"Ya somos muchos los que sabemos cómo funciona esta triste maquinaria." Las palabras de Pablo Echarri podrían haber sumado para el lado que lo hicieron varios de sus colegas angustiados por el túnel oscuro al que ha descendido la Argentina desde el extraño final violento del fiscal Alberto Nisman. Pero no, Echarri sólo las utilizó para desmentir el supuesto escrache que habría sufrido junto a su esposa en un reciente viaje aéreo.
En cambio, Ricardo Darín, que en su momento pasó por la picadora de carne del Facebook presidencial por criticar, se animó a opinar sobre el grave momento por el que pasa el país, al igual que lo hicieron Mirtha Legrand, Susana Giménez, Marcelo Tinelli, Adrián Suar y varios más. El silenzio stampa de los artistas K, en contraste, se vuelve demasiado evidente por ser tan entusiastas y participativos en las fiestas y en las campañas propagandísticas del oficialismo.
Nada nuevo, por cierto. En su Historia del peronismo, Hugo Gambini cuenta que más de 60 años atrás "con escasas excepciones, la gran mayoría de las estrellas cinematográficas optaron por la adhesión al credo oficialista, por temor a que sus imágenes desaparecieran de las pantallas. Los espectáculos programados por el Partido Peronista se poblaron así de personajes familiares"
La atracción entre políticos con poder y artistas famosos es inevitable. El dirigente cree que al arrimarse a la figura célebre puede recibir, por ósmosis, parte de su carisma y de la simpatía que despierta en su auditorio. El artista, por su parte, sabe que el político con cargo es un abrepuertas de oportunidades (contrataciones, publicidad, posibilidades de negocios, etcétera). Para el consagrado es la alternativa de consolidarse como empresario del rubro, con las "ayuditas" de sus influyentes nuevos amigos en el Estado. Al muerto de hambre, que todavía aspira a alcanzar su cuarto de hora de gloria, le resulta aún más crucial pucherear con cierta continuidad y darse corte de sus influencias.
Es una relación absolutamente desigual ya que para el político poderoso prácticamente no hay riesgos. Rodearse de celebridades le da una aureola extra de popularidad que, incluso, lo acompañará en el recuerdo y en los archivos cuando ya su tiempo haya pasado. En cambio, el actor demasiado pegoteado con el poder de turno rifa su prestigio ante la porción de su público que no simpatiza con esas ideas y, a futuro, puede sufrir ninguneos, como le pasó a la actriz Fanny Navarro, caída en desgracia tras la muerte de su protectora, Eva Perón, en pleno peronismo, y más perseguida aún tras el golpe de 1955.
La Asociación Argentina de Actores, que suele expedirse sobre todo tipo de asuntos en perfecta sintonía con el Gobierno, tardó cinco días en manifestarse sobre el tema Nisman y sólo lo hizo plegándose pasivamente al comunicado de la CTA, que se muestra más preocupada por la "restauración liberal", supuestamente en ciernes, que en dilucidar si estamos en presencia de un crimen de Estado.
Catorce millones de pesos es una parva de billetes que la mayoría de los argentinos no verá junta jamás. Sin embargo, esa cifra -más precisamente $ 14.500.000- es la otorgada a productoras como las de Sebastián Ortega, Fernando Sokolowicz, Claudio Villarruel-Bernarda Llorente y las hermanas Melina y Julieta Petriella (aclaración necesaria: $ 14.500.000 para cada una de estas firmas). A cambio de tan salado estipendio, al que contribuiremos con nuestros impuestos, los susodichos nos regalarán producciones televisivas que iremos viendo en los próximos tiempos.
La mano magnánima que provee estos generosos fondos proviene insólitamente del Ministerio de Planificación, cuyo titular, Julio De Vido, acaba de ser catalogado como "el principal productor y financista de series, documentales y ficciones televisivas de la Argentina", según el pormenorizado informe del sitio www.eliminandovariables.com.
La investigación vino a convalidar algo que ya se sabía: el sector extrapartidario que ha funcionado más cohesionado y fervoroso en torno del Gobierno es el de los artistas. En circunstancias como las actuales, ese apoyo incondicional -ahora expresado en un significativo silencio- resulta clave.
La multiplicación de señales televisivas, el crecimiento de la ficción audiovisual promovida por el Estado y la mayor cantidad de recitales públicos llevó más trabajo y mejor paga a los trabajadores del espectáculo.
Aunque se constata un patrón a la hora de convocar figuras: los artistas que se repiten, con pluriempleos fijos o que son llamados con más intensa frecuencia, son los que exhiben mayor militancia pública a favor del Gobierno. En sintonía, Papá Noel De Vido, según Eliminando Variables, ya está contratando "al menos 457 artistas, con cachets que van desde los $ 20.000 hasta el millón de pesos". Billetes en cantidad para todos y todas.
La prescindencia en la grave encrucijada actual de los artistas cooptados no sería, de ese modo, tan casual. Probablemente no sea el mejor papel de sus vidas, pero hay que reconocer que representan un silencio muy expresivo.