Tengo que reconocer que llegué con mucha expectativa a Australia. Un país
lejano en distancia, con características tan parecidas, pero con historias tan
distintas a la Argentina. Muchas veces nos comparamos y nos comparan: cómo se
puede tener destinos tan distintos con comienzos tan iguales.
Primero vamos a los datos duros, para aquellos que los quieran refrescar. Australia es enorme, tiene más de 7,7 millones de kilómetros cuadrados, pero la mayor parte es absolutamente inhabitable, siendo un desierto enorme. Tiene apenas 22 millones de habitantes y un PBI per cápita de casi u$s 65.000 por año. Exporta por u$s 264.000 millones e importa por otro tanto. Su PBI total es u$s 1,4 billones, es decir, tres veces el PBI de la Argentina.
El arribo
La primera impresión es que llegás a un país desarrollado. El de Sidney es un
enorme aeropuerto, con muchos aviones, incluido el Airbus 380, el más grande del
mundo. Para ir al centro de la ciudad, como corresponde, se usa principalmente
el tren que llega al aeropuerto. Es decir, se usa el transporte público. Hay que
acordarse aquello de que "un país desarrollado no es aquel donde el pobre puede
comprarse un auto, sino aquel donde el rico usa el transporte público".
Voy a comprar el ticket y viene el desmayo. Para ir al centro, cada pasaje
cuesta 17 dólares australianos. Es decir 16 dólares americanos (cada uno lo pasa
a pesos al tipo de cambio que quiera). Como me queda más tiempo, averiguo para
comprar un pase semanal que me permite viajar ilimitado en tren, colectivos y
ferrys por los siete días. Como lo compro en el aeropuerto, me cuesta 81 dólares
australianos (73 americanos). La cobertura es hasta unos 60 kms de Sydney.
Obviamente, el transporte público es caro, pero miren la diferencia: usarlo una sola vez es carísimo, pero si lo necesitas usar mucho, es bastante más barato. Desciendo al tren a una estación que me dice en cuántos minutos viene, qué estaciones son las siguientes y los dos próximos trenes que vienen. Llega un tren de dos pisos, con asientos de napa, aire acondicionado, silencioso, y con espacio para valijas. Todos sentados y allá vamos: 25 minutos después, arribamos al pleno centro de Sydney.
Postales de la ciudad
Llego a donde están las fotos obligadas del turista típico, el célebre Sydney
Harbour, donde está la Opera con su techo en forma de hojas. También resalta el
famoso puente que cruza la bahía, una construcción de acero colgante que tiene
130 metros de altura. Fue inaugurado en 1932, mientras que la Opera comenzó a
edificarse en 1957 pero recien quedó terminada en 1973. Se trata de un lugar
amplio, con mucho movimiento, pero silencioso a la vez. Se destacan la cantidad
de jóvenes y la diversidad cultural, ya que uno se encuentra con europeos,
orientales e indios por todos lados, conviviendo naturalmente.
Al turismo, así como en los 80 lo hicieron los japoneses, hoy lo dominan los
chinos. De a miles, con cámaras, con guías, es notable la cantidad que se
encuentran en Australia. En este país se ve, y se siente, la importancia de
China en el mundo.
A diferencia de otras ciudades -Buenos Aires, por ejemplo-, Sidney es una
ciudad construida mirando a la bahía. Se combinan la preservación de edificios
históricos con modernos muy bien ensamblados. En cuanto a los autos, todos lucen
nuevos y con el volante del lado equivocado, confirmando su descendencia
inglesa. Pensé, de hecho, que iba a encontrar mucha influencia británica, pero
no fue más que un prejuicio. Australia tiene una historia inglesa, pero un
futuro vinculado a Asia. Muchas veces, supuse que Australia pivoteaba entre
Occidente y Oriente. No es así. El país tiene sus principales vínculos con Asia
y esos son los que hoy mandan. Se puede afirmar que Australia ya tiene su propia
identidad. No reniega de sus orígenes, pero tampoco de su futuro.
Me habían dicho que Australia era cara y tienen razón. Por estos días, hay un debate sobre el valor del dólar australiano que históricamente estaba a 75/80 centavos de dólar americano y ahora está a 0,92, lo que está trayendo problemas y discusiones en la economía local.
El poder de los commodities
Otro debate caliente, durante mi estadía, tuvo que ver con el sector
automotriz, ya que Toyota decidió retirarse de la fabricación de automóviles en
Australia. Anunció que, en 2017, dejará de producir en el país. Esta decisión en
realidad es la última de una continuidad, ya que GM (Holden, en estos pagos)
también anunció, meses atrás, que cerraba su fábrica . Y Ford lo hará en 2016.
Es decir que para 2017 Australia dejará de fabricar automóviles.
Para que tengan una dimensión, el mercado automotriz en Australia el año
pasado fue de 1,2 millones de autos. Pero se produjeron en total unos 180.000
autos. Con lo cual, apenas un 15% del mercado es producción local, el resto es
importado. El debate político al repecto es muy intenso. Mientras que el Partido
Laborista -hoy oposición- se muestra muy crítico con el Gobierno liberal por
dejar cerrar esas plantas, desde el oficialismo argumentan que Australia no
tenía por qué mantener una industria que ya no funciona en el país y que en
otros tiempos era subsidiada por gobiernos laboralistas.
