Fue elocuente, a través de las tres horas y cuarenta minutos durante los que habló. Todo un récord en términos históricos para nuestro país. No así para líderes populistas latinoamericanos contemporáneos, como Chávez o el mismo Fidel Castro.
La agresión estuvo presente más que el elogio, como ha sido su constante a lo largo de más de siete años de gobierno. Hay más precisión en delinear los adversarios o enemigos, que en buscar aliados o captar a los neutrales.
En lo internacional, Israel fue criticado porque supuestamente no reclama por el atentado contra su Embajada de 1992 y sólo lo hace por el de la AMIA de 1994. EE.UU. fue mencionado indirectamente, cuando al defender el acuerdo con China, dice que la potencia asítica se trata de un país que invierte a diferencia de otros "que nos sacaban" en los tiempos de las "relaciones carnales".
Con la justicia, no tuvo reparos. Criticó directamente a la Suprema Corte, por demoras en la investigación de los atentados de los años noventa y en el encubrimiento de los mismos. A los jueces también los cuestionó en conjunto, por no haber hecho nada contra los que saquearon el país. Insistió con sus tesis del Partido Judicial, aunque el reciente fallo del juez Rafecas, haya sido favorable al gobierno en sus efectos políticos.
Los buitres también estuvieron presentes en la crítica y en más de una oportunidad. Los medios también fueron blanco, aunque menos que en discursos anteriores.
Anunció que enviará nuevos proyectos de ley al Congreso, con lo cual anticipa su intención de usar las mayorías parlamentarias que mantiene hasta el último momento, como ha venido haciendo hasta ahora. La estatización de los ferrocarriles, que será sancionado en pocas semanas fue ubicado en el marco de la tradición peronista, asemejándolo a la nacionalización de Perón en 1947.
No hubo ninguna autocrítica. Ello permitió a Mauricio Macri que habló horas antes, inaugurando las sesiones de la Legislatura porteña, marcar la diferencia, al asumir que ha gobernado con aciertos y equivocaciones.
Respecto al Congreso, no podía haber reclamos, tras ser 2014 el año record del Kirchnerismo en cuanto a proyectos de ley sancionados. Pero que la seguridad de la Asamblea Legislativa, haya quedada por primera vez a cargo de la Casa Militar de la Presidencia, es un símbolo de cuanto ha cedido el Congreso de sus propias prerrogativas en manos del Ejecutivo.
La calle, fue un ámbito que complementó el mensaje político de los discursos. La Presidenta bailó al llegar entre sus militantes, confirmando que no hace caso a las críticas que ha recibido por hacer uso de esta modalidad en espacios o momentos institucionales. Los carteles de la militancia tuvieron mensajes claros: "Cristina somos todos", en respuesta a la convocatoria de los fiscales por Nisman y "Yankees ni se atrevan", expresando el supuesto intento de desestabilización al cual la Presidenta ha hecho alusión en más de una oportunidad en los últimos días.
Que la Presidenta no cede en ningún terreno, lo puso en evidencia la reaparición de Luis DElia al frente de sus militantes en la Plaza del Congreso. Se trata de la figura más polémica del oficialismo en estos días, entorno al caso Nisman. Se optó por alejar a Boudou, aunque ello haya herido la sensibilidad uruguaya, pero se mantuvo la presencia de DElia, que pudo haber estado ausente con una simple indicación desde el poder.
La movilización de la militancia aportó calor. Pero el 1M de Cristina, puede discutirse si fue un décimo o un quinto del 18F. Sus partidarios mostraron mucho más aparato que entusiasmo o es pontaneidad.
No fue un discurso de despedida. Fue una manifestación más de la Presidenta en su batalla política. En todo caso, anticipa un repliegue, más que una retirada.