Un año de caída de la actividad cada cuatro años aproximadamente. Desde 2003 no hemos tenido ninguna crisis, pero sí dos años de caída de la actividad económica agregada. En 2009, como consecuencia de una caída significativa de la producción agrícola, producto de la sequía de ese año y del shock externo negativo que provocó la crisis de las hipotecas subprime. Y en 2014. Pero en 2014 las razones no están en un shock climático o externo. Hay que buscar sus causas en el agotamiento del modelo populista aplicado desde 2002.
El kirchnerismo no fue una variante superadora del tradicional populismo macroeconómico latinoamericano. Sólo tuvo la suerte inicial de condiciones externas excepcionales. El experimento mostró sus límites tan pronto como tantos otros aplicados, sin éxito, en los 70 y en los 80. Fue allá por 2006 cuando el aumento del gasto público acabó con el superávit fiscal, y la inflación hacía su reaparición en la vida diaria de los argentinos. El kirchnerismo por aquel entonces la trataba como una extraña, como si se hubiera "colado" a la fiesta de esos años. Negaba lo innegable. La inflación era, es y seguirá siendo la manifestación más acabada del empecinamiento en sostener un populismo condenado genéticamente al fracaso.
Esta semana, tanto la Presidenta como su ministro de Economía dieron cuenta públicamente, una vez más, de ese empecinamiento. Los dos pusieron bien en claro que el eje de la política económica del Gobierno seguirá siendo el gasto público. Algunos pensarán: "nada nuevo". Después de todo, ya durante el gobierno de Néstor Kirchner, se usaba la máxima de "billetera mata galán" para dar cuenta de cómo el ex presidente construía poder a través del gasto público. Pero en aquellos años, el aumento del gasto, cercano al 40% anual, superaba con creces la inflación. Ahora, el gasto crece a tasas incluso más altas de las que se expandía bajo la administración Néstor Kirchner, pero en línea con la inflación. Así, los beneficios reales de la expansión fiscal resultan cada vez más imperceptibles, y sus costos cada vez mayores. El Gobierno apuesta a que el aumento del gasto público permita sacar la economía argentina de la recesión. Parece no importarle ni la inflación ni la asfixia del sector privado; ni tampoco parece caer en la cuenta de que el descontrol fiscal y la emisión que los financia seguirá sesgando las expectativas hacia un escenario de corrección macroeconómica.
Porque el punto central es que, aun cuando este gobierno no crea que haga falta o no quiera corregir la macro, el trabajo habrá que hacerlo. Para volver a crecer hará falta sanear las cuentas públicas, reordenar los precios relativos y recuperar el equilibrio interno y externo. La estabilidad macro es una condición necesaria para que la economía vuelva a un sendero de crecimiento sustentable, pero esa estabilidad no se logra con más intervenciones de mercados o con la policía. La actual calma cambiaria no es sinónimo ni se le parece a la estabilidad macro. Y, al igual que las anteriores, no será más que una pausa transitoria y forzada si las políticas siguen siendo las mismas.
El Gobierno busca comprar tiempo. Su único objetivo es llegar a diciembre de 2015 con la misma política fiscal y sin que se produzca una brusca corrección macro. La sorpresa de 2014 ha sido que durante la segunda mitad del año el Gobierno se mostró más preocupado por la caída de las reservas y el aumento de la brecha que por la caída de la actividad económica. En el arranque del año, la hipótesis de trabajo era otra: había cierto consenso en el mercado en cuanto a que, una vez que se confirmara la recesión, el Gobierno no se limitaría sólo a aumentar el gasto público, sino que aplicaría un set adicional de políticas expansivas. Sin embargo, no lo hizo. No sólo no volvió a devaluar, sino que extendió el cepo cambiario a las importaciones. Es probable que el default de mitad de año lo haya forzado a revisar sus planes en cuanto a cuidar las reservas, y que el "salto" inflacionario, hasta el 40% anual, lo haya llevado a revisar sus planes en cuanto a evitar una apreciación real del tipo de cambio oficial. Pero un año antes de la finalización del mandato y con una situación real que se sigue deteriorando, cabe preguntarse por cuánto tiempo más podrá, o querrá, el Gobierno seguir adelante con estas políticas.
Hay cierta expectativa acerca de que una negociación exitosa con los holdouts y una rápida salida del default en el primer trimestre del año puedan hacer de 2015 un año distinto al que se está terminando. Amén de que no soy tan optimista respecto de un final rápido y feliz de la saga holdouts, creo conveniente remarcar que ninguno de los desequilibrios fundamentales ni ninguna de las distorsiones que afectan la actividad económica se solucionarán en Nueva York. El modelo populista está agotado y lo máximo que podría lograr el Gobierno es comprarle algo más de tiempo. Pero eso no evitará su anunciado final.