Prescindamos por un momento del tono con el cual la Presidenta volvió a reservarse anteanoche el anuncio de las noticias supuestamente redituables del Gobierno. Nadie quisiera que ese tono fuera el del humor con el cual el conductor de un vehículo transporta por rutas riesgosas a los atribulados pasajeros. Prescindamos, de igual modo, de la singularidad de que alguien esté dispuesto, en un mismo discurso por televisión y radio, o sea, a ojos y oídos de todo el mundo (de todo el mundo dispuesto a encadenarse) a patentizar su irritabilidad con actores de tan diversa naturaleza: empresarios, sindicalistas, medios de comunicación no oficialistas... Prescindamos, también, de las versiones de que esa excitación se concentra en privado en los deplorables logros de algunos de los colaboradores próximos y en la gente (más de dos tercios) que no supo comprender la gestión oficial en las elecciones perdidas en octubre pasado: que sería como admitir que uno está enojado consigo mismo.

Esa masa crítica de elementos significativos para evaluar las posibilidades del destino inmediato común a los argentinos puede ser dejada de lado, por un momento, para detenernos en sólo un punto: el grado de confiabilidad que puede suscitar hoy el Gobierno. Por una vez, la Presidenta habló de inflación, síntoma brutal, en primer lugar, del descontrol del gasto público. Pero, en lugar de haberse hecho cargo de la irresponsabilidad con la cual se han instrumentado las políticas públicas que han llevado a la actual situación, volcó culpas en afectados que procuran amortiguar los efectos de la impericia administrativa. No hay recursos que alcancen, a este paso, para llenar el barril sin fondo de un gobierno que ha elevado la presión tributaria a una de las tasas más altas del mundo. ¿Qué porvenir quiere dejárseles por este camino?

Si hay un modelo económico, como insiste el oficialismo en su recurrencia en frases trilladas, es un mal modelo. Ha sido denunciado por la atrocidad de las consecuencias hasta por economistas internacionales que habían sido prudentes en exceso en juzgar la mala praxis que no es de hoy, sino de años. Un modelo debe ser, por definición, ejemplar, y no puede revestir nunca características paradigmáticas un conjunto de normas adoptadas, con más impulso que reflexión, sobre el piso siempre frágil de la fantasía de lo que se relata.

La falsedad de las estadísticas oficiales ha tenido condenas morales y políticas aquí y en el exterior. Eso ha sido caer en lo que ningún gobierno, civil o militar, se había atrevido a perpetrar. Ha sido apelar a un ardid rudimentario y desconocido en el ámbito económico y financiero internacional, no porque se prescinda a veces de hacer cosas de parecido rango en perversidad, sino porque suelen evitarse torpezas de tamaño grado. El caso de la manipulación de los datos del Indec ha inferido daños económicos y financieros de una magnitud considerable, por cuyos costos deberán rendir cuentas legales en algún momento el Estado argentino y sus agentes.

Hay algo de ingenuidad, además de torpeza, en acometer un dolo que cualquier ama de casa se hallaba en condiciones de constatar. Es que la arrogancia en suponer que toda conducta es posible a condición de que se la disfrace a las apuradas revela, en el fondo, un candor gigantesco, impropio de gobernantes y hasta de cuadros partidarios sólidamente formados. ¿Acaso no es de un candor que salta a la vista, ahora que se reconoce la inflación cuando ésta ya tiene en sobresalto a los argentinos, pretender que son los demás, y no el Gobierno, los responsables de una década desperdiciada?

¿No es mentir una vez más decir que no hay un cepo cambiario, cuando es el Estado el que autoriza a comprar dólares para atesoramiento, condicionando la adquisición a montos y formas de ingresos, a individuos y no a empresas, con obligaciones de retenerlos en plazos fijos hasta por un año a fin de evitar el pago de un recargo del 20 por ciento? ¿Gobernaron durante diez años en estado de "emergencia económica" y decretos a troche y moche de "necesidad y urgencia" para que la libertad individual de los argentinos quedara en eso?

Está el Gobierno enredado en su propia fabulación, en su tono, en su estilo, que ha sido la única constante real de estos años. Ha gobernado así diez años. ¿Por qué habría de cambiar en los últimos dos que prevé el mandato de la Constitución que une como mandato legal a los argentinos?.