"Hasta la victoria siempre", se despidió. No estoy hablando del Che, sino de Maravilla Martínez. Pobre, además de perder la corona mundial acababan de llenarle la cara de dedos -la cara, los brazos, el pecho- y su grito de guerra se apagó tristemente esa noche en un hospital.
Comparémoslo con Boudou. El lunes, al entrar en los tribunales para la indagatoria, se detuvo en el último escalón, giró hacia la multitud que lo aclamaba (digamos, 300 tipos), levantó su mano derecha y saludó haciendo la V. La V de la victoria, como Maravilla, pero qué diferencia. Amado lucía impecable, sonriente, satisfecho, ganador. Había logrado lo que ningún vicepresidente: convencer a un juez de que ya era hora de que lo investigara por corrupción .
Sinceramente le agradezco por la onda que le puso. Sé que ese gesto pudo confundir a algunos, porque nadie se muestra tan feliz a las puertas de un procesamiento y como protagonista de un escándalo que está dando la vuelta al mundo. Pero él es distinto, y en esa V elevada al cielo hay tanto contenido, tanta simbología, que me llena de respeto y admiración. Si el kirchnerismo hubiese nacido sólo para crear a Boudou, ya estaría justificado ante la historia.
¿Qué nos dice Amado con esa V? Nos dice que nos quedemos tranquilos, que está todo Vien. No bien: re Vien. Nos dice que Venceremos, porque si no conseguimos quedarnos con la fábrica de hacer guita entonces habrá que quedarse con la guita ya fabricada. Que Volverá de la causa judicial y será millones, millones de Ciccone.
La V de Amado es omnicomprensiva. Por supuesto, es la V de Vicepresidente: quiso recordarnos a todos, y especialmente al juez, que no era un mequetrefe el que estaba ahí, a punto de tener que dar explicaciones, sino la segunda autoridad del país, el elegido de Cristina, el primero en la línea sucesoria, el hombre llamado a reemplazar a la irreemplazable. Es la V de Verdad: antes que mentirle a Lijo se corta la lengua. Es la V de Vandenbroele: Amado lo está llamando desde la escalera de Tribunales porque se muere por conocerlo y presume que quizá esté viéndolo por televisión. La V de Volá, a su amigo y socio Núñez Carmona, que le hace caso y al día siguiente no se presenta a declarar. La V de Verbitsky, al que quiere agradecerle los esfuerzos que hace para demostrar que todo el expediente es una burda patraña. La V de Javier Vicente, el "relator militante" de Fútbol para Todos. Y la de Víctor Hugo, el periodista que ha sido más generoso con él: 50 entrevistas y ni una sola pregunta comprometida.
La V es también un mensaje a los chicos de La Cámpora que con tanto entusiasmo se reunieron allí esa mañana. Les está diciendo: "¡Vinieron! ¡Vales y Viandas para todos!" (al ratito no quedaba ninguno). Es la V de Vendrán tiempos mejores, aunque no se sabe cuándo; del Vamos por todo, a pesar de todo, y de Vendetta, porque esto no puede quedar así.
Conocedor de su jefa, es la V de Louis Vuitton y de Victorias Secret, dos marcas por las que ella muere. Y de otra Victoria, la Vanucci, que le ha dado a Matías Garfunkel el amor y la paz que necesitaba para seguir haciendo negocios con nosotros.
Esos dedos en V nos hablan de la Venezuela bolivariana, que logró democratizar la justicia y entonces los funcionarios pueden hacer plata sin perder tiempo en indagatorias; de Vietnam, el gran mercado para las exportaciones argentinas descubierto por Moreno; de las islas Vírgenes, un paraíso fiscal; del Vaticano, desde donde el Papa acaba de escribirle al diputado Vera, en una carta, que está rezando por Lijo. Amado cree que Lijo también debería ponerse a rezar.
Es lo que hace él: invocar el más allá. En su V a mí me parece ver como dos brazos que se abren al cielo para implorar justicia. La ira del demonio, la tempestad del infierno, han caído sobre el pobre vicepresidente, que, estoico, responde con mansedumbre y resignación. Invertida, la V es parte esencial del símbolo de la paz. Hasta nuestra icónica K lleva en su seno tres V. ¡Cuántas cosas nos dice Amado desde las escaleras! El lenguaje de su mano y su sonrisa franca son, creo, expresiones de un espíritu superior. El DJ de Mar del Plata, el jovencito que fundió una empresa, el liberal que abrazó la dictadura; el que repechó la cuesta y terminó esquiando todos los años en Aspen, el enamorado de Estados Unidos; el que contó en la intimidad que Cristina no entiende nada de economía, el que siendo ministro de Economía (él sí entiende) confundió pesos con dólares en su declaración jurada; el de la moto, el de Puerto Madero, el rockero, el aplaudidor, el reciclador de despachos, el viajero infatigable; el que se limpió a un procurador, un juez y un fiscal; el que ahorró peso sobre peso, dólar sobre dólar, euro sobre euro, departamento sobre departamento; el dócil soldado de las maquinaciones de Néstor, el que sabe pero calla, el que calla pero no se sabe hasta cuándo: ése es el Boudou que se para en la puerta de los tribunales, enfrenta al gentío como quien ya ha vuelto de todo, saluda con gesto sublime y sigue su camino hasta entregarse a las fauces del juez.
Ocho horas después lo recuperamos, entero y ganador.
Hasta la victoria siempre, camarada Amado.