a extraña coalición de kirchneristas y antikirchneristas ha coincidido en colocar al papa Francisco como una persona cercana al Gobierno. La inédita convergencia fue creciendo a partir de la última reunión entre el Pontífice y Cristina Kirchner, que concurrió acompañada por una numerosa comitiva de exaltados cristinistas. Aquella coalición implícita se amplió en los últimos días cuando se agregaron algunos sectores de la Iglesia Católica reacios a las primeras noticias del sínodo, que se celebró en Roma. Éstos no comprendieron que los papeles de trabajo del sínodo eran sólo borradores de un borrador, que será también el borrador de las conclusiones definitivas que se conocerán dentro de un año. El Papa no podrá nunca escaparse de su destino argentino y es probable, por lo tanto, que se vea siempre mezclado con las pobres discordias de su país.
Vale la pena repetir que aquel encuentro privado entre el Papa y la Presidenta fue expresamente pedido por Cristina Kirchner. El jefe de la Iglesia le envió como respuesta una invitación claramente personal ("La invito a compartir mi almuerzo"). Fue la presidenta argentina la que decidió luego concurrir acompañada por una vasta comitiva de dirigentes kirchneristas que, salvo algunas excepciones, carecían de representación popular o institucional. Eran los dirigentes que ella quería promover desde esa imponente vidriera mundial que es el Vaticano. Pero fue una decisión de ella, no del Papa.
El Papa no podrá nunca escaparse de su destino argentino y es probable, por lo tanto, que se vea siempre mezclado con las pobres discordias de su país
Otra vez Cristina Kirchner desaprovechó la oportunidad de entablar una relación confiable con el Pontífice. Ya había sucedido algo parecido en Brasil, cuando la presidenta argentina asistió, invitada por Dilma Rousseff, a la visita del Papa a ese país. Cristina Kirchner le presentó entonces a una persona que el Pontífice no conocía. La foto del Papa dándole la mano a Martín Insaurralde fue usada después, durante la campaña electoral del año pasado, para promocionar la candidatura del dirigente oficialista. Objetivamente debemos preguntarnos ahora: ¿acaso alguien supone que el Pontífice conocía, por ejemplo, a los dirigentes de La Cámpora que rodearon a la Presidenta en el Vaticano? No sabía quiénes eran ni por qué viajaron con la Presidenta.
Estas confusiones podrían agravarse con la designación del nuevo embajador argentino en el Vaticano, Eduardo Valdés. El próximo embajador comenzó anticipando que llevará a Roma la exaltación militante que lo caracteriza y que, según versiones coincidentes, le prometió a la Presidenta. Dejó trascender que promoverá mensajes "conjuntos" del Papa y Cristina ante el mundo. Empezó entonces con un serio desconocimiento de la importancia que tiene la diplomacia vaticana en el sistema de las relaciones internacionales.
Parece ignorar también lo que significa el Papa; ningún pontífice de Roma necesita que un presidente lo acompañe para decir lo que quiere decirle al mundo. Valdés debería reencontrarse con la prudencia si no quiere terminar en la cola de los muchos embajadores que hay en el Vaticano. La escalera de la curia de Roma puede ser muy larga. Valdés lo conoce a Bergoglio desde su paso por la Legislatura de la Capital, pero el Papa tampoco puede hacer muchas distinciones entre los embajadores acreditados ante el Estado que conduce.
Ningún pontífice de Roma necesita que un presidente lo acompañe para decir lo que quiere decirle al mundo
El Gobierno viene justificando su acercamiento a Francisco por el supuesto peronismo de éste. Esa versión la impulsó desde el principio Guillermo Moreno, quien, vale subrayarlo, se está volviendo de Roma cansado de no hacer nada. ¿Se volvería si tuviera el acceso y la influencia ante el Papa que prometió tener cuando se fue? No.
