Tenemos, en suma, la sensación de que, precisamente, el 18-F se nos reveló un aspecto de nosotros mismos que no habíamos tenido en cuenta hasta ese momento y que, sin embargo, resultará capital para comprendernos de ahora en adelante.

En la jornada del 18-F, recordemos, una multitud de argentinos marchó por las calles de Buenos Aires y de otras ciudades, no ya para increpar o protestar, sino para adherir en silencio a un credo que a todos contenía. ¿Lo llamaremos el credo de la argentinidad?

La jornada del 18-F no fue convocada por nadie en particular y, sin embargo, estuvo en medio de nosotros de improviso, como si la hubiéramos estado esperando desde hacía un largo tiempo. ¿Habría que concluir que esta gigantesca coincidencia multitudinaria fue sólo obra de la casualidad o detrás de ella asomaba un destino?

Los argentinos, de golpe, nos hemos declarado la paz. Pero antes del 18-F no nos habíamos declarado la guerra. Vivíamos, más bien, en estado de recíproca indiferencia. Hasta que, superando invisibles restricciones, nos convocó misteriosamente la argentinidad.

Pero ¿qué es la argentinidad? Es el lazo invisible que nos ata a nosotros mismos. Los pueblos de larga historia han debido cultivar esos lazos a veces a lo largo de esfuerzos y de sacrificios colosales.

¿Hemos sido milagrosamente eximidos de ellos? ¿La Argentina nos ha sido demasiado venturosa, demasiado "fácil"?

Esta supuesta "facilidad" de la Argentina, empero, ¿no ha sido a lo mejor una engañosa tentación? Tengamos en cuenta por lo pronto que uno de cada tres argentinos vive en condiciones de pobreza. ¿Es esto el resultado de la casualidad o de la negligencia? ¿Cuánto nos importa a los que estamos mejor la suerte de los que están peor?

Pero, en definitiva, ¿qué es estar mejor? ¿Es estar mejor en relación con lo que estábamos? ¿Es ser mejor también para los demás? El camino del esfuerzo es largo y accidentado. ¿Lo hemos aprendido en verdad los argentinos?.