En su reciente discurso en la Cámara Argentina de la Construcción, el
ministro de Economía, Axel Kicillof, afirmó: "Aunque las políticas públicas sean
heterodoxas, no le gusten a los mercados." y el párrafo sigue, pero en esta nota
solo me interesa resaltar la parte de su afirmación en que dice "los mercados".
En primer lugar, llama la atención que un economista, que entiendo fue o es
profesor universitario, hable de "los mercados". Es decir, en plural. Y llama la
atención porque no existe tal cosa como los mercados, existe el mercado. ¿Por
qué? Porque el mercado no es un lugar físico en que un señor gordo, con una
cadena de oro colgando de su bolsillo y un gran habano maneja toda la economía.
Eso es para las historietas. Como decía antes, el mercado no es un lugar físico,
es un proceso. Un proceso para descubrir cómo asignar eficientemente los escasos
recursos productivos para satisfacer la mayor cantidad de necesidades de la
gente.
El mercado no es un lugar físico, es un proceso
Como economista y profesor universitario, Kicillof debería saber que los recursos productivos, capital y mano de obra, son escasos, en tanto que las necesidades son ilimitadas. El primer problema de la economía es determinar dónde asignar ese capital y mano de obra escasos. Pero para eso tienen que saber qué necesita la gente con mayor urgencia. Dicho de otra manera, necesitan saber cómo valora la gente cada bien de la economía y en ese momento, porque la gente va cambiando el valor que le otorga a los bienes a medida que va consumiendo.
Tal vez Kicillof recuerde el ejemplo que suele darse en clase sobre las porciones de pizza. Una persona con hambre come con muchas ganas la primera porción de pizza. Con algo menos de ganas la segunda, la tercera menos, la cuarta tiene menos valor para la persona y tal vez la quinta ya le produzca repugnancia. Es definitiva, el valor que la persona le otorga a la pizza va cambiando a medida que va consumiendo una porción detrás de otra. El valor que le otorga a los bienes depende de las circunstancias.
Esto es lo que ocurre con la economía todos los días. Hay millones de
consumidores que tienen recursos escasos para comprar bienes y servicios pero,
al mismo tiempo, van cambiando sus valoraciones. Cuando una persona compra un
bien o se abstiene de comprarlo está diciendo cómo valora ese bien. El conjunto
de las valoraciones, decisiones de comprar o no comprar, que no es otra cosa que
decidir si valoro más el dinero que tengo o el bien que podría comprar, es el
que determina los precios del mercado y está en la habilidad del empresario
descubrir dónde hay una necesidad insatisfecha para el consumidor.
Él decide qué se produce, en qué calidades se produce,
cuánto se produce, a qué precios se vende. La opinión de la gente no importa
para el que se considera superior al resto de los seres humanos
La batería de controles de precios, regulaciones, prohibiciones, imposiciones, etcétera muestra que Kicillof no entiende el mercado como un proceso. Es más, no entiende que ese proceso lo hace la gente común. Millones de personas que van fijando los precios al comprar o dejar de comprar. Al no entender que es un proceso democrático y hecho por la gente, Kicillof pretende reemplazar las valoraciones de millones de personas por sus opiniones personales. Él decide qué se produce, en qué calidades se produce, cuánto se produce, a qué precios se vende. La opinión de la gente no importa para el que se considera superior al resto de los seres humanos. Es curioso, porque los kirchneristas, ante el primer planteo dicen: si no les gusta hagan un partido político y ganen las elecciones. Es decir, le dan un valor supremo al voto de la gente al momento de ir a una urna, pero la consideran estúpida al momento de decidir qué tiene que hacer con su dinero.
Por eso vemos un fenomenal fracaso en lo que ellos llaman el modelo. El gran error es creer que son superiores al resto de los habitantes. Que el mercado no es un proceso democrático en el cual la gente vota todos los días comprando o dejando de comprar. Aquí la opinión de la gente no cuenta. Sus valoraciones sobre qué bienes hay que producir no importan. Un burócrata sentado en un escritorio con una planilla excel pretende sustituir a millones de consumidores. Una vanidad que Hayek denominó la pretensión del conocimiento. Y ese es el problema de Kicillof, pretende conocer lo que ningún ser humano ni computadora puede llegar a conocer. Cuáles son y cómo van cambiando las valoraciones de millones de personas. Eso es el mercado.