Es menos evidente el modo en que la política está influyendo sobre la investigación de esa muerte. Sin embargo, si se corre el velo de los procedimientos judiciales asoma una descomunal disputa de poder. En ella se juegan posiciones electorales, presiones corporativas y extorsiones mafiosas.
El campo de batalla es extensísimo: atraviesa el Poder Ejecutivo, los tribunales y hasta roza a la Universidad de Buenos Aires. Es un ajedrez incomprensible, salvo que se advierta que las dos causas de las que es sujeto Nisman, la de su denuncia y la de su muerte, están entrelazadas.
El Gobierno necesita que la Cámara Federal respalde al juez Rafecas y desestime la denuncia del fiscal. Si la acusación fuera consistente, Cristina Kirchner estaría imputada por un crimen de lesa humanidad. La Cámara de Casación estableció, en el caso Galeano, que cualquier delito ligado a la investigación del atentado contra la AMIA reviste esa gravedad.
Es una discusión crucial porque, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los jueces no pueden negarse a investigar un crimen imprescriptible, como hizo Rafecas. Se entiende, entonces, que la Casa Rosada esté buscando un armisticio con el frente judicial. Hasta ahora sólo consiguió fisurarlo. Basta dar dos ejemplos: el fiscal Pollicita enfrentó a Rafecas por haber rechazado su escrito, y Rodolfo Canicoba Corral se trenzó con Pollicita por haber apelado ese rechazo. Magistrados más o menos imparciales ven detrás de estas peleas alineamientos con Scioli, Massa o Macri.
La tenaza kirchnerista avanza sobre el fiscal Moldes, al que se quiere recusar por haber homenajeado a Nisman, algo que también hizo Rafecas en su fallo. Además, habrá "gestiones" ante la Cámara Federal que decidirá si se sigue o no investigando. ¿Quiénes la integrarán? Eduardo Farah y Jorge Ballestero podrían excusarse porque, en su momento, declararon inconstitucional el acuerdo con Irán, aun cuando elogiaron las intenciones del Gobierno.
La señora de Kirchner necesita que la presentación de Nisman sea rechazada por un motivo más urgente. Para quedar desligada del fallecimiento del fiscal conviene desmerecer la denuncia. Si era inofensiva, ¿para qué matarlo? Al revés: Nisman, abochornado, pudo pensar en suicidarse. Éste es uno de los cruces de ambas causas.
En medio de esta controversia irrumpieron Sandra Arroyo Salgado y la tesis del asesinato, ahora basada en la crítica que sus peritos realizaron de la autopsia. Esos expertos dijeron que "resulta poco probable dentro de lo posible que la modalidad sea suicida". Arroyo Salgado enfatiza el "poco probable". El Gobierno prefiere el "dentro de lo posible". Florencio Randazzo aprovechó el diferendo para abrir otra brecha en el Poder Judicial. Dijo que, si la querellante está disconforme con la autopsia, debe quejarse ante el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, de quien dependen los forenses que la realizaron.
Este debate enmascara otro conflicto: Arroyo Salgado disputa con el Gobierno el fuero donde debe investigarse la muerte del fiscal. Si lo de Nisman fue un asesinato, debería ser la justicia federal. Es lo que pretende Arroyo Salgado, quien desde el primer momento descartó el suicidio y objetó a la jueza Fabiana Palmaghini y a la fiscal Viviana Fein. Para denunciar la presunta intimidación que habría recibido Nisman en un ejemplar de la revista Noticias, recurrió al juez federal Luis Rodríguez, quien tramita un expediente donde aparecen, además de amenazas, informaciones inconvenientes para ella y para el ex espía Antonio Stiuso.
La obsesividad de la ex mujer de Nisman está justificada: actúa en nombre de sus hijas. Sin embargo, en el entorno de la señora de Kirchner creen que, además de expresar a la familia, ella representa a Stiuso. Para explicar esta dependencia el kirchnerismo es capaz de autoincriminarse. Los gestores tribunalicios de Olivos explican que Arroyo llegó a jueza federal de San Isidro por recomendación del ex espía. Omiten que el pedido fue aceptado por Néstor Kirchner, que desairó al intendente Gustavo Posse, con quien había pactado la cobertura del juzgado. Para ese entonces, Kirchner ya estaba seducido por Stiuso. El espía lo fascinó el 1° de abril de 2004, cuando consiguió desviar hacia el Congreso la marcha que Juan Carlos Blumberg dirigía hacia la Casa Rosada. Stiuso había intimado con Blumberg durante la investigación del asesinato de su hijo. Cuando, tres meses después, Gustavo Beliz lo describió como un agente tenebroso, Kirchner ya tenía decidido por quién se inclinaría.
