La tormenta por el dólar por ahora pasó aunque los pronósticos económicos para este año no resultan auspiciosos. Para sosegar al dólar el gobierno kirchnerista apeló al manual de las recetas ortodoxas. El titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, admitió que las medidas adoptadas podrían tener algún efecto recesivo. Lo escucharon dirigentes radicales que hablaron con él. Axel Kicillof supone que ese golpe a la producción y el plan de “precios cuidados” ayudarían a desinflar la inflación. La mayoría de los economistas han empezado a revisar las perspectivas de crecimiento del país para el 2014.
Los más optimistas se plantan en un 1%; los pesimistas vaticinan una contracción.
Tampoco creen que el alza de los precios se detenga mágicamente por la invocación de Cristina Fernández para defenderlos. O por la intimidante presencia callejera del grupo de ultraizquierda Quebracho, que presta sus servicios a los K. Están pendientes además las discusiones paritarias.
Según Ecolatina, la ventas minoristas en enero descendieron casi un 4% respecto del mismo mes del 2013. Antes de aquellas decisiones de apuro que tomó Fábrega, el Gobierno se había encargado con la mala praxis de dispararle a su modelo: la ley de impuestos segmentados a la venta de autos de alta gama produjo una caída de la actividad en enero. Los patentamientos bajaron un 2% en la medición interanual. Se advierten las primeras secuelas laborales: hay suspensiones y vacaciones anticipadas del personal en empresas de autopartes.
Cuesta entender tanta impericia disfrazada con el relato de la presunta equidad. La baja en la venta de vehículos abarca a todos, desde los más básicos hasta los lujosos.
Ahora están analizando como poner la marcha atrás.
El propio Gobierno se había confabulado contra sí mismo el año pasado cuando impuso un rígido cepo a las transacciones inmobiliarias. Esos negocios disminuyeron y la construcción sintió el cimbronazo al encoger la expansión. Los autos y los ladrillos fueron en estos años, en gran proporción, sostenedores de la actividad económica.
La economía sufre también por otras improvisaciones. Augusto Costa se desvela por la marcha del plan “precios cuidados” pero nunca termina de ordenar el sistema desquiciante de autorización de importaciones que legó de Guillermo Moreno. Siguen imperando las decisiones por espasmo, de acuerdo con presiones o circunstancias. Daniel Scioli hizo un reclamo por la difícil situación de los 78 hospitales en Buenos Aires. En ellos estalló un pleito donde se mezclan las aguas: hay reclamos por mejoras salariales aunque además por la falta de muchos insumos básicos –que son traídos del exterior– para atender a los enfermos.
Cristina, más allá de sus mensajes en los cuales describe una bonanza inexistente, habría empezado a tomar nota de los sufrimientos económicos que pueden entorpecer la transición. También escucha a un Kicillof ambivalente, persuadido de la inevitabilidad del ajuste pero proclive a salidas extrañas: fomentar la posibilidad de algunas inversiones y analizar, a la vez, de qué modo limitar las ganancias de las empresas en el país. Algo así como el imposible de querer mezclar el agua con el aceite.
El kirchnerismo ha hecho de la Argentina una tierra refractaria a las inversiones. Supuso que podría vivir eternamente con lo propio y, en especial, con el enorme ingreso de divisas que promueve el campo a raíz de los buenos precios internacionales de los granos.
Ahora aguarda la cosecha de la soja como el pan.
No le importó, por ende, sembrar conflictos por el mundo. Hizo del castigo al FMI –que le erró feo en los 90 al diagnóstico económico argentino– un argumento permanente del discurso político. Dejó sin cerrar el pleito con los holdouts que no ingresaron en los canjes de la deuda y apremian al Gobierno en los Tribunales de Nueva York. Prometió con recurrencia –nunca cumplió– saldar la deuda de US$ 6.000 millones con el Club de París. Le agregó un broche a semejante desorden: la expropiación prepotente de YPF a la petrolera española Repsol, en abril del 2012.
Desandar ese camino empedrado no será sencillo y requerirá de un tiempo que el Gobierno no dispone. El mandato de Cristina expira en el 2015. El próximo verano arrancará la carrera electoral. Habría por delante entonces, con exactitud, sólo nueve meses.
Casi una competencia contra reloj.
El nuevo índice de inflación (3,7%) fue una señal insuficiente para el FMI. Los abogados han desplazado de la escena a los economistas para intentar evitar otro fallo favorable a los holdouts en Nueva York. El Club de París aguarda alguna propuesta más interesante que la que hizo en su último paso Kicillof.
Las energías kirchneristas se han focalizado ahora en España y en Repsol.
