Ocurrió cuando desde bancas de la oposición, entre las que figuró la del diputado Claudio Lozano, aparecieron pancartas sobre el atentado en la AMIA. Afloró entonces el auténtico perfil de la Presidenta, vehemente, peleador e intolerante. Ingresó en un fangal que había evitado, refirió a la muerte del fiscal Alberto Nisman, a su denuncia de encubrimiento y atacó al Poder Judicial. Afirmó que los jueces –salvo Justicia Legítima, claro— se apartaron de la Constitución.
El enojo de Cristina y su resentimiento –dijo por primera vez a 42 días de producida, que lamenta la muerte del fiscal como la de cualquier persona— se entendería por el brusco contraste de las situaciones vividas. Le prepararon y disfrutó una fiesta, la última en estas circunstancias, incluida una multitudinaria movilización que no se privó de ninguna de las viejas maquinarias pejotistas. Pero que demostró voluntad y compromiso para permanecer ante el Congreso y escuchar un mensaje que tuvo apenas cuatro picos de fervor. Saludó entusiasmada y hasta danzó en las escalinatas. Adormeció a los presentes con los logros económicos y sociales de su gestión (las playas llenas de gente) hasta que irrumpió otro rostro de la realidad. Pasó sin escalas de Cristilandia a la antesala de un infierno.
Quedó, pese a todo, boyando una duda. También entre los opositores. ¿Habría estallado Cristina y arremetido contra el Poder Judicial, como lo hizo, si no hubieran surgido los carteles de la AMIA? ¿Estaba prevista su referencia a la muerte de Nisman? Sobre la primera cuestión no podría existir una respuesta irrebatible. Acerca de la tragedia del fiscal se advirtió que llegó preparada, con el inestimable servicio político que le brindó Daniel Rafecas, 72 horas antes, con el fallo que desestimó la denuncia por encubrimiento terrorista, sus carpetazos para escrachar a miembros del Poder Judicial que no comulgan con ella, y algunas disgreciones dignas de novelas policiales.
Tal vez Rafecas tenga razón con sus argumentos jurídicos. Tal vez el fiscal Gerardo Pollicita, que imputó a Cristina y Héctor Timerman, pueda vacilar ahora de apelar la desestimación después de observar la desangelada imagen presidencial del epílogo. Pero hay detalles que revelarían la importancia que encerró para el Gobierno la decisión de aquel magistrado. Dos diarios oficialistas reprodujeron con suplementos especiales del domingo la resolución completa.
Al defenderse por la interpelación sobre el atentado en la AMIA, la Presidenta elaboró una verdadera ensalada argumental. Para eso poseería indiscutida habilidad. Se victimizó primero como una vieja luchadora sobre el esclarecimiento del ataque. Lo fue, es cierto, mientras se desempeñó como legisladora y primera dama. Pero a medida que se arrimó al poder se fue distanciando del conflicto. ¿Podría decir, por ejemplo, cuantos años hace que se ausenta de cada recordación? Hasta dejaron de asistir sus funcionarios.
Para ratificar un compromiso que con el tiempo se diluyó hasta desaparecer desde la firma del pacto con Irán, incurrió en una notable contradicción. Cuando habló por cadena nacional, ataviada de blanco y en silla de ruedas, una semana después de la muerte del fiscal, mostró documentos según los cuales Nisman no había sido designado por Néstor Kirchner para investigar el atentado en la AMIA. Adujo que había correspondido al Procurador General Alterno, porque el titular de esa época, Esteban Righi, se había excusado. Ayer interrogó sueltita de cuerpo al plenario de autoridades y legisladores: "¿A nosotros nos van a acusar de encubrimiento terrorista que nombramos especialmente a Nisman para que se ocupara de la investigación?". La clásica manipulación de los hechos.
Para sortear el trance espinoso, como suele hacerlo, encendió varios ventiladores a la vez. Cuestionó con dureza a la Corte Suprema, sembró graves dudas sobre el papel de Israel en el ataque de la Embajada en Buenos Aires en 1992 y justificó el Memorándum de Entendimiento con Irán a partir de explicaciones geopolíticas que parecen agradarle. Aunque suenen, muchas veces, tocadas de oído.
Ricardo Lorenzetti, el titular de la Corte Suprema, quedó pagando cuando la Presidenta preguntó en que quedó el caso de la Embajada investigado por esos jueces. "No miren para acá, miren para otro lado", instó en alusión a las acusaciones sobre encubrimiento.
De inmediato llegó la lección Lerú de geopolítica. Cristina regresó con la tesis sobre que nuestro país podría estar siendo utilizado como teatro de disputas ajenas. Y colocó a la AMIA en el centro de la conjetura. Mencionó como posibles actores a Washington, Israel y parte del mundo árabe (Siria y Egipto). Rogó sorprendentemente para que los argentinos no se dejen enmarañar así. ¿Quién decidió firmar el Memorándum de Entendimiento con Irán? ¿Quién repuso a la Argentina en el peor lugar de la escena mundial, después de aquella infortunada jugada de Carlos Menem en la Guerra del Golfo, que derivó en los dos peores atentados terroristas? Los labios de Cristina acostumbran siempre a funcionar más rápido que su cabeza y su memoria.
La descolocación internacional de la Presidenta quedó desnuda cuando sucedió el salvaje ataque terrorista a la revista parisina de humor Charlie Hebdo. Tan mal se comportó que François Hollande suspendió una visita oficial al país. Pretendió compensarlo al repudiar en diciembre el terrorismo del grupo ultra Boko Haram en Nigeria, que pasó de largo para la mayoría de Occidente. Pero en enero se repitió otro episodio similar y la Cancillería permaneció muda. Lo mismo que cuando en febrero hubo otra incursión del terrorismo en Dinamarca ligada al caso Charlie Hebdo.
Parece claro que Cristina decidió cerrar su ciclo prescindiendo de EE.UU. y
la Unión Europea para incorporarse, en hipótesis, a un nuevo diagrama mundial en
el cual figurarían Venezuela (el kirchnerismo respaldó la represión de Nicolás
Maduro), China, Rusia e Irán. Nadie conoce en qué condiciones formaría parte de
ese complejo entramado, aunque ciertas pistas hay. Una sería el Memorándum de
Entendimiento. La arbitrariedad presidencial llega a tanto, en su afán por
explicar lo inexplicable, que endilgó sólo a Washington la negativa de
incorporar el pacto por la AMIA a su agenda bilateral de negociaciones con Irán.
Es oficial: Teherán también su opuso.
En medio de ese cuadro, la Presidenta descalificó a aquellos opositores y
empresarios que objetan sus recientes acuerdos económicos con China. Según ella,
el gigante de Asia ofrecerá a la Argentina lo que EE.UU. y la Unión Europea le
niegan. Valdrían dos precisiones. El maridaje con Beijing nació de las
debilidades financieras objetivas de nuestro país. Las reservas del Banco
Central. No hubo plan estratégico previo. China tampoco funciona como un
ministerio de Acción Social. Sería bueno que el Gobierno repasara muchas de sus
inversiones en Centroamérica o su ingreso a veces devastador en África, como en
Congo, Guinea y Togo.
La continuidad o modificación de esas cuestiones, según ella mismo lo admitió, quedaría para el gobierno venidero. No sucedería lo mismo con el Poder Judicial que la investiga por corrupción y los medios de comunicación que no le obedecen. Esas batallas las seguirá dando con mano propia hasta el último día de mandato.