Podrían ser muchas cosas, pero lo concreto es que 15 es el porcentaje de semilla fiscalizada de soja que se sembrará este año en Argentina.
El dato, anunciado en el aniversario de ACSOJA en la Bolsa de Cereales, dejó atónitos a casi todos, y asustados varios. “¿15?, pero eso es una vergüenza”, fue el comentario casi unánime en los pasillos. La situación, es negra, como el 15.
Igual que un tobogán cuyo piso lo marca la desaparición de todo incentivo a la investi-gación y al desarrollo, el país parece dispuesto a vivir la fiesta de “semillas para todos y para todas”, sin importarle absolutamente nada ni del presente ni del futuro. Una nueva dilapidación de oportunidades, envuelta en el coqueto papel matelassé de una abyecta interpretación de soberanía alimentaria y derecho milenario de los agricultores, con-cepciones que cabrían haber sido analizadas antes de Mendel y sus leyes de la herencia en el siglo XIX.
Desde el año 2009 en el que la cartera de Agricultura recuperó su rango ministerial, tres Ministros estuvieron a su cargo: Julián Domínguez, Norberto Yahuar y Carlos Ca-samiquela. Los tres anunciaron que Argentina dispondría bajo sus mandatos de una nueva ley de semilla. Los tres prometieron, los tres no cumplieron.
Lo notable es que todo hace suponer que los tres estaban completamente convencidos de la necesidad de disponer de una legislación en materia de semillas acordes con los tiempos, y no de la época del gobierno militar de Lanusse.
¿Qué fue lo que pasó entonces? Explicaciones pueden haber muchas, pero lo concreto, desmitificando los preconceptos completamente erróneos de muchos supuestos expertos que jamás en su vida cruzaron un alambrado en un campo, es que el comercio de semilla ilegal de soja es el mercado más importante de semilla de esta oleaginosa.
Y los números asombran; con 21 millones de hectáreas a sembrarse, el mercado po-tencial de semilla de soja, si este fuese un país serio claro está, estaría en alrededor de los 1.200 millones de dólares. A estos valores actuales de siembra de semilla fisca-lizada, el mercado real de semilla de soja no alcanza los 200 millones de dólares. Res-tando a esto los costos de producción, lo que queda es prácticamente nada.
¿Y a dónde van los 1.000 millones de dólares que faltan? Quién o quienes sean, deben tener el suficiente poder de lobby para, administración tras administración, lograr que nunca puedan avanzar los cambios prometidos. Demás está decir que nada de esto paga impuesto alguno, pero esto tampoco parece tener importancia. No vale la pena recapacitar que, el IVA aplicado a esta cifra, es equivalente al presupuesto anual del INTA.
La situación ha llegado a tal límite que agrupaciones gremiales, cámaras de multipli-cadores y asociaciones de semilleros que nunca congeniaron en ideas consensuadas, hoy todas comparten la necesidad de cambios.
Pero, obviamente, no cualquier cambio. Según algunas fuentes consultadas, el último borrador de texto de una nueva ley de semillas que circuló en la Comisión Nacional de Semillas que parece contó con el invalorable aporte de sociólogos y hasta filósofos, era aún peor que la ley vigente.
Mientras que del costo de un cultivo casi la mitad es flete, el pago de la regalía por el uso de semillas no supera el 3%. Opinólogos de las más variadas vertientes se han enfrascado en una discusión errática, sin fundamento, y sin conocimiento, de la cual no parece haber una salida fácil.
En la “Suiza latina” como algunos han definido a Uruguay, el 98% de la superficie sembrada con soja paga todos los derechos de propiedad intelectual vigentes. Muchos de estos productores, son argentinos que aquí no pagan absolutamente nada. Nadie se ha suicidado en Uruguay por pagar regalías de semillas, claro está, ni muchísimo menos ver afectado su negocio por este hecho.
La principal compañía que comercializa semilla de soja en Argentina, que es 100% nacional (y popular), hace rato que está operando en Brasil, mercado que le permite subsistir frente a la limosna doméstica. Esta misma compañía tenía instalado en Ar-gentina su laboratorio de última generación para mejoramiento asistido por marcadores moleculares. Ya lo desmanteló y lo mudó a Brasil; el laboratorio aquí estaba parado por las trabas para importar las drogas necesarias para los análisis.
El INTA es el principal obtentor de variedades vegetales del país, y su potencial de transferencia de tecnológica en particular en especies forrajeras es incalculable. Sin embargo la oficina de vinculación del INTA poco trabajo tiene al respecto. Es fácil ima-ginarse porque; no hay muchas compañías semilleras privadas interesadas en comer-cializar algo que todos van a copiar sin pagar nada.
Con un 15% de semilla fiscalizada de soja, una superficie de siembra de trigo estabili-zada en valores que históricamente están cerca del mínimo, la siembra de maíz que no levanta, otro tema surge por sí solo: ¿cómo se va a fondear el INASE?
La situación es crítica por donde se la mire; acusado desde varios flancos de inacción frente al abrumador crecimiento de la semilla ilegal en soja y trigo, el INASE responde retóricamente diciendo que no dispone de fondos para los inspectores. Es necesario aclarar que el mayor ingreso del INASE es por la venta del rótulo y estampilla que se adhiere a la bolsa de semilla fiscalizada. Si la semilla fiscalizada sigue en franca caída como hasta ahora, el INASE o desaparece, o se convierte en una decorativa institución, o deberá aumentar significativamente sus valores de aranceles para sostenerse. Esto último es como salir a cazar el único elefante del zoológico; un puñado de rótulos de semilla fiscalizada a precios exorbitantes, semilla más cara, menos venta. La tormenta perfecta.
La industria semillera es uno de los sectores más competitivos de Argentina, y el que más valor le agrega a la cadena agroindustrial. Es una industria de excelencia, repleta de masa crítica en todos los sectores y con posibilidades de expansión a todo el mundo. Ni uno solo de los oradores del acto de ACSOJA dejó de señalar la necesidad de abandonar la exportación primaria e ir hacia el valor agregado. Ningún otro producto agrícola tiene más valor agregado que la semilla. Es notable que esto no se perciba por quienes deben tomar decisiones, y que sigan enfrascados en retóricas que la mayor parte de las veces están basadas en supuestos y no en hechos reales.
¡Negro el 15”! Para la industria semillera dedicada a soja, la peor campaña de la historia del cultivo. Para el país, casi una ruleta rusa.
Por Arturo Navarro
Exclusivo para Agrositio