Por suerte no lograron imponer sus eternidades que, esencialmente, cuestionaban el sistema. No para cambiarlo en favor de los necesitados sino tan solo para imponer una dictadura del dinero que genera el poder. La obra pública y el juego como pilares de una política que algunos intentaban defender como progresista.
La Argentina vivió tiempos de increíble bonanza justo cuando su gobierno estaba solo interesado en generar un poder económico concentrado apoyado en una desmesurada clientela electoral. El Kirchnerismo es un sistema feudal que nunca se ocupó de los derechos humanos ni de las necesidades de los humildes. Su historia, durante la dictadura como en la democracia, no tiene aportes en ese sentido.
Recién en pleno gobierno descubrieron que la soledad de la ambición necesitaba justificación ideológica, y se encontraron con los que venían en sentido contrario, en edad de convertir las pretensiones revolucionarias en espacio de poder. Y así nació este modelo donde los victimarios intentan asumir el lugar de la víctima.
Resulta una afrenta que un estado que durante años dilapidó fortunas intente ahora echarle la culpa de la inflación a supuestos enemigos. Cuando la Presidenta nos habla de los males del mundo olvida decirnos que estos no lastiman a los países hermanos. Tanto Brasil como Uruguay y Chile son gobernados por gobiernos progresistas y democráticos, sin que necesiten del autoritarismo que soportamos ni sufran la inflación que la ineptitud y la corrupción generan.
Duele leer los documentos de Carta Abierta donde supuestos intelectuales
comprometidos defienden al gobierno como si fuera una brillante expresión de la
política. Las prebendas ocuparon el lugar de las ideas y los principios.
Demasiada corrupción para ser defendida como pretendida revolución.
Lastima ver la ausencia de opciones políticas.
El peronismo está agotado por el uso que de él hicieron los que transformaron una propuesta de integración social en un negocio de funcionarios. Pero no es su historia la responsable de todo lo que sufrimos.
Aún hoy el no peronismo no logra construir una fuerza organizada que tranquilice a la sociedad a partir de proponer una heredad digna de nuestros hijos.
Criticar al peronismo no implica gestar una alternativa al mismo. La democracia necesita alternancia, sería bueno que gobernara otro sector político, tanto como que venciéramos el trauma de que el peronismo no deja que otro gobierne. Le damos demasiadas justificaciones a la impotencia, tanto de un lado como del otro, no tenemos ni empresarios dignos ni suficientes políticos capaces de gestar una propuesta.
Demasiados se hacen los distraídos al solo efecto de seguir gozando de sus prebendas. La libertad exige una cuota de dignidad y rebeldía de las que por momentos parece que carecemos.
Tinelli le puso un límite al poder, ese que gobernadores y empresarios tratan de que pongan otros para evitar el costo de hacerlo. Jorge Yoma suele decir verdades que demasiados intentan dejar de lado para no comprometerse.
El gobierno de los Kirchner termina su ciclo como una nueva frustración para la sociedad. Necesitamos que llegue hasta el final a fin de consolidar la democracia.
Y también que se lleve tras él los últimos restos de la violencia de los setenta. Que después de este fracaso de los que viven de parasitar los conflictos pueda surgir el definitivo acuerdo político. Aquel que Perón formuló en el abrazo con Balbín, aquel que lo llevo a expulsar de la Plaza a los imberbes que lo cuestionaban.
Que la secta de los violentos y los soberbios asuma su fracaso y vuelva a ocupar el lugar de minoría electoral que siempre ejerció. Y que los negocios del poder dejen lugar a la democracia y a la justicia. Mientras la política genere mayores ganancias que el Agro y la Industria estaremos en manos de las mafias.
Que no se usen las consignas de supuestas revoluciones para instalar sistemas que solo dejan a su paso fracaso y corrupción. La política es la única salida, debemos apasionarnos por ella.