En el curso de los últimos 60 años, la carne vacuna ha sido materia de decisiones económicas destinadas a contener el aumento de los precios de este producto que ha sido base de la alimentación de los argentinos y, alternativamente, de las exportaciones nacionales.

Por estas horas, el tema vuelve por sus fueros a caballo del programa oficial de Precios Cuidados, con el cual el oficialismo pretende conjurar la crítica alza de precios, entre los cuales se cuentan los de la carne vacuna. Para ello, tanto el jefe de Gabinete nacional y el novel secretario de Comercio ensayan la existencia de fuerzas ocultas o controles de precios.

La explicación oficial del aumento del precio de la carne vacuna reitera la existencia de especuladores y amenaza con la adopción de sanciones de diversa naturaleza, entre las cuales se cuentan la ley de defensa de la competencia, y, como si ello fuera poco, el secretario de Comercio amenazó con duplicar el impuesto a las exportaciones, que ya suma el 15 por ciento de su valor.

Ante tan preocupante escenario cabe recordar que, en los últimos años, como consecuencia del intervencionismo estatal profusamente alimentado con normas de todo tipo y con la ayuda de la sequía, el inventario ganadero vacuno perdió 10 millones de cabezas, que representan el 20% de las existencias totales.

Resulta indispensable entonces tratar de evitar la reiteración de las políticas que llevaron a semejante fracaso, reencauzando las decisiones en el contexto de las leyes del mercado, la receta más aconsejable para recrear la producción perdida.

Resulta necesario tener en cuenta los importantes cambios ocurridos en el sector de ganados y carnes vacunas y sus sucedáneos. Mientras en el pasado se consumían entre 80 y 90 kilos por habitante por año de carne vacuna y sólo 5 kilos de carne de ave, esa relación cambió a 60 kilos de carne vacuna y 40 de ave, con un aditamento de 10 a 12 kilos de carne porcina en crecimiento. De ello se desprende la existencia de una firme tendencia a la diversificación de la dieta nacional hacia una carne más barata, lo cual desaconseja intervenir en el mercado tal como se proyecta. El mercado solo está produciendo el cambio necesario.

Otra gran modificación es la ocurrida en el mercado mundial de carnes vacunas, partido en dos grandes áreas por regulaciones sanitarias vinculadas con la aftosa. Esa partición mantuvo en la fracción más débil en materia de precios a la Argentina, Brasil y, entre otros, a la Unión Europea y, en la otra fracción de mayor precio, a los Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Uruguay. Aunque la Argentina permanece aún en el circuito denominado aftósico, que le representó grandes daños por décadas, los precios mundiales se han equilibrado y ofrecen excelentes oportunidades y perspectivas que un país como el nuestro no debería perder.

Es sabido, además, que la ganadería vacuna es cíclica, con etapas sucesivas de expansión de inventarios, con baja oferta de hembras y otras de declinación con liquidación de stocks, que se cumplen aproximadamente cada cinco o seis años.

Los recientes aumentos de precios del ganado indicarían que se estaría gestando una etapa de expansión que devolvería una parte de la destrucción de las mencionadas 10 millones de cabezas. Sería así lamentable que un propósito de control de precios, de fracaso seguro como todos los intentados en el país y en el mundo, vuelva a frustrar una perspectiva de devolver vitalidad a uno de los sectores económicos más importantes de la vida nacional. Por lo demás, cobra cada día más vigencia la necesidad de proveer más divisas a la economía nacional que día a día muestra la disminución de las reservas en las arcas del Banco Central.

Las carnes vacunas han sido y deberían seguir siendo proveedoras de esos hoy escasos dólares. Así las cosas, se tornan indispensables el abandono de las decisiones estatistas e intervencionistas que están minando las energías productivas de la sociedad y su reemplazo por los más eficientes dictados del mercado.