La Asociación Argentina de Girasol (ASAGIR) presentó una breve radiografía del cultivo en el marco de Expoagro 2014. A continuación, un detalle de lo que hace falta saber para tomar decisiones.
La actual es la peor campaña girasolera de los últimos cuarenta años. La superficie sembrada no superó las 1,4 millones de hectáreas y la producción final estará entre 2 y 2,3 millones de toneladas.
Una actividad generadora de 2200 millones de dólares anuales, en toda su cadena de valor, apenas alcanzará los 1300 millones. El desaliento es generalizado en todos los eslabones de la cadena.
La Argentina ha perdido, por mucho, el liderazgo que ostentó en el mercado mundial de aceite de girasol. En el 2002 Argentina producía el 19,8%, hoy solamente el 6,8% del total mundial de aceite de girasol. Tenía una participación del 55% cayendo hoy al 8,8% del comercio internacional. Ucrania, que en el 2002 producía el 11,3% y exportaba el 16% del girasol mundial, en la actualidad produce el 29,8% y comercia el 57,8% del aceite del mercado mundial.
La actividad, que se desarrolla en ocho provincias argentinas y en zonas distantes a puertos, carece del mínimo aliento oficial, para preservar la competitividad que aún tiene. Sufre la misma abrumadora carga impositiva que el resto de las actividades y una dramática discriminación oficial al tributar Derechos de Exportación del 32 y el 30 %, según el girasol se exporte como grano tal cual o transformado en aceites y pellets de harina vegetal.
En algunas zonas, a causa del ataque de palomas se ha reducido su área de siembra. Pero ninguno de estos problemas es tan grave como la elevada carga fiscal. ¿Qué sentido tiene legislar altísimos derechos de exportación, si el cultivo declina año a año y corremos el riesgo de quedarnos sin saldo exportable?
Desde la cadena de valor sostienen que a este paso, sus derivados alcanzarán sólo para abastecer al mercado interno y las retenciones serán una ilusión fiscalista de magros resultados. Mientras tanto, se habrá arruinado a muchos productores de zonas marginales que no tienen otra alternativa que este noble y tradicional cultivo que cuenta con avances tecnológicos generados por nuestros mejores científicos, investigadores y técnicos, reconocidos en todo el mundo.
Alguien podría decir que si no se siembra girasol, el productor puede elegir otro cultivo. Desde ASAGIR indican que esta hipótesis es falsa, ya que se trata de ambientes severamente adversos, poco aptos para la agricultura, donde la única alternativa es una ganadería de muy baja eficiencia y productividad. El girasol es un cultivo que expande la frontera agrícola del país, por lo que su disminución es una pérdida para todos, no sólo para los productores.
Desde la entidad concluyen que es por todo esto que debe abandonarse la discriminación fiscal que asfixia la actividad y promoverse una estrategia de recuperación y estímulo, tanto en favor del productor girasolero, como del valor agregado y de los empleos regionales que se derivan de él, un cultivo que tantas satisfacciones ha dado a varias generaciones de argentinos.