Habría que apartar, por un momento, el teatro montado en la Casa Rosada y el contenido del discurso presidencial para visualizar una conclusión de fondo: Cristina Fernández parece empezar a percibir, como le sucede al común de los ciudadanos argentinos, que la pretendida inyección de capital político que imaginó para su Gobierno tras la derrota electoral de octubre se ha evaporado antes de lo pensado. Jorge Capitanich es ya un jefe de Gabinete devaluado en apenas dos meses. Axel Kicillof no acierta todavía con ninguna receta económica que despeje la enorme incertidumbre que cubre el horizonte de nuestro país.
Esa realidad ayudaría a explicar el molde de la reaparición de Cristina, mucho mas asociado a cuando volvió el 20 de noviembre de su larga convalecencia y tomó juramento a los nuevos ministros que a la anterior incursión pública, el pasado 22 de enero. Ambos mensajes tuvieron, sin embargo, un similar hilo conductor: los dedicó para el anuncio de mejoras sociales. En la primera oportunidad, el lanzamiento de un plan para jóvenes, entre 18 y 24 años, que ni estudian ni trabajan tomado de la experiencia mexicana que su nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, está en vías de reformular. Anoche, el primero de los dos aumentos anuales, previstos por ley, para los jubilados (11.31%) y la triplicación del valor de la Ayuda Escolar Anual, que llegará a los $510. La lógica presidencial sigue, en este tiempo de timón a media máquina, aferrada únicamente a la difusión de buenas noticias.
Esa pretensión parece con frecuencia rodeada de paradojas. Cristina continúa describiendo una nación que no existe.
En un tono guerrero, además, que tendría mas vinculación con las dificultades que acechan antes que con la supuesta prosperidad mencionada en su mensaje. Regresó con la cadena nacional para competir con las que denomina “cadenas del desánimo” (los medios de comunicación no adictos) y desparramó sus fobias sobre casi todos los sectores de la comunidad. A saber: los empresarios, los banqueros, los dueños de los laboratorios, los opositores y, sobre todo, los sindicalistas. El rostro demudado del metalúrgico Antonio Caló, el líder de la CGT K, sentado en la primera fila de invitados, resultó en ese aspecto hiper expresivo. Su incomodidad no estuvo sola: bastó también con otear el semblante de algunos gobernadores y hasta ministros mientras Cristina hablaba y los jóvenes militantes –repartidos en el salón del acto y en los patios internos de la Casa Rosada– saturaban con su euforia.
Según el libreto de la Presidenta, todos aquellos actores y nunca los errores de su propia administración serían los principales responsables de la crisis económica en ciernes. De la inflación, para ser exactos. Palabra que pronunció una sola vez en 40 minutos, aunque el esqueleto de su discurso rondó siempre ese problema. Cristina golpeó a Caló por haber dicho, días atrás, que el sueldo no le alcanza a mucha gente en la Argentina para comer. A Hugo Moyano, Secretario General de la CGT, le destinó otro capítulo con datos que aportó el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray. Sostuvo que la mayor parte de las transacciones para la compra de dólares –que estimó hasta ahora por encima de 400 mil– corresponderían a trabajadores en relación de dependencia y ligados muchos de ellos al gremio de los camioneros.
Utilizó ese ejemplo con dos propósitos. Desairar aquella afirmación de Caló que tanto fastidio le causó y exaltar la presunta capacidad de ahorro de los trabajadores.
Esos trabajadores atesorarían dólares porque les sobraría plata. Esa constituyó su fallida argumentación de un fenómeno que posee, a las claras, otra explicación: la gente que puede se vuelca al dólar porque el peso se devaluó un 25% en enero –lo devaluó el Gobierno– y la tendencia inflacionaria no cede.
Se trata de una constante histórica de la sociedad cada vez que olfatea la cercanía de una tormenta.
Aquella infortunada tesis presidencial significó, al mismo tiempo, otro desmadejamiento del relato K. Hace un año Cristina instó a los ciudadanos a ahorrar en pesos. Ella misma dijo haber pesificado algunos ahorros. Obligó a hacerlo también a sus funcionarios, aunque varios no cumplieron. Ahora se alegra porque ciertos trabajadores tienen capacidad para comprar dólares.
El relato parece andar a estar altura como su gestión, con la brújula alocada.
Su convocatoria al cuidado de los precios trasmitió idéntica impresión. