No deberían quedarse tan tranquilos. Parece bastante claro que la mayoría de la gente aún tiene la cabeza en el Mundial, pero que enseguida, después de la pitada final, van a volver a obsesionarla asuntos más triviales, como la inseguridad, la inflación y el miedo a perder el empleo. Y, por supuesto, también, las acusaciones de cohecho, entre otras varias, contra Boudou. Es decir, los mismos temas que le preocupaban hace poco menos de un mes.
La de ahora es casi la misma dinámica política y de opinión que se manifestó en las postrimerías del segundo gobierno de Carlos Menem. La indignación generalizada por los escándalos de corrupción sobrevino después de la recesión económica y el desbarajuste social. A partir de ese momento, Menem se transformó en "el Innombrable" y comenzó a ser visto como el responsable de todos los males de la Argentina. Fue tan alto su desprestigio que incluso el ex presidente Néstor Kichner, para no quedar demasiado lejos del imaginario popular, llegó a tocar madera, en una sesión del Senado, después de mencionarlo por obligación. (A propósito: el Gobierno debería explicar, algún día, como pasó de tratarlo como si fuera el demonio a tenerlo de aliado en cuestiones estratégicas).
Ciertos "militantontos" que escriben no para defender ideas propias sino para atacar a quienes opinamos diferente sostienen que es una enormidad comparar el derrotero político de Menem con la relevancia política e histórica de Cristina Fernández. A ellos se les debería recordar que Menem pasó de supuesto estadista a presidente más corrupto de la historia en menos de cuatro o cinco años, y que su decadencia se terminó de consolidar con el desastre económico y social que dejó su segunda presidencia. Así y todo, después de la crisis que culminó con la renuncia anticipada de Fernando de la Rúa y la semana trágica de los cinco presidentes, Menem obtuvo casi el 25% de los votos en las elecciones de 2003. Era, sin lugar a dudas, su núcleo duro que volvía a expresarse, estimulado por la campaña "Menem lo hizo", la añoranza del 1 a 1 y los favores del Estado que algunos de ellos habrán recibido de manera directa o indirecta. Hoy, de ese núcleo duro no queda ni el recuerdo. Además, cuando este gobierno cumpla su mandato, el relato llegará a su fin, y los adjetivos serán reemplazados por las estadísticas, que, con suerte, dejarán de ser manipuladas. Se tendrá entonces una idea más acabada de la verdadera herencia del kirchnerismo.
Los que pensamos que cada minuto que pasa con Boudou como vicepresidente en funciones le será facturado a la Presidenta no sólo como un error político sino como una sospecha de complicidad lo hacemos basados en algo que ya sucedió, y no hace mucho. Porque la lógica de la opinión pública argentina siempre es la misma: cuando los presidentes ganan elecciones y parecen ostentar todo el poder, transmiten la sensación de que se pueden equivocar una y mil veces e incluso hasta ser disculpados por hechos de corrupción protagonizados por sus más íntimos colaboradores. Pero cuando empiezan a perder imagen y votos, los fiscales, los jueces y los medios toman la delantera y los colocan, con sus denuncias, a la defensiva. Los escándalos de corrupción pueden aparecer o no en el contexto de una crisis económica. Sin embargo, cuando la crisis económica, la recesión y los problemas de empleo avanzan al compás de las denuncias, la imagen y la intención de voto de los jefes de Estado empiezan a caer en picada, y no hay truco de comunicación que lo pueda detener.
A esta dinámica de la opinión pública se le debe agregar un dato nuevo y propio de la última década: el resentimiento acumulado de quienes fueron humillados por la Casa Rosada. Conozco a fiscales, jueces, sindicalistas, dueños de medios y hasta gobernadores y legisladores que hoy dicen pertenecer al Frente para la Victoria, pero que están esperando el momento en que Cristina Fernández entregue la banda presidencial para pasar una enorme factura. Y no sólo a Ella. También a los humilladores seriales que ejecutaron las directivas impartidas por sus líderes políticos. A contra reloj, durante los últimos días, en el medio de la transmisión del Mundial, los estrategas del marketing político hicieron un guiso, bien cargado, con ingredientes conocidos y picantes: amor a la patria, supuestos logros en las áreas sociales y compacto de noticias sobre el apoyo de un puñado de países de Latinoamérica a la gran batalla contra los fondos buitre. En rigor, la pelea contra el juez Thomas Griesa y los holdouts es la última tentación de la administración para aprovechar el envión del argentinazo futbolero y trasladarlo a la realidad nacional. El consultor oficialista Artemio López considera que se trata de una oportunidad inmejorable para inyectar un poco de mística al cascoteado proyecto nacional y popular. "El 60% está a favor de la pelea del Gobierno contra los fondos buitre. Además, es una causa linda y podría servir para galvanizar el sentimiento de muchos que apoyaron el proyecto y que por una u otra razón lo dejaron de apoyar", me dijo.
La maquinaria publicitaria se agigantará a partir de la semana que viene, cuando termine el Mundial y los problemas concretos empiecen a aparecer en la tapa de los diarios. El objetivo de mínima es desplazar de la agenda las noticias negativas derivadas del procesamiento de Boudou. El de máxima es encolumnar a parte de la oposición y colocarla del lado de Cristina Fernández y Axel Kicillof. La realidad les juega en contra, una vez más. Desde la recepción de las últimas boletas de gas, con aumentos superlativos, hasta las suspensiones y despidos en la industria automotriz son hechos que no pueden ser disimulados detrás de una pelea contra la justicia norteamericana.
Por otra parte, los detalles de las causas abiertas que involucran a Boudou son un material demasiado tentador para cualquier periodista que trabaje en Comodoro Py y también fuera de los tribunales. La semana que viene, el vicepresidente debe prestar declaración indagatoria, ante el juez Claudio Bonadio por la presunta falsificación de los papeles de un auto que no quiso incluir entre los bienes gananciales después de su divorcio de su primera mujer. El periodista Jorge Asís, quien llama a Boudou, José María Núñez Carmona y Alejandro Vanderbroele "los descuidistas", todavía no puede entender cómo la Presidenta, antes de nombrarlo ministro, o ungirlo vicepresidente, no chequeó sus antecedentes comerciales, judiciales y personales. Firmas adulteradas y mentiras que duran cinco minutos harían del Boudougate una trama atrapante si no fuera tan grave para los asuntos del país.