En la Argentina de la "década ganada", una y otra vez se vuelve sobre los mismos temas, que son, por supuesto, los mismos graves problemas que nos aquejan, aunque los dirigentes políticos que en diciembre cesarán su mandato no acusen recibo de ellos.
La desnutrición sigue escandalosamente cobrándose víctimas en nuestro país. Y existe la paradoja de que, cuando se dan a conocer nuevos datos como, por ejemplo, las recientes muertes por desnutrición en Salta, se lo hace con dolo manifiesto, porque las estadísticas oficiales son manipuladas. Ése fue el caso de la secretaria de Nutrición y Alimentación de Salta, Cristina Lobo, que debió renunciar después de decir, en un programa local de TV, que el Ministerio de Salud provincial no es "un obituario, no tenemos que estar publicando nosotros los casos". Sin embargo, también había reconocido que en su provincia hay 1922 menores de cinco años desnutridos.
Aunque se quieran ocultar las muertes y las estadísticas, lo cierto es que no se trata nunca de "casos aislados", como tan desafortunadamente quiso caracterizarlos el ahora ex jefe de Gabinete Jorge Capitanich. Esta realidad que se pretende ocultar ha sido, en cambio, denunciada por el presidente de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, cuando señaló: "Hay situaciones de desnutrición infantil en varios lugares del país. Esto a veces toma estado público y otras queda en lo oculto de una zona, o parecieran muertes por alguna enfermedad, pero siempre son decesos vinculados a la pobreza o a no tener la alimentación adecuada". Otra conclusión de Lozano fue que no siempre la desnutrición en los niños termina en la muerte, pero que "deja otras secuelas o consecuencias", igualmente importantes.
Ya el doctor Abel Albino, fundador y presidente de la Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin), ha advertido en innumerables ocasiones que justamente la desnutrición les "roba" el futuro a los niños, porque los daña física y mentalmente, muchas veces de manera irreversible. Por ejemplo, en el caso de Mauricio Lucas, de poco más de dos años, de la localidad de Santa Victoria Este, en el norte salteño, la criatura había ingresado al hospital con un cuadro de gastroenteritis, pero además sufría anemia e ictericia. Con su muerte, a causa de un paro cardiorrespiratorio, la provincia sumó cinco muertes de bebes desnutridos en pocos meses.
Finalmente, ante esta realidad que ya era imposible seguir ocultando o hasta justificando, el Ministerio de Salud de la Nación envió un equipo de neonatólogos, obstétricas, pediatras, nutricionistas, epidemiólogos, especialistas en salud sexual y gestión, y también médicos comunitarios e integrantes del programa Sumar, es decir, la ampliación del Plan Nacer, que desde 2005 brinda cobertura de salud a la población materno-infantil.
No es posible seguir viajando por el mundo y vanagloriarnos, como lo hizo la presidenta Cristina Kirchner en China, de que podemos alimentar a millones de personas. El contraste con lo relatado más arriba es de una violencia inédita e irrefutable: ya no somos más ese "granero del mundo", o, en todo caso, deberemos hacer los esfuerzos consiguientes para volver a serlo. Porque si en la Argentina hay niños que mueren por desnutrición, subnutrición (o hambre crónico) o mal nutrición, la responsabilidad es de toda la sociedad, pero en primer lugar del Estado, y de los gobiernos nacional, provinciales y municipales. Nos hallamos ante otro fracaso de gestión, que debe avergonzarnos, pero, al mismo tiempo, darnos fuerzas para aceptar la situación y trabajar para revertirla lo más rápido posible antes de que se cobre más vidas inocentes.