Es estatismo por darle más y más facultades al Estado en la creencia de que él puede hacerlo todo o casi todo mejor que la sociedad civil. Y es faccioso porque tal construcción, improvisada más que fruto de un plan orgánico, se realiza cada vez menos al servicio igualitario de la sociedad, sin perjuicio de la debida prioridad a los más necesitados.
Por el contrario se privilegia a los adictos al impulso de una pasión de acumular un poder que va perdiendo su norte.
El estatismo faccioso se potenció promoviendo desde el Estado la división de la sociedad en bandos. Enfrente, no fueron pocos los que recogieron el guante o aprovecharon para lanzar el suyo. Faltaron pontoneros y proliferaron los zapadores. Desde periodistas y medios hasta trabajadores y dirigentes sindicales, empresarios o religiosos casi no quedó recoveco de la sociedad sin ser objeto del empeño divisionista y del enfrentamiento de compatriotas. El logro de algunos "éxitos" no fue ajeno a jugosísimos aportes económicos estatales a los adeptos. Hubo también fracasos, destacándose el del Poder Judicial gracias a diversas y atinadas reacciones internas y externas a él.
En un contexto de expansión exagerada y difícilmente sostenible del empleo público, los tres poderes del Estado, incluyendo las fuerzas armadas y las de seguridad, se llenaron de funcionarios cuyo rasgo preferido era la lealtad, aunque no fuera acompañada de la idoneidad o la honestidad. Ejemplos clarísimos de faccionalismo fueron premiar con la dirección del Indec a uno de los artífices de haber institucionalizado allí mentiras sin precedente en países comparables y con la jefatura del Estado Mayor del Ejército a un militar acusado de delitos de lesa humanidad, de no haber defendido la Constitución y de enriquecimiento ilícito.
Sin tales manchas, pero con la misma prioridad de la lealtad político-partidaria, se propone de apuro y en la tragedia un candidato para integrar la Corte Suprema.
El ascenso del estatismo faccioso se acentuó con crecientes errores y fracasos. La corrupción se hizo más evidente y descarada; aumentaron raudamente el narcotráfico y sus crímenes; la inflación se convirtió en "política de Estado"; pese a invertir más en educación, los aprendizajes de nuestros estudiantes se deterioraron respecto de muchos países latinoamericanos. En fin: sin agotar un largo listado, el crecimiento económico del país entre 2011 y 2015 ocupará por errores propios el rango 142 entre 153 países emergentes.
La crisis del estatismo faccioso no debe sorprender. Se ha aunado una gestión estatal despreocupada del uso eficaz de los recursos y de la evaluación de los resultados a la creciente asfixia de las tareas de los trabajadores, los empresarios y la sociedad civil. Es la misma crisis la que explica el creciente protagonismo del "relato". En la sociedad mediática, y en su afán de acumular poder sin finalidad clara, la lucha facciosa privilegia adueñarse del discurso aún más que la obtención de resultados y los fracasos se relatan conspirativa y dogmáticamente y con creciente lejanía de la realidad. Mi reino por un relato, podría decirse parafraseando al Shakespeare de Ricardo III.
Además del dolor inferido a su familia, a sus amigos, a los familiares de las víctimas de la AMIA y a la ciudadanía toda, la terrible y muy triste muerte del fiscal Alberto Nisman es el más duro golpe recibido por el estatismo faccioso que nos gobierna y por su relato, al desnudar falencias muy básicas. Custodios que no custodiaban bien justo en las vísperas de que el fiscal defendiera su grave acusación en el Congreso. La Presidenta y sus coreutas asumiendo un indebido rol de fiscales con acusaciones que se cambian día tras día sin llevarlas a los estrados. Un proyecto de reforma de la Secretaría de Inteligencia tan necesario como inoportuno que "descubre" después de una década su uso político vil y con insolencias tales como poner las escuchas telefónicas en manos de la procuradora general seguramente por su manifiesta obediencia debida. En fin, defensa contumaz del acuerdo con Irán, tan difícil de entender como no sea por motivos oscuros, y que no es la única manifestación del arribo del estatismo faccioso a las relaciones exteriores.
Con todo, aun en un momento tan propenso a la desmesura hay que subrayar que, si bien el Gobierno ha sido su principal promotor, el faccionalismo ha encarnado también en sectores sociales o políticos que se le oponen. Clara manifestación de esto es el negar todo logro del Gobierno, en especial el de la mejora del empleo y los ingresos de amplias franjas de sectores muy pobres y de clases medias recientes o frágiles. Aunque bastante menor de la que podría haberse logrado y amenazada hoy innecesariamente, esto es lo que explica ese "núcleo duro" de apoyo al Gobierno que a tantos les cuesta entender. Hace rato que ha llegado la hora de mostrar de manera mucho más clara y sencilla que hasta hoy el diseño del Estado justo, republicano y federal además de representativo, más apto en la promoción genuina y sostenible de los más necesitados y que reemplace al estatismo faccioso que tanto daño ha hecho al país y que, cabe esperar, la muerte del fiscal Alberto Nisman ayude a superar.