Si bien todo indicaría que camina raudamente al ocaso, no se puede desconocer que durante los primeros 8 o 9 años de los 10 que lleva en el poder, el kirchnerismo ha sido en términos políticos un régimen muy exitoso. Ha sido el único en la democracia que ha llegado a su tercer mandato consecutivo y ha ejercido el poder con un control inusitado sobre la vida del país. Ningún otro gobierno en democracia detentó tanto poder e impuso sus políticas como el régimen actual, a pesar de encontrarse hoy acorralado en sus propias garras.
¿En qué se han basado su fuerza y su éxito? Se han sustentado principalmente en tres vigas maestras.
La primera de ellas fue exacerbar por todos los medios y con todos los resortes del poder el consumo popular desde el primer día de gobierno. Su consigna fue llenarle los bolsillos a la sociedad, con la convicción de que con esa fórmula jamás perdería su apoyo. Y lo hizo promoviendo año tras año subas reales del salario sin aumentar la productividad y repartiendo planes sociales que socavaron la cultura del trabajo y crearon dependencia clientelar.
Otra viga consistió en presentarse ante la sociedad como el principal enemigo del establishment (con la cuidada excepción de sus socios y sus empleados), de las clases altas y del capital extranjero.
La estrategia consistió en que ningún otro actor de la escena política nacional encarnara como ellos el enfrentamiento a las elites y al sistema internacional.
Buscaron capitalizar así el justificado resentimiento que existe en general en la sociedad hacia el establishment . Ese resentimiento, sobre el cual el autor de esta nota ya se explayó en estas páginas, viene de lejos. El régimen predominantemente conservador que controló el país hasta el advenimiento de Perón nunca concluyó su tarea de incorporar a todos los sectores de la sociedad. Ignoró y subestimó a vastas franjas del país.
El establishment resiente a su vez que sectores mayoritarios de las clases media y baja han apoyado causas políticas que supone destruyeron el país.
El kirchnerismo interpretó y aprovechó muy bien esa fractura. En esa cruzada, colocó en el mismo plano de enemistad al sistema financiero internacional, con el que dinamitó todos los puentes y al cual ha acudido con desesperación en los últimos tiempos para que le brinde un salvavidas que lo exima de hacer los ajustes que pretende imponerle la realidad.
La tercera viga consistió en una alianza con las organizaciones de derechos humanos -para tener cobertura moral- y un arreglo con sectores de la intelectualidad, la cultura, el periodismo, el deporte y el espectáculo, a fin de tener presencia mediática y comunicacional.
Engarzadas las tres vigas en el famoso "relato" y bajo los eslóganes de la distribución y de lo nacional y popular, se hipotecó el futuro, ya que esa combinación conlleva inevitablemente el desaliento a la inversión. Todo con un estilo autoritario y absolutista de ejercer el poder.
Habría una cuarta viga, pero no puede imputarse a la cuenta del éxito: cederles un rol central en la administración a un grupo de jóvenes ideologizados sin aptitudes previamente comprobadas.
La exacerbación del consumo funcionó exitosamente hasta que se agotaron los recursos. Fue una palanca extraordinaria en la construcción de poder sobre la base de dos aspectos: haber iniciado la carrera consumista justo después de la caída más brutal del consumo que haya experimentado la Argentina en su historia, con lo cual había mucha tela para cortar. Y sobre todo en las consabidas condiciones tan favorables en el plano económico internacional que llegaron justo al inicio del ciclo kirchnerista, donde las commodities fundamentales de nuestra exportación experimentaron unos precios excepcionales y la disponibilidad de liquidez y bajas tasas de interés en el mundo favorecieron el comercio y la inversión.
Esa exacerbación del consumo se llevó adelante sin reparar en ninguna consecuencia, como si un auto se desplazara todo el tiempo a 150 kilómetros por hora sin contemplar curvas, subidas ni bajadas. Y una carrera no se gana yendo a 150 todo el tiempo. Las alternativas de transitorios "ajustes" o de "enfriar la economía" por un breve período estuvieron siempre descartadas.
