Hace unos días pude comprobarlo, cuando intercambiamos ideas en su austero escritorio de la Reserva Federal en Washington sobre la economía mundial y los temas más relevantes de las distintas regiones. Me quedaron algunas reflexiones que quisiera compartir en este espacio.

El balance de riesgos para los países emergentes ha cambiado por varios motivos. Sin dudas, estamos frente a un nuevo escenario en el que China presenta un creciente sesgo hacia un "aterrizaje forzoso", de la mano de un sistema bancario que exhibe bolsones de opacidad. Los mercados de materias primas también enfrentan sus propios desafíos, con productos industriales muy atados a la suerte de este gigante asiático, y con bienes agrícolas que, si bien tienen otras fuentes importantes de demanda, no reflejarán fantásticas subas como las de años anteriores.

Por el lado de las economías avanzadas, si bien Estados Unidos recuperó algo de dinamismo, ha dejado de ser el consumidor de última instancia mundial, lo que se denota en la evolución de su cuenta corriente y en el hecho de que el crecimiento y la inflación que experimenta son casi la mitad que lo verificado en recuperaciones anteriores. En Europa, también con pobre crecimiento y baja inflación, la tensión causada por Rusia y Ucrania en torno a Crimea puede afectar aún más la evolución de las principales economías del Viejo Continente, sostenidas todavía por enormes estímulos monetarios.

Asistimos hoy a un comportamiento económico global, que de forma algo dubitativa se prepara para dejar atrás un ciclo de hiper-liquidez mundial. Puede haber marchas y contramarchas, pero lo seguro es que asistimos al fin de un ciclo. Este reflejo hará que la visión que impere hacia nuestros países sea diferenciadora, más allá de que en términos generales las condiciones macroeconómicas de América latina sean mucho más robustas que antes.

La selectividad será la norma de los tiempos que se avecinan. Los flujos de inversión distinguirán aquellos países que tienen políticas económicas anticíclicas y sustentables de aquellos que acumulan inconsistencias.

En este marco, la coyuntura argentina presenta algunas sorpresas. En efecto, se ha puesto en marcha una estrategia de ajuste desordenado y asistemático, dosificado con algo de endeudamiento, aunque la limitación política impida explicitarlo como tal. Lo acontecido en estos meses en el terreno cambiario, monetario, salarial y con mayor timidez en el frente fiscal, dan cuenta de eso. En los últimos días tuvimos varios ejemplos de esta afirmación: la "reasignación de subsidios y consumo responsable" para esconder un leve ajuste fiscal, cuyo timing antes de cerrar las paritarias es cuanto menos discutible; un Indec que sobreestima cifras del balance comercial para 2013 (llamativa diferencia por fuera de lo normal con el balance cambiario del BCRA); y una autoridad monetaria que ya no sabe cómo esconder la dominancia fiscal a la que sigue sometida, y le da plata al Banco Nación (recomprándole Lebac) para que éste le preste al Tesoro. Esto deriva en este mes en una importante relajación monetaria, tras el esfuerzo del primer bimestre.

Si bien las fisuras en el "relato" son más que evidentes, el no querer reconocer la formalización de una estrategia para navegar la escasez en los próximos meses le añade ineficacia a su ejecución y le quita efectividad a sus resultados. Más aún, al Gobierno le resulta engorroso reconocer que utilizó mal las reservas del BCRA y que ahora se "salva" endeudándose. Si hubiera trabajado desde 2010 para reducir el costo de la deuda, hoy no tendríamos estos problemas. Con una transición económica a 2015 que depende en gran medida de cuántos dólares voluntarios y a qué costo los consiga este gobierno, estas volteretas sólo añaden mayor incertidumbre en el corto plazo. Y eso, por supuesto, atenta contra la recuperación de la credibilidad, tan necesaria para conseguir fondos en los próximos meses.

A pesar de los desafíos de corto plazo, hay un incipiente interés de los inversores globales en la Argentina. Para un país que estuvo fuera del radar en la última década, el disparador es una fuerte expectativa de cambio en las políticas económicas con la llegada de un próximo gobierno en 2015. Se hace imperioso un relanzamiento que apueste a la atracción de todos los dólares que sobran en el mundo y escasean en la Argentina. Promover el encauzamiento de las principales variables económicas dentro de un programa económico explícito e integral será el puntapié inicial para una reversión de expectativas que provoque una renovada base de confianza. Este esquema superador requiere del mayor profesionalismo técnico y de una férrea voluntad política.

En definitiva, en el marco del contexto internacional donde lo que reina es la pobre performance económica y la comparación selectiva entre países emergentes, la Argentina tiene mucho para ganar si despliega una respuesta virtuosa, habida cuenta que su potencial en el mediano plazo es contundente. El renovado interés que despertamos es otra ventana de oportunidad. Nos están esperando.