De una actitud esquiva el Gobierno pasó en semanas a interesarse, al parecer con seriedad, en la búsqueda de una solución. ¿Por qué razón?. Supone que sería una señal favorable para los mercados internacionales, a los que pretende acceder. Hay expertos más escépticos. Guillermo Nielsen, negociador clave de la deuda argentina, no desmerece el acuerdo con la petrolera española pero opina que sólo el fin del pleito con el Club de París abriría alguna puerta al crédito.
La orden de progresar con Repsol la dio Carlos Zannini y Kicillof se sumergió en la tarea, con participación lateral del CEO de YPF, Miguel Galuccio. El secretario Legal y Técnico no hizo más que repetir lo que escuchó de boca de Cristina.
Como ocurrió con el reconocimiento de la inflación, el Gobierno se encamina a admitir implícitamente su grave error cuando dispuso la expropiación de YPF a Repsol.
Vista a la distancia, podría comprenderse el bajísimo vuelo político de la maniobra. Apenas sirvió para levantar por 90 días la popularidad de la Presidenta, que venía mellada por las primeras aplicaciones del cepo al dólar. También para esconder la magnitud de la crisis energética que irrumpió con los calores del verano. Pero dejó una pesada hipoteca económica y política que ahora deberá afrontar.
Repsol y el gobierno del premier Mariano Rajoy percibieron aquel cambio de actitud. Sobre todo porque recibieron ofertas de compensación concretas (los US$ 5.000 millones de base), distintas de los espejitos con que el kirchnerismo había pretendido entretenerlos el año pasado. Una delegación de negociadores de la petrolera española se instaló en el ministerio de Economía. Kicillof fue el interlocutor principal. Como parte de las infinitas paradojas de la realidad argentina, el ministro lidió con una compatriota. María Victoria Zingoni es la directora financiera de Repsol. Se trata de una contadora nacida en Neuquén y recibida en la Universidad del Comahue. Ingresó en la petrolera en el 2007.
A la ingeniería financiera de la compensación le restarían pocos detalles. El hermetismo de las partes impide conocer todavía el monto final del resarcimiento. Aunque quizás no sea lo único trascendente: habría que observar el modo de pago, los bonos que podría entregar la Argentina, la tasa efectiva de interés y en qué consistirían las garantías de cobro exigidas por Repsol. En cualquier caso, será otrapesada carga para el Estado que deberán afrontar también los sucesores de Cristina.
Fuentes optimistas apuntan que el acuerdo podría alumbrar esta misma semana.
Luego vendría otro trámite: la aprobación de parte del Consejo Directivo y de la Junta de Accionistas de la empresa española. También el debate en el Parlamento argentino donde las posturas de buena parte de la oposición, tal vez, no sean las que fueron cuando acompañaron la expropiación resuelta por Cristina. El Gobierno supone que el epílogo debería conocerse antes de mayo, cuando vence el plazo legal para resarcir a Repsol estipulado por la ley del 2012.
Repsol firmó la semana anterior un acuerdo de inversión por US$ 1.200 millones con PDVSA para aumentar en 60.000 barriles la producción de crudo. La petrolera española está en Venezuela desde 1993. Por casualidad, el año en que empezó a despuntar allí el fenómeno chavista. El país caribeño representa el 10% del total de su producción. ¿Cómo ha podido perdurar esa relación? ¿cómo han prosperado los negocios en un país de disputas e inestabilidades, hoy mismo conmovido por la intolerancia y la violencia?
¿serían acaso el chavismo y su heredero, el caricato Nicolás Maduro, más confiables que el kirchnerismo?
. Se trata de interpelaciones agrias y llenas de dramatismo, a la luz de lo que ocurre en Venezuela.
El Gobierno argentino ha manifestado su solidaridad irrestricta con Maduro, pese a la brutal represión oficial y a los muertos. Cristina hizo un llamado a la concordia aunque, a la vez, transparentó su indigente concepto sobre democracia. Ese concepto se limita al hecho de votar.
El que gana tendría derecho a todo; el que pierde se las tendría que aguantar.
Por eso aconsejó a la oposición venezolana lanzada a la protesta que aguarde para cambiar su suerte hasta la próxima elección.
No puede cuestionarse, de ningún modo, la defensa del orden institucional. Pero la Argentina y otros países de la región mostraron una actitud distinta y un afán conciliador en crisis anteriores. En la misma Venezuela el año pasado, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay y en Honduras. Es llamativa, sobre todo, la ausencia de Brasil.
Ni la excusa del fantasma de Washington detrás de la turbación venezolana alcanzaría para justificar semejante prescindencia.