Nada comparable a lo que ocurría a mediados de la última década infame -aclaro por las dudas: los 90-, que contó con una nutrida cantidad de viajeros que vinieron a buscar negocios y luego a cerrar transacciones. La diferencia está dada por el tipo de visitante. El sentido de estas líneas es el de dar las claves para diferenciar dos tipos muy distintos de inversores, y sus consecuencias para la economía del país, y su relación con el diseño de la política económica.
Podríamos comenzar señalando que hay dos grandes grupos de inversores: "corporativos", y "de riesgo".
Los corporativos son aquellos con actividades dentro de una gran empresa global, que tiene actividades de producción, y de comercio, a menudo con actividades de importación y exportación en varios países. Optimizan sus actividades en una red global. Invierten a largo plazo, y si los resultados son buenos, vuelven a invertir ampliando la base tecnológica y productiva del país. Los rendimientos esperados son "normales" a buenos, y están siempre sujetos a los resultados en los balances trimestrales que presenta la corporación.
Tratan de mantener sus actividades en geografías con un nivel de riesgo país aceptable para los "inversores institucionales" que son sus propietarios y son también quienes les suministran el capital necesario para su expansión en el mundo, ambas cosas a través de los mercados de capitales. Sus inversores-propietarios son fondos de inversión alérgicos al riesgo, que prefieren ganancias normales antes que ganancias altas sujetas a riesgo y volatilidades.
Por supuesto, los inversores institucionales son particularmente sensibles a las calificaciones de riesgo, y evitan invertir en lugares que no reúnan una calificación aceptable.
Los inversores "de riesgo" son un sector totalmente distinto de la comunidad inversora: toman apuestas y no les importa la opinión de las calificadoras de riesgo, les importa lograr grandes ganancias en el más corto plazo. Buscan permanentemente "irregularidades" en los mercados, cuya resolución permita valorar sus inversiones.
Los fondos buitre, tan citados por la prensa argentina en estos días, son una subespecie de los fondos de riesgo. En general, buscan grandes ganancias, no de la gestión de los negocios, sino de la compraventa de los negocios en sí. Venden cuando mejoran las perspectivas de activos que compraron a bajo precio en momentos poco alentadores.
Ambos tipos de inversores tienen intereses contrapuestos en relación con la política económica: unos trabajan en el largo plazo, y son los inversores que todo ministro de Economía, y todo país que busca desarrollarse, quiere tener. Los otros desarrollaron sus habilidades para comprar negocios en dificultades, los gestionan con grandes reestructuraciones en que se pierden muchos puestos de trabajo, no invierten en ampliar la capacidad productiva, al contrario eliminan toda actividad no fundamental en la empresa, achicando el acervo de capital del país. Los cuadros gerenciales son comprimidos para hacer esta tarea en que la empresa se mantiene casi en vida latente, a la espera de mejores vientos. Para los ministros de Economía, y para los países, son una especie de "peor es nada" ya que en su ausencia los valores de los activos caerían todavía mucho más.
A prueba
La Argentina de los últimos años es un caso en que la situación macroeconómica, resultante de las políticas macroeconómicas, han puesto a los inversores corporativos a prueba, cosa que simultáneamente ofrece muchas oportunidades para los inversores "de riesgo".
Para la mayoría de las corporaciones que operan en el país, la Argentina resulta desalentadora. A raíz de las políticas macroeconómicas las operaciones locales han perdido importancia de manera significativa. En los casos en que la filial local era exportadora o importadora, a las dificultades macroeconómicas se sumaron distintos aspectos del cepo cambiario que además limitó y complicó seriamente la remisión de utilidades.
En otras palabras, en términos de ventas locales la filial disminuyó su importancia en la facturación global, y al mismo tiempo los dolores de cabeza de la gestión llevaron a ocupar una porción desproporcionada de las preocupaciones prioritarias de la corporación. Conclusión: hay que irse. Hay que dejar la Argentina. Claro, esto no es tan fácil para la mayoría de los casos, pero esto está en la mente y a veces incluso en las instrucciones emanadas de la casa matriz.
Paralelamente, la recesión local, las dificultades macroeconómicas y el aislamiento internacional de un país que ha jugado un rol importante entre las economías intermedias hasta no hace tanto tiempo, unidos al preanuncio de una alternancia política -y consecuentemente del cambio en las políticas económicas- dado por las elecciones PASO el año pasado, reafirmado poco después en las elecciones legislativas, han puesto al país nuevamente en las pantallas de radar de los inversores. Pero a no confundirse: de los inversores de riesgo, de los hedge funds, que ven que una empresa, o un banco de las mismas características en la Argentina cuesta una tercera parte de lo que cuesta en Brasil o en Perú. Y ellos están dispuestos a comprar, achicar pérdidas hasta donde puedan, y a esperar que los vientos cambien para vender dentro de dos o tres años, cuando los valores locales tiendan a igualar a sus semejantes en otros países de la región.