Es difícil establecer las ideas políticas de un líder religioso que lo único que ha dicho es que nunca formó parte de ningún partido político. Pueden sacarse, sin embargo, algunas conclusiones por sus ideas y su historia. No es improbable que haya sentido cierta simpatía por el Perón de 1973, por ese líder imbatible que bajó del avión tendiéndoles la mano a sus adversarios y convocándolos al diálogo. Es el Perón que detesta Cristina Kirchner.
Por lo demás, Bergoglio fue muy crítico del menemismo en la década del 90, cuando el menemismo tenía una gran influencia en la Iglesia argentina y en el propio Vaticano. Se enfrentó personalmente con funcionarios y operadores de ese acercamiento. Fue igualmente muy crítico del kirchnerismo mientras estuvo al frente del arzobispado de Buenos Aires. ¿Qué clase de peronista es, entonces, si nunca sacó provecho del poder y si siempre estuvo lejos de los gobiernos peronistas que mandaron en el país durante más de dos décadas?
Durante los años kirchneristas estuvo solo, aislado y hostigado en la conducción de la Iglesia. Mantuvo su posición, a veces contra la opinión de un sector de la diplomacia vaticana y contra posiciones más componedoras del propio Episcopado argentino. ¿Por qué cambiaría ahora? Resulta que ahora es un jefe de Estado y, por lo tanto, no puede ser hostil con otro jefe de Estado. No es peronista kirchnerista, pero tampoco puede tocar la melodía del antikirchnerismo más cerril. El kirchnerismo optó por una política más inteligente: como ahora no puede enfrentarlo, decidió directamente apropiarse de él. La maquinaria de propaganda oficial ha trabajado eficazmente en ese sentido. Muchos sectores críticos del kirchnerismo han caído presa de esa estrategia.
La Presidenta habló de su "amistad" con el Papa hasta en las Naciones Unidas. La amistad necesita de ciertos valores compartidos, de un mínimo de coincidencias sobre las formas de vivir. El Papa se pasó su vida promoviendo el diálogo, la paz y el respeto a las instituciones. La Presidenta arrasa con instituciones, viejas o nuevas, sin diálogo ni paz con nadie. Bergoglio no empezó a ser austero como papa; ya lo era como arzobispo y cardenal. Miles de porteños pueden dar testimonio de haberlo visto usar la línea A del subterráneo. Cristina Kirchner frecuenta los hoteles más caros del mundo y nunca se privó de ostentar su riqueza. Un ejemplo al pasar, totalmente contrario: el propio Papa apagó la luz de la habitación al final de nuestra reunión de hace quince días. "Costumbre de viejo párroco", me explicó con una sonrisa.
La Presidenta arrasa con instituciones, viejas o nuevas, sin diálogo ni paz con nadie
Estábamos hablando entonces del sínodo. La primera precisión que debe hacerse es que la Iglesia no está debatiendo sobre la interpretación del dogma, sino sobre las formas distintas de cumplir con su misión pastoral. ¿Misericordia o intransigencia? El Papa quiere una Iglesia fuerte, alejada de los viejos debates endogámicos. Necesita comprender entonces a la sociedad que le toca y sus conflictos. Se discute cómo llegar a esa sociedad nueva y distinta. El mensaje está en el dogma.
Cumplió con la promesa de darles a los cardenales y obispos del sínodo la mayor libertad de expresión posible para que expongan sus puntos de vista. El último borrador de este año será sólo eso: un borrador. Esas conclusiones provisorias serán debatidas durante un año por los episcopados de todo el mundo. Un nuevo sínodo, en octubre de 2015, elaborará las conclusiones definitivas. No hay retrocesos en los documentos del sínodo, porque sólo hubo partes aisladas de un intenso debate. El sínodo es una institución consultiva del Pontífice, no resolutiva.
En efecto, no serán tampoco las del año próximo conclusiones vinculantes con la decisión última del Papa. "La conducción de la Iglesia y la custodia de la fe están en mis manos", me dijo en la reciente ?reunión. Es un papa dedicado obsesivamente a abrir las ventanas de la Iglesia, que es lo que ésta necesitaba tras los últimos y difíciles años de Benedicto XVI. Es imposible que tenga la cabeza puesta también en las artimañas del oportunismo argentino..