Casi a diario, el Gobierno va cimentando el “plan primavera” de Axel Kicillof en el intento de recuperar el alicaído nivel de actividad económica antes de las elecciones de octubre.
El esquema, que se viene afinando desde octubre con el atraso del dólar oficial frente a la inflación, no escapa a otros intentos preelectorales que buscan dinamizar el consumo vía un aumento del endeudamiento.
En otras palabras, primero anclar al dólar para serenar las subas de precios de los alimentos. Después, dejar que los aumentos salariales que surjan de las paritarias superen la inflación prevista y, simultáneamente, conseguir financiamiento para permitir que al Banco Central le crean que puede mantener quieto el dólar y, también, financiar el pago de importaciones que permita aumentar la oferta de bienes para los consumidores.
El esquema parece cerrar en el corto plazo y ayer el presidente del Banco Central, Alejando Vanoli, le puso el moño al decir que había que aflojar la política de desendeudamiento y salir a tomar deuda.
En realidad, hace mucho que el Gobierno tomó la decisión de abandonar el
desendeudamiento y abrió casi todas las compuertas con el objetivo de conseguir
dólares como sea.
El préstamo de China al Banco Central, del que ayer ya había ingresado el equivalente a US$ 3.500 millones y a corto plazo llegaría a US$ 6.000 millones, es el reflejo más evidente de la búsqueda desesperada de fondos, con consecuencias para el Gobierno que venga.
Ese acuerdo con el banco central chino tiene como característica que entra
rápido, y con el compromiso de devolverlo al año de haber ingresado.
Una idea de la magnitud de la importancia de ese crédito para el Gobierno es
que, según los cálculos del Estudio Bein, a fin de año los yuanes chinos podrían
representar el 25% de las reservas del Central y todo a devolver a corto plazo.
La otra fuente inesperada del financiamiento oficial la está generando la falta de cumplimiento del fallo del juez Thomas Griesa de Nueva York. Por ese incumplimiento, el Gobierno se estaría ahorrando ya el pago de US$ 3.000 millones que aún siguen computando en las reservas del Central.
Es a partir del monto de esa fuente de financiamiento inesperado que el Gobierno optaría por seguir con su política de enfrentamiento ante los bonistas que no entraron a los canjes de deuda de los años 2005 y 2010. Y que el problema lo resuelva el que venga.
También el Gobierno consiguió financiamiento por unos US$ 1.500 millones con la colocación de un bono atado al precio del dólar oficial que le dio cobertura cambiaria a los bancos y le permitió aquietar las aguas del dólar paralelo y el denominado “contado con liquidación”.
Desde ya que el plan de financiamiento tiene como base la fuerte emisión del Banco Central para cubrir el déficit del Tesoro, que determina que el ente de emisión del país está prácticamente quebrado. Un Banco Central con patrimonio negativo será otra de las herencias pesadas que recibirá el próximo gobierno. Pero, a corto plazo, el que está tendría pensado seguir castigándolo con intensidad a fuerza de emisión y colocación de letras a tasas altas (26% anual) para evitar un desborde de pesos que alimente la inflación.
En las últimas semanas, además, el Gobierno comenzó a gozar de una corriente de ingreso de fondos al calor de lo que se considera uno de los principales activos financieros del oficialismo: sólo le quedan diez meses de gestión.
La expectativa de que el gobierno que venga intentará solucionar varios problemas serios cómo el atraso cambiario y el déficit fiscal le otorga al actual la posibilidad, por ejemplo, de salir a corto plazo a colocar bonos Bonar XXIV (ver página 18) y obtener, probablemente, unos US$ 1.500 millones.
YPF se endeuda al 8,75%, la Nación lo haría tal vez al 8% anual (casi un punto menos que hace dos meses, pero tres puntos arriba de Uruguay), y también saldrán a buscar fondos las provincias en una carrera para no quedarse atrás y poder financiar alguna recuperación del consumo antes de octubre.
El Gobierno le encargó a dos gigantes financieros (JP Morgan y Deustche) un tanteo para analizar la posibilidad de colocar “rápido” el Bonar XXIV (con ese título le pagaron a Repsol la confiscación de YPF) y aprovechar una situación: hoy los bonos argentinos son una “vedette” a nivel financiero por el alto rendimiento en un mundo de tasas cero.
Pero también busca que sea rápido para no correr riesgos de empantanamiento antes del 3 de marzo, cuando habrá una nueva audiencia en Nueva York en la oficina del juez Thomas Griesa para definir el pago de bonos con legislación argentina que tiene que canalizar el Citibank.
Allí, el meneado tema del default volverá a estar sobre la mesa de las discusiones pero difícilmente refleje un cambio de actitud del gobierno argentino.
Con entrada de dólares y dólar atrasado el “plan primavera” de Kicillof (distinto del de Alfonsín del 88 pero con el mismo objetivo de patear la pelota hacia adelante lo más lejos posible) se asentaría en tres variables: el dólar oficial subiendo sólo 15% en el año, la apuesta a que la inflación se asiente en torno del 25%, y aumentos salariales del 30% con subas de hasta 38% en jubilaciones.
Con esa base, la apuesta es a una recuperación de la demanda en el corto plazo y a un aflojamiento del cepo para el pago de importaciones.
En este esquema, ahora el Gobierno y los importadores estarían del mismo lado y el Central debería aflojar en las próximas semanas el torniquete de los pagos al exterior.
La cartas están dadas vuelta: la Presidenta impulsa el plan de pago en 12 cuotas y llama a la gente a endeudarse en vez de ahorrar.
Kicillof atrasa el dólar y manda a su equipo para que salga a coro a afirmar que no habrá una devaluación brusca como el salto del 20% del dólar que aplicaron a comienzos del año pasado, y a decir que la intención oficial es que la tasa de los depósitos a plazo fijo sea más rentable que comprar dólares.
Este “plan primavera”, se ha dicho, intentará ganar tiempo por la vía de un mayor endeudamiento, sea con China, por la colocación de bonos o haciendo salir a YPF a buscar fondos.
Vale repetirlo: todo parece válido en un esquema de endeudarse en el intento de que haya más consumo y con la base de atraso cambiario y fuerte déficit fiscal.
Cualquier semejanza con finales de planes primavera o convertibilidad es pura casualidad.