Los aussies tienen salarios muy altos y un mercado muy chico para mantener de
manera competitiva una industria automotriz. "No somos buenos haciendo autos,
somos buenos produciendo minerales, energía, agricultura y servicios de alta
calidad, no autos", sostienen a coro los australianos. Y agregan: No hay que
mantener lo que no somos buenos haciendo, tenemos que dedicarnos a hacer lo que
mejor sabemos.
Este concepto que comparte la mayoría de la sociedad australiana es difícil
de asimilar para un argentino o un latinoamericano. Es culturalmente imposible
que pensemos que no somos buenos haciendo algo. Que es mejor que otros lo hagan
y que nosotros nos concentremos en lo que somos mejores. En ese sentido,
Australia representa un choque cultural, porque ellos hacen todo lo contrario a
lo que nosotros pensamos que hay que hacer. Su Secretario del Tesoro, Martin
Parkinson, describió a Australia de la siguiente forma. "Somos un país grande en
territorio, lejos de todos lados y con solamente 22 millones de habitantes. O
nos abrimos al mundo y tenemos escala global o solo seremos chicos, solitarios y
pobres", esgrimió.
Cuatro años atrás, en Gladstone, una ciudad de apenas 35.000 habitantes, cuyo
puerto es uno de los principales en la exportación de carbón (se despachan unas
70 millones de toneladas de carbón por año) se descubrió gas entre el carbón.
Por lo tanto, surgió la posibilidad de exportar gas licuado a Asia. El Gobierno
abrió un parque industrial para promover el asentamiento de empresas a las que
les interesaría instalar plantas de licuación de gas y exportarlos. En solo
cuatro años, tres consorcios empresarios están construyendo plantas de gas
licuado por un valor de inversión de u$s 22.000 millones cada una. Según cuentan
en el lugar, el flamante parque industrial debería comenzar a exportar a fines
del 2015 y ya tienen contratos firmados de compra por los próximos 20 años a
potencias como China, Japón e India.
La cifras ayudan a poner en perspectiva el flujo de inversiones en la Argentina. Cuando se habla de una inversión de u$s 1.200 millones en Vaca Muerta por cinco años y uno ve que solo tres plantas en Australia representan más de u$s 60.000 millones, se toma dimensión de lo pequeño que es y discute la Argentina.
Desafíos
¿Es todo perfecto, entonces? Está claro que la respuesta es no. De hecho hay
un gran debate económico en camino. Una pelea con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) presenta dos frentes: por un lado, el Gobierno tiene un
déficit fiscal creciente y quiere reducirlo, pero para ello cortaría gastos que
podrían enfriar la economía, algo lo que el FMI... ¡se opone!. Y por otro lado,
el Gobierno quiere eliminar un impuesto al carbón y muchos aquí se quejan por el
impacto ecológico que tendría la medida.
En Australia, coexisten puntos de vista diferentes respecto al medio
ambiente, pero todos tienen algo muy claro: la única oportunidad que tiene el
país de ser rico es abriéndose al mundo. Y esa apertura los obliga a ser cada
vez más competitivos, a ser cada vez mejores.
Después de los países de Asia y de Suecia, son el mejor resultado de las
prueba PISA. La educación es gratuita, pero muy exigente. Para entrar en la
universidad, que las hay muy buenas, es obligatorio aprobar un duro examen al
final del secundario.
Basta con prender la televisión para ver como los contenidos pasan por cómo promover la forma de hacer negocios, cómo ser cada vez más competitivos y cómo aprovechar el crecimiento de los asiáticos. Todos aquí miran fronteras afuera. Muchas de las personas con las que hablé trabajaron en China, India o Singapur. Y cada vez son más los que hablan alguna lengua asiática. Viajar por el mundo es casi una obligación. Al preguntar por América latina, dicen que, hoy, no es prioridad, pero que hay que dedicarle más tiempo. Y respecto a la Argentina, diplomáticamente dicen que hay que hacer esfuerzos para acercarse, pero que para bailar el tango se necesitan dos. Dejando entrever que hoy la Argentina no quiere bailar con nadie.
El resultado
Es un país que lleva la friolera de 22 años de crecimiento sostenido de su
economía, con un promedio del 3% anual. No es un milagro, es el resultado de
entender que el mundo es una oportunidad, pero que aprovecharla requiere
esfuerzo y trabajo. Como bien dicen los australianos: Nosotros no nos quedamos
en describir los problemas, los enfrentamos y los solucionamos.
Se trata de un pueblo que tiene su fuerte en los recursos naturales, principalmente mineros y energéticos. Y todos están orgullosos de eso. Son los mejores en eso. Tienen las mejores empresas y las quieren ver crecer por el mundo. Saben de su potencial y conocen sus debilidades. Pero, también, entienden que mejorar la calidad de vida de todos requiere sacrificio.
Venir a conocer Australia es impactante, pero deja un poco el sabor amargo de ver lo que la Argentina hace muchos años decidió no ser.