Axel Kicillof fomenta con su retórica, mitad académica y mitad arrabalera, aquel ánimo presidencial ante el cual otros funcionarios se estremecen. El cristinismo resurge cuando se lo hacía en una agonía lenta. El peronismo parece en retroceso sin saber cómo acomodarse en la transición.

La oposición tampoco encuentra su lugar. Esas mutaciones políticas, fugaces como todo lo que acontece en la Argentina, serían provocadas por el conflicto con los fondos buitre. Que el Gobierno extendió hasta la administración de Barack Obama. El viejo sueño setentista de la lucha contra el Imperio, contra Washington, se estaría realizando.

La Presidenta asoma embriagada con su recuperación política.

Percibe una primavera en pleno invierno. Sentiría, al menos, que ha dejado de estar acorralada como le sucedía desde la derrota electoral y, sobre todo, desde que el desbarajuste económico la forzó en el verano a una devaluación que sin pudores Kicillof ejecutó. Cualquier funcionario que atina a congraciarse con ella le arrima encuestas. Nunca esos números suelen encerrar malas noticias. Pero aquella idea del repunte figura también en trabajos que no pertenecen a la esfera oficial. Aunque una lectura detenida de ellos denota la volatidad y confusión del panorama. En efecto, la opinión favorable sobre Cristina creció 5 puntos aunque el rechazo al rumbo de su gestión es del 61%. Casi una cifra similar avizora pronto una crisis económica. De ese total, el 51,9% responsabiliza al modelo K. Pero a la vez, seduce la pelea con los fondos buitre. El 43% estaría conforme con el manejo del Gobierno. El 41% lo cuestionaría. El resto carecería de opinión.

Aquella volatilidad importaría poco. Cristina está decidida a sacarle el máximo rédito a la pelea con los buitres. Y a probar de qué manera podría transitar estos seis meses sin acatar el fallo de Thomas Griesa, que obliga a pagarle a los holdouts US$ 1.330 millones, ni a sus llamados a negociaciones que han resultado inútiles. Por lo pronto, aquella prueba le está sirviendo al Gobierno para justificar una situación que viene de antes.

Los inconvenientes que arrastra la economía, reflejados en la caída de la producción, del consumo y la destrucción de empleo. La recesión, según reconocimiento del propio INDEC, se instaló en la Argentina en el último trimestre del 2013 (-0,5%). Se repitió en el primero del 2014 (-0,8%).

Y continúa.

Por entonces, la Presidenta ni soñaba con el pleito financiero y político internacional en que se encuentra embarcada. El tema permaneció desde febrero del 2012 –cuando Griesa dictó sentencia– sólo en manos de los abogados que defienden en Nueva York los intereses de nuestro país. Los augurios más firmes, volcados en un memorándum del mes de mayo, señalaban que la intervención final de la Corte Suprema de EE.UU. concedería una tregua hasta enero, cuando vence la cláusula protectiva (conocida como RUFO) que otorga derecho a los bonistas que entraron en los canjes del 2005 y 2010. Esa norma les permitiría reclamar una compensación millonaria si existiera antes de aquella fecha un acuerdo con los buitres. Aquella previsión, según se ve, fue muy equivocada.

La Presidenta invocó este conflicto para anunciar medidas contracíclicas tendientes a estimular el consumo. Entre pocas, relanzó el raído bono Cedín con la promesa de una reactivación del mercado inmobiliario que se planchó desde que en noviembre del 2011 dispuso el cepo al dólar junto al ex secretario Guillermo Moreno. Hace un mes y medio, anunció un plan similar para la compra de autos nuevos. Ese rubro se hundió también por un desmanejo oficial –el impuesto a los autos de alta gama– derivado de la carencia de dólares. Pero el primer balance del ensayo resultó pobre. En julio, la adquisición de vehículos cayó un 30% respecto de igual mes del 2013. Aunque levantó un 15% en relación a junio. La valoración interanual registra que el descenso habría llegado al 39%. En suma, la raíz de los problemas estarían más en la economía interna que en la situación exterior.

El Gobierno también alertó que aquel fallo adverso de Griesa haría crujir el mercado de capitales, en especial para las naciones que requieren de financiamiento. La semana pasada Paraguay emitió deuda por US$ 750 millones a una tasa del 6%.

Menos de la mitad que el último intento frustrado de Daniel Scioli en Buenos Aires. Antes de eso habían seguido un camino igual Ecuador, México, Uruguay, Bolivia, Congo y Kenia.