La gran mayoría de la sociedad, que mide las cosas según los resultados, palpó en carne propia esa bonanza. Fueron casi 10 años de abundancia, algo absolutamente desconocido en un país donde los ciclos suelen durar dos o tres años y luego viene un freno. ¿Por qué entonces escuchar las voces agoreras? ¿Por qué no seguir apoyando la fiesta?
El mito de los superávits gemelos y el dólar competitivo de los primeros años fue apenas una circunstancia y no un sistema de manejo de la economía. Desaparecieron incluso mucho antes de que Néstor Kirchner muriera.
Si uno va a un restaurante e invita a todas las mesas, al salir debe pagar la cuenta. Y al Estado no le alcanza la billetera para pagarla. Quemó ya todos los activos comunitarios. Para seguir necesita que alguien le preste. Pero rompió lazos y credibilidad con los potenciales acreedores. Y a Dios gracias, pues la mayor tragedia para el país sería asumir deuda pública para financiar consumo. Por ese camino iríamos derecho a otro default aún más estrepitoso que el de 2001.
Por eso, desde este análisis, se considera entre lo más destacable de la actual administración haber roto con el sistema financiero internacional y haber inhibido al país de recurrir a deuda externa para financiar consumo, es decir, viajes a Miami, Fútbol para Todos, el atesoramiento de dólares de sectores pudientes -vaya paradoja- en el marco de la flexibilización del cepo cambiario y eludir así otras experiencias nefastas que el país ya vivió. Es legítimo que los argentinos puedan darse esos gustos si lo consideran prioritario, pero con recursos genuinos, no con deuda externa o emisión espuria.
Es cierto que esa ruptura perjudicó a las empresas nacionales, que son pilares imprescindibles para el desarrollo del país. Pero ellas se hubieran hundido junto al portaaviones de la Nación en el cual se asientan si el país hubiera recurrido irresponsablemente una vez más al crédito externo para financiar gasto. El crédito externo debe reservarse para un modelo de inversión.
Fruto de esa exacerbación del consumo, el Gobierno padece una crisis fiscal de muy graves consecuencias. Lo que recauda por todos los conceptos no le alcanza para cubrir sus gastos. Como no tiene quien le preste para cubrir el faltante, debe emitir más de lo que corresponde a fin de pagar sueldos y gastos de la administración. Esa emisión sin respaldo, es decir, no sustentada en una cantidad equivalente de bienes que el país no produce, hace que el peso pierda valor y la gente huya a refugiarse en el dólar. De ese proceso resulta eso que se llama inflación, que destruye toda la economía y el poder de compra de los salarios. Y marca el fin de la marcha triunfal del consumismo.
Simultáneamente está la crisis de los servicios públicos, sacrificados precisamente en esa doble estrategia: se congelaron sus precios para que a la gente le sobrara dinero para gastar en otras cosas, y de paso se castigaba así al capital extranjero que vino al país en los años 90.
El mes pasado se han tomado medidas que eran imprescindibles para la producción y las economías regionales, pero sin atender la cuestión de fondo, que es el déficit fiscal.
En el actual contexto, las mejores medidas correctivas resultan entre inocuas y perniciosas si no se corrige simultáneamente el agujero fiscal.
Mientras el Gobierno no dé una señal contundente a los mercados de que está decidido a recortar el gasto público, éstos le jugarán en contra. El mercado, para darle apoyo, exige un corte significativo en los gastos que conduzca al equilibrio fiscal. Es decir, que los gastos igualen a los ingresos.
¿Qué sacrificar? ¿Por dónde cortar? Si por una de esas casualidades se predispusieran a hacerlo, ésa es una tarea que le compete en exclusividad al oficialismo. Nadie de la oposición ni de ningún otro sector debería indicarles el camino y tener que asumir la pesada carga de ser señalados como los verdugos del pueblo argentino.