Olvidados de aquella designación de Kirchner, los colaboradores de la Presidenta ven en Arroyo Salgado a una autómata de Stiuso. Por eso creen que pretende llevar la investigación al juzgado de Rodríguez, a quien también suponen leal al ex director de Inteligencia. Quieren evitarlo, porque sospechan que Rodríguez involucraría en la muerte de Nisman a los enemigos del espía despedido: Fernando Pocino, director de la ex Side; César Milani, jefe del Ejército, y, por supuesto, la señora de Kirchner. Elisa Carrió marcó ese derrotero cuando dijo: "Milani, no me mate". Le contestó Carlos Zannini: "Trabaja para Stiuso".
Cristina tiene razones para fantasear este calvario: ella y su esposo se sirvieron de mecanismos similares en contra de otros. ¿O no celebraban cuando Arroyo Salgado, con el auxilio de Stiuso, acosaba a Ernestina Herrera de Noble por la falsa apropiación de dos hijos de desaparecidos? El temor a que el caso Nisman aterrice en el juzgado de Rodríguez hace que el kirchnerismo vapulee a la jueza de San Isidro por sostener lo que su jefa afirmó desde un comienzo: que el fiscal fue asesinado. Como si la muerte de Nisman fuese un acordeón, ahora conviene la teoría del suicidio.
Henry Kissinger sostuvo que "también los paranoicos tienen derecho a tener enemigos". Tal vez a Arroyo Salgado y a Stiuso les convenga que el deceso del fiscal sea examinado en un fuero más confortable. Delante de la fiscal Fein ya declararon Stiuso y quien fue director de Análisis de la ex SIDE, Alberto Massino. La aparición de Massino plantea varios interrogantes. Este agente era el responsable político del espionaje. Además de examinar la información, solía derivar a los medios oficialistas, sobre todo a Página 12 y Tiempo Argentino, las campañas contra dirigentes opositores o periodistas críticos. También ordenaba seguimientos para grabar conversaciones. ¿Qué tenía que ver todo esto con el trabajo de Nisman? Massino dijo que el fiscal lo llamó la tarde anterior a su muerte para localizar a Stiuso. ¿Hablaron sólo de eso durante 12 minutos?
Lo más importante de la declaración de este ex funcionario es que, igual que Stiuso, dijo que Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, los dos "pingüinos" que dirigían la ex SIDE, conocían las escuchas que Nisman analizaba. Además de ponerse a salvo de un reproche por deslealtad a la Presidenta, Stiuso y Massino sugirieron que el Gobierno estaba en condiciones de saber que el fiscal preparaba una denuncia. Por lo tanto, podría tener interés en reemplazarlo. Y Nisman habría precipitado su presentación para evitarlo. Stiuso debe estar interesado en desmentir a Cristina Kirchner, que lo culpó de haber instigado a Nisman a acusarla, en represalia por su despido de la ex Side. Stiuso declaró ante Fein que él no había colaborado, ni estaba de acuerdo con la denuncia de Nisman. Allegados a él quieren hacer creer que cuando le dijo a Noticias: "Hay alguien que tiene mi teléfono, pero prefirió no usarlo", se refirió al fiscal, de quien se habría distanciado.
Stiuso pretendería demostrar que no fue el motor sino la víctima de la imputación contra la Presidente. Simple: él habría pactado con Oscar Parrilli una salida pacífica de la ex SIDE, pero la denuncia del fiscal habría enardecido a Cristina Kirchner, que ordenó investigarlo por presunto contrabando. Stiuso está inquieto y permanece fuera del país. Santiago Blanco Bermúdez, su abogado, se pregunta por qué la SIDE, que no es parte en la causa Nisman, obtiene información de Migraciones sobre los movimientos de su cliente. Sencillo: a Stiuso le están aplicando el método Stiuso. Sólo que para espiar este jubilado movía menos la ligustrina.
Recién cuando Larcher declare ante Fein se sabrá si la señora de Kirchner conocía que Nisman preparaba una denuncia. Según un diputado opositor de su confianza, Larcher está aterrorizado. Ya no cuenta con la solidaridad de Stiuso, a cuyo abogado visitó hace una semana. Tampoco lo protege la Presidenta, que lo considera poco menos que un traidor. Además, tendrá que exponer su rostro ante la prensa, ya que no ha sido funcionario de carrera. Lo único que falta es que, como en el caso de Stiuso, el Gobierno decida investigar su patrimonio.
La pesquisa de la muerte de Nisman lleva en sus pliegues otra investigación involuntaria sobre la muerte de la ex SIDE. Hasta el vicerrector de la Universidad de Buenos Aires, Darío Richarte, abogado de funcionarios con problemas, decidió pedir licencia por sus vinculaciones con Stiuso, que la izquierda ha comenzado a denunciar. Este entramado inspira otra pregunta: ¿cuántos secretos de ese submundo donde se ligan Justicia y espionaje guardan los teléfonos y las computadoras del fiscal, que Arroyo Salgado se resiste a analizar?.