¿No existiría, entonces, ningún peligro? Griesa recibe críticas de muchos sectores del establishment económico internacional por haber regado de dudas las próximas reestructuraciones de deuda que surjan. El juez adopta medidas parciales con los fondos girados por el Gobierno para pagar a los bonistas, insiste con una negociación de partes, amaga con poner a la Argentina en desacato y dilata la ejecución de su sentencia. Síntomas de que ciertas previsiones, tras la sentencia, habrían escapado de sus manos. Esa realidad sería tan indesmentible como la elasticidad camaleonesca que alcanza el relato kirchnerista. Desde esas usinas se repiten artículos críticos hacia Griesa publicados por The New York Times y The Financial Times. La propia Cristina se detuvo en una nota del diario británico centrista The Guardian. Todos medios periodísticos que siempre los K asociaron al capitalismo salvaje. Hubo todavía más. Las propaladoras oficiales divulgaron una entrevista a Anne Krueger, ex subdirectora del Fondo Monetario Internacional. En su época, esa férrea mujer estadounidense fue catalogada como verdugo y responsable de todas las desgracias argentinas. Pero Krueger se animó a cuestionar ahora la decisión de Griesa.

La Presidenta destacó, incluso, un tope que George Bush, el denostado ex mandatario republicano, colocó a las pretensiones de los buitres cuando quisieron ejecutar un embargo contra una nación africana. Solicitó a Obama que haga lo mismo. Pero a la vez, resolvió presentar una demanda en contra de su país en la Corte Internacional de La Haya por aquel fallo de Griesa. Explicó ese recurso como una manera de evitar supuestos misilazos.

Todo bien desopilante.

La Argentina cosechó declaraciones de solidaridad en el mundo y la región por el pleito. Pero esas mismas declaraciones no han tenido otra traducción. El Gobierno hizo su apuesta por La Haya, además, flojo de papeles.

Reclamó por una sentencia de dos años y medio de antigüedad, que atravesó tres instancias judiciales, pero que recién ahora estima violatoria de la inmunidad soberana. Fueron necesarios menos de dos días para que esa estrategia se desmembrara.

Washington no consideró a aquel tribunal el lugar adecuado para discutir el fallo por la deuda.

Capítulo cerrado. ¿Se intentará abrir otro en la ONU?

Todos los trámites insumirán tiempo. Es lo que pretende el kirchnerismo. Mientras tanto, la Presidenta centra también sus energías en la política local. Despunta La Cámpora, Unidos y Organizados y el ex piquetero Luis D’Elía, que venían alicaídos por aquel ajuste del verano, los arreglos de los juicios pendientes en el CIADI, la compensación a Repsol luego de la ruidosa expropiación de YPF, el trato con el Club de París y los casos de corrupción que se ventilan.

Kicillof representaría la nueva cabeza del rejunte. Será el orador principal del acto del martes, en el Luna Park, para embestir contra Griesa y los buitres.

Pocos peronistas parecen dispuestos a sumarse a esa caravana. Muchos refunfuñan. Cristina no deja espacio para ninguna queja. Volvió con el látigo. Su entusiasmo por la nueva realidad es tanto que obligó a Boudou a salir de la cápsula. El vicepresidente comandó la sesión en el Senado que abrió el informe de Jorge Capitanich. Los senadores K que habían empezado a hacerle un vacío tuvieron que mascar vidrio. La oposición disfrutó por unas horas de un teatro impensado. La Presidenta supone que ya habría pagado los costos políticos del vice por sus andanzas, entre ellas las del escándalo Ciccone. Y que los opositores no tendrían todavía la manera de afrontar el dilema entre “patria o buitres”, agitado por ella.

Boudou quedó peor de lo que estaba luego del procesamiento que le dictó Claudio Bonadio por la falsificación de documentación pública en la adquisición de un automóvil. Es cierto que se trataría de un delito menor en comparación con los millones y las oscuridades que rondan el caso Ciccone.

Pero desnudaría, quizás más que ese, la calidad moral del ladero de Cristina.

Adulterar papeles para que un vehículo no entrara en la división de bienes de su primer divorcio.

Cristina estaría convencida, pese a todo, de sostener a Boudou en este trance complicado que cree vivir como una epopeya. Su círculo cercano (Máximo Kirchner y Carlos Zannini) no pensarían lo mismo. Tampoco las desventuras del vice podrían concluir aquí. Falta la causa por enriquecimiento ilícito que sustancia también Ariel Lijo. Podría ser citado a declarar antes de fin de año.

Fin de año es una eternidad para la vorágine argentina. Esa vorágine, tal vez, limitó la grandeza del hallazgo, 36 años después, del nieto de Estela Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo. Ese hallazgo podría ser un nuevo punto de partida para la comunión entre democracia y derechos humanos, quebrada por una década de política facciosa.