% y el precio aumentó un 32%, pero los costos actuales igual hacen que la ecuación sea muy ajustada para los productores. Hoy el costo del control de malezas ronda los 80 dólares la hectárea, y puede llegar a 100; en las últimas campañas aumentó de un quintal por hectárea a casi cuatro.
Pero las malezas no son el único síntoma de que algo anda mal. “Los eventos biotecnológicos en maíz se están cayendo cada vez más rápido, las dosis de insecticidas se deben aumentar campaña tras campaña, cada año aparece una nueva plaga, crecen las enfermedades de suelo, hay resistencia de royas a triazoles…”, enumeró Grosso.
Y aseguró: “La batalla la venimos perdiendo. Hay que poner cada vez más insumos, y el drama es que estamos combatiendo los síntomas de la adicción aumentando dosis, que calman, pero que a su vez aumentan el problema. Para mí, se agotó el actual paradigma productivo”.
Tanto Grosso como Da Silveira remarcaron con preocupación que ya se ven campos semimarginales que quedan sin sembrar, y que en la próxima campaña se verán muchos más.
Ante este panorama, el especialista brasileño Dirceu Gassen, quien viajó hasta Piamonte especialmente para aportar su visión en el debate, aseguró que “los modelos mentales del pasado no sirven para resolver los problemas de hoy”.
En Brasil, según Gassen, hoy se aplica cuatro veces más fungicida que en 2010, tres veces más herbicida y hasta nueve veces más insecticida. “El sistema no es sustentable”, afirmó.
El experto en manejo de plagas Daniel Igarzabal explicó que la coevolución es el mecanismo que lleva al desarrollo de organismos resistentes, como la Spodóptera en maíz.
“Los insectos tienen una experiencia de 500 millones de años en la tierra y pasaron fenómenos mucho más graves que la biotecnología. La resistencia no se puede evitar. Hay que trabajar sobre cómo retrasar la resistencia más que sobre los nuevos productos”, dijo.
Gassen coincide con Igarzábal. “La iniciativa privada crece muy bien en las cosas que generan plata, pero hay zonas en las que la función pública está fallando. No hay centros regionales de identificación de malezas o plagas, de estudio de las dinámicas poblacionales. Falta conocimiento en biología, debemos involucrarnos más con el ambiente”, dijo. Luego, aseguró que no hay tecnología capaz de superar la selección natural de los procesos de las poblaciones, y remarcó: “Uno puede ser dueño de la molécula, de la patente de biotecnología, pero no del ecosistema”.
De cara al futuro, Igarzábal dijo que hace falta regulación por parte del Estado. “No puede ser que en la Argentina nadie haga refugio”, lanzó.
Según una encuesta realizada por el técnico en Entre Ríos, solo el 2% de los productores hace refugio, mientras que en Uruguay el 98% lo respeta, porque si un inspector advierte lo contrario las sanciones son muy duras.
“El segundo punto es el aumento de la biodiversidad. Veinte millones de hectáreas de un solo cultivo condicionan la sustentabilidad. La diversidad asegura la estabilidad”, afirmó.
Y llamó a repensar los sistemas y buscar una nueva definición filosófica. “Hay que pensar en términos de una competencia con las plagas; que no es lo mismo que una guerra. A una guerra se va con armas, pero para ganar una competencia se necesita entrenamiento”, explicó. Y luego añadió: “El control biológico debe ser la primera carta a jugar”.
“Los que hace la diferencia son los procesos -dijo Gassen-. En Brasil hay un 90% de abandono de los lotes en el otoño. Hay que incorporar la cobertura permanente, estamos pensando poco en la estructura del suelo. Además, hoy hay una base genética estrecha, son todas semillas hijas del mismo padre, y eso es provocar a la naturaleza”.
Y finalizó Grosso: “Estoy convencido deque hay que romper paradigmas, se vienen grandes cambios productivos y organizacionales. Hoy se necesita más conocimiento por hectárea. Las redes de especialistas trabajando en el campo van a incorporar mucho valor”.
"La naturaleza siempre manda"
Marcelo Carmona, profesor de Fitopatología en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), estuvo presente en la reunión organizada por Carlos Grosso en el centro de Santa Fe y fue contundente respecto de los errores que llevaron a la encrucijada agronómica actual.
“Se han utilizado muchas monomoléculas, se han bajado las dosis, se han incrementado las dosis, se han usado fungicidas e insecticidas sin criterio, por las dudas, acompañando los famosos chorritos de piretroide o de carbendazim, hemos evitado la formación de refugios especialmente para los eventos biotecnológicos y, fundamentalmente, hemos pensado mucho en la rentabilidad y poco en crear un programa de resguardo de futuras fallas que pudieran tener las tecnologías”, afirmó. Y continuó: “Resulta una paradoja que la agricultura argentina haya transitado con tantos éxitos en ciencia, tantos éxitos en biotecnología, y hoy corra la sensación de que haya un peligro en parte de la agricultura”.
Con vistas al futuro, el especialista dijo que hay que considerar el monitoreo como un valor agregado de la agricultura, utilizar siempre moléculas que tengan base científica y no caer en el uso de monomoléculas de productos.
“Dos mil millones de litros de glifosato se utilizan por año en la agricultura, y eso significa que irremediablemente algo iba a suceder porque la naturaleza siempre manda. Evidentemente, necesitamos repensar el sistema productivo”, remarcó.