La nota salió publicada en el diario Clarín, el pasado viernes 21/2, y la escribe Julio Bárbaro, Ex diputado nacional (PJ)
La experiencia de Venezuela parece reiterar aquellos ejemplos como el de Cuba donde con la excusa de la amenaza de los disidentes se termina oprimiendo al que opina distinto.
Cada vez que se instala el bien del lado del gobierno y el mal en el espacio de la crítica, cada vez que eso sucede expresa una nueva burocracia autoritaria que intenta utilizar las necesidades del pueblo para justificar las desmesuras de su ambición.
Las injusticias sociales suelen ser atroces y dolorosas, los poderes económicos avaros y arteros, pero la verdad no necesita de la limitación de la libertad para lograr su destino.
Las burocracias justicieras suelen ser tan dañinas como los imperialismos y los poderosos a los que dicen enfrentar.
Los discursos de Chávez ya anunciaban un desprecio por el otro que implicaba una relativización de la democracia. Cierto que Venezuela arrastraba demasiada injusticia social como para valorar la libertad, tan cierto como que las pretensiones de la epopeya superaban en mucho el espacio necesario para recuperar la justicia.
La desmesura poco guarda de revolución, los odios que engendra conducen más hacia una confrontación entre hermanos que a una sociedad más justa.
La dureza de la confrontación suele no corresponderse con la necesidad de los desamparados.
Cuba es una experiencia que frustró más el avance de los pueblos por su bienestar que lo que aportó en ese rumbo. Durante años exportó una violencia con más sentido de suicidio que de insignia.
Supo ser más una excusa para los represores que una causa para los pueblos.
Mientras se imponga la idea de que la justicia social sólo es posible pagando el costo de la libertad, la injusticia tendrá su sólido sustento ideológico.
En Venezuela el gobierno termina enfrentado a un importante sector de la sociedad. Este conflicto no se resuelve con violencias ni esquemas ideológicos.
La libertad y la democracia son los únicos caminos posibles.
Que Argentina apoye a su pueblo implicaría hacer un llamado a la paz.
Tomar partido por el gobierno o la oposición es no asumir el lugar responsable de pueblo hermano. Sólo el dialogo y el abandono de la pretensión salvadora pueden volver a pacificar.
Las sociedades no necesitan de profetas ni elegidos por la historia. Requieren de inteligencia y madurez, respeto a la opinión divergente y esfuerzo para superar los conflictos.