En las condiciones de la nueva revolución industrial que ha surgido en el mundo avanzado en los últimos 10 años, no hay posibilidad de desarrollar la industria en la Argentina a través de una estrategia de sustitución de importaciones.
La alternativa para desarrollar la industria, y en general establecer una estrategia de desarrollo nacional sostenido y sustentable, es construir sobre los logros de la economía argentina en los últimos 20 años, que son básicamente dos: el surgimiento de un nuevo agro profundamente competitivo e integrado con el sistema industrial y de servicios; y el sector de la industria manufacturera que se ha volcado a las exportaciones, y que ya representa más de 30% del total. Este último grupo abarca tanto a empresas transnacionales radicadas en el país como a compañías de capital nacional.
Se ha desatado en el mundo avanzado una nueva revolución industrial, con eje en EE.UU. y Alemania, que fija nuevos estándares, cualitativamente superiores, de productividad y competitividad.
Este cambio tecnológico no tiene una naturaleza puramente cuantitativa en lo que se refiere al aumento de la productividad, sino que implica un momento disruptivo, de carácter sistémico, que modifica las condiciones de acumulación global.
Los rasgos del nuevo paradigma productivo son los siguientes: hay una extraordinaria capacidad de producción personalizada, propia de los requerimientos de un consumidor altamente sofisticado y poseedor de elevados niveles de ingresos, sumada a la aptitud para producir en masa y a escala global, característica de las anteriores fases de la revolución industrial.
La consecuencia es una caída vertical de la estructura de costos, que en el horizonte implica incluso la desaparición del factor laboral como elemento significativo del proceso de acumulación; y todo esto acompañado de un aumento excepcional de la productividad de todos los factores (PTF).
Por eso han surgido nuevas máquinas y herramientas de extraordinaria flexibilidad y precisión, cuyos costos son cada vez menores debido al cambio tecnológico acelerado, como es el caso de los equipos de impresión en tres dimensiones (3D) y del vuelco generalizado a la nanotecnología.
La característica central del nuevo agro argentino surgido en los últimos 20 años es su extraordinario nivel de incremento de la productividad, que es la propia del capitalismo avanzado, en la que el tiempo le ha ganado la carrera al espacio y la producción ha adquirido un carácter global.
La productividad de las áreas agrícolas de la pampa húmeda argentina es equiparable a la del Medio Oeste norteamericano, y en lo que se refiere a la producción de soja ha sido superior en los últimos 10 años.
Este salto de productividad agrícola ha estado unido a una modificación de la naturaleza de la actividad: la producción agroalimentaria argentina se ha desterritorializado.
La renta agraria ha sido históricamente la renta del suelo, que es la que depende de la productividad de la superficie sembrada, por naturaleza desigual y estable. De ahí su denominación de “renta diferencial”.
A partir de 1991, en la Argentina ha surgido un nuevo modo de producción agrícola en que la productividad se incrementa por el juego de todos los factores de la producción, del cual el menos relevante es la propia actividad agraria, creadora de renta diferencial.
Ha surgido ahora un sistema interactivo, esencialmente urbano, que integra agro, industria y servicios; y en el que las empresas avanzadas se transforman de productores agrícolas en compañías de servicios.
Este sistema desterritorializado está profundamente vinculado, en términos estructurales, con la industria y los servicios; y constituye un conjunto integrado, en que el nuevo agro actúa como incentivador de la actividad y de la productividad de los otros sectores.
En la Argentina, el proceso de desarrollo industrial más allá del ámbito de la estrategia de sustitución de importaciones ya se ha desatado.
A partir de la década del 90, las empresas transnacionales (ETN) radicadas en el país han comenzado a aumentar significativamente sus exportaciones; y lo han hecho a través del sistema integrado transnacional de producción, núcleo estructural del capitalismo en el siglo XXI, que es el sector que experimenta en gran escala una nueva revolución industrial. Esta tendencia también es protagonizada por un grupo de grandes compañías de capital nacional.
Esta es una diferencia crucial con respecto a lo que ocurría en la etapa sustitutiva (1935-1976), en la que el objetivo de las trasnacionales era abastecer, prácticamente en forma exclusiva, el mercado doméstico.
Las ETN comenzaron a aumentar sus exportaciones 16,7% por año a partir de 1986/1991; y las especializadas en recursos naturales lo hicieron a un ritmo de 13,3% anual, en tanto que las sustitutivas alcanzaron una tasa todavía mayor (22,5% por año).
En este mismo período, las ETN aumentaron significativamente las compras de componentes importados, hasta alcanzar un nivel de más de 50% de sus insumos, lo que revela en forma nítida el proceso de transnacionalización de su producción y de integración en las cadenas globales de valor.
Por eso es que el saldo del comercio internacional de la industria manufacturera argentina ha sido, desde entonces y en forma creciente, ampliamente negativo, hasta llegar a un déficit en la balanza comercial industrial de US$32.000 millones en 2013 (2/3 de esa brecha negativa corresponde a la industria automotriz).
Un Estado activo, con una visión estratégica global de largo plazo, es la condición para desarrollar la industria argentina en las condiciones del siglo XXI.
Lo político y lo económico en el capitalismo son realidades internamente vinculadas por necesidad. La distinción entre lo económico y lo político es puramente analítica y, por lo tanto inexistente en el terreno de la experiencia histórica y de la acción política.
De ahí que la política, entendida en un sentido estratégico, sea cuestión de prioridades y no de ideologías y, sobre la base de distinguir entre lo esencial y lo accesorio, sea capaz de apostar todo a lo fundamental, mientras que descarta como irrelevante lo secundario.
Lo esencial en la Argentina hoy, en un contexto mundial excepcionalmente favorable, consiste en incentivar sus fortalezas tanto en el agro como en la industria, o mejor, en la unión indisoluble, estructural, entre ambos.
El objetivo es conseguir recursos y tiempo para reconvertir la totalidad de la estructura productiva, ante todo en la industria, y de esa forma enfrentar y resolver el problema social, en un mismo movimiento de transformación.
El desarrollo económico no tiene en el capitalismo un significado puramente cuantitativo. Es un fenómeno de naturaleza cualitativa, que consiste en el traslado de los factores (capital y trabajo) de las actividades de baja productividad a las de productividad más elevada (nuevas industrias).
Eso requiere un Estado activo, que incentive y resuelva las reformas estructurales, más allá del mantenimiento de las reglas de la estabilidad macroeconómica, que son una condición, pero no son una política.