Todos en el partido de gobierno le atribuyen a esta tregua financiera precaria –que lleva una semana y media– el mérito de Juan Carlos Fábrega, el jefe del Banco Central, que con medidas ortodoxas le bajó varios grados a la fiebre del dólar. Pero temen que la llegada de marzo, con el fin del tiempo estival, fogonee de nuevo las razones de la crisis que permanece latente.

El problema en ese peronismo reconoce dos planos. Uno de ellos es, por supuesto, económico. Pero sobresale además el político. El partido está muy fragmentado y Cristina Fernández no lo cuenta como una de las herramientas clave de su poder. Ese sitial corresponde a La Cámpora, a los talibanes K y a un puñado de organizaciones sociales. Pero el viejo PJ, aunque tiene su pensamiento en el 2015, debe quedarse donde está porque quedan por delante dos años con una realidad elocuente: el poder kirchnerista tiene un presupuesto de gasto socia l que orilla los $ 45.000 millones de los cuales administra, de modo discrecional, $ 38.000 millones. Los recursos disponibles para los gobernadores entonces resultan escasos, casi migajas.

De no ser por esa brutal dependencia, tal vez, habrían ya ocurrido otras cosas. En lugar de la reunión que el lunes hicieron quince ministros de economía provinciales –peronistas y no peronistas– para discutir sobre las paritarias que vienen y la inflación, hubieran asistido los mandatarios. Pero hubiese podido ser interpretado por Cristina como un desafío imperdonable a su poder. “Si le fastidió el maquillaje que Tinelli (Marcelo) propuso para el fútbol, ¿se imaginan lo que hubiera sucedido con una cumbre de gobernadores”, razonó un dirigente del NOA.

Uno de los síntomas que, con histórica disciplina, exhibe la economía de la Argentina es la capacidad que tienen las provincias de adelantar señales sobre las graves cuestiones macroeconómicas. Durante el 2013 quedaron en evidencia sin excepciones. La región centro y sur fueron, quizás, aquellas que hicieron sonar con más fuerza sus alarmas. Pero resultaron los gobernadores de Tucumán, José Alperovich, y de Misiones, Maurice Closs, los primeros en celebrar la devaluación de Kicillof como un alivio para sus producciones regionales.

Daniel Scioli intenta, con el mayor disimulo para no irritar a los K, reagrupar al pejotismo pensando en la gobernabilidad de la transición y en su propio destino. Una cosa está enlazada con la otra aunque ese enlace no represente ninguna garantía futura para el mandatario bonaerense. Los ministros de economía de las 15 provincias se congregaron a instancias suyas, en torno a Silvina Batakis, la mujer que lidia con los números de Buenos Aires.

Scioli necesita un frente más o menos amalgamado para enfrentar los reclamos sindicales que se afianzan al ritmo de la inflación. Su gobierno será el primer laboratorio cuando deba negociar con los gremios docentes. La posibilidad de no llegar a un acuerdo y de dejar bajo amenaza el comienzo de las clases sería una incomodidad política para él.

Aquella estrategia tuvo, de arranque, claroscuros. La convocatoria no fue menor pero las ausencias tampoco.

Entre los nueve faltazos, siete fueron de provincias que comanda el peronismo. Algunas, incluso, con las cuales siempre contó, como San Juan. Scioli fue la primera persona que vistió a José Luis Gioja, luego de su terrible accidente aéreo de octubre pasado. Pero el gobernador cuyano, aún en recuperación, no desearía pulseadas prematuras con Cristina.

Resultaría difícil no vincular esa acción interna de Scioli con el viaje a Estados Unidos (Nueva York) que inicia hoy. Será disertante ante el Consejo de las Américas.

El gobernador pretende ofrecer señales de previsibilidad y aprovechar la tregua que parece ofrecer ahora la crisis interna. Aunque habría mucho de voluntarismo en dicha ambición. No sólo los periódicos estadounidenses se vienen ocupando de las desventuras argentinas: el Congreso de ese país ventiló también los enigmas de la situación nacional cuando trató la designación del posible nuevo embajador en Buenos Aires, Noah Mamet.

Difícilmente Scioli se aparte en su viaje del libreto trazado, en materia económica, por uno de sus principales asesores, Mario Blejer, ex presidente del Banco Central. El economista supone imprescindible transmitir gestos de confianza en el corazón del poder mundial para afrontar las tareas mínimas que le aguardan a Cristina, si pretende convertir esta tregua en algo estable. A saber: poner fin al pleito con los holdouts; negociar la deuda con el Club de París; restablecer lazos políticos con el FMI y concluir el acuerdo anunciado con la petrolera española Repsol por la expropiación de YPF. Ese programa podría facilitar el acceso de la Argentina a los mercados internacionales y reponer alguna solvencia que extravió. Aunque también ese mismo programa demandaría tiempo (no sobra) y medidas internas complementarias. De mínima, un plan antiinflacionario y un recorte del gasto público.

Nadie sabe si Cristina y Kicillof están dispuestos a cumplir, de verdad, con esos preceptos. O seriamente, al menos, con algunos de ellos. La Presidenta cree que todas las batallas se ganan en el campo político. Por ese motivo combate a la inflación sólo con la campaña de “precios cuidados”.

Campaña que incluye aprietes y escraches.

La voz más contestaria a esa pretensión, para malestar presidencial y del propio Scioli, surgió de las propias filas peronistas. Sergio Massa anduvo de recorrida por supermercados y denunció que tal cuidado no existe. Volvió a machacar con la inflación galopante, el tema más sensible, junto a la inseguridad, en el humor popular. El líder del Frente Renovador se solaza también birlándole intendentes al kirchnerismo y a Scioli. Obtuvo el pase de Raúl Othacehé, capo de Merlo, uno de los tres barones del conurbano peor considerados.

Se comprende la necesidad de Massa de fortalecer su estructura frentista para recorrer el largo camino hasta el 2015. Se comprendería mucho menos su exhibición con un intendente que habla mucho y casi siempre mal del presente y del pasado.

Y nada de otro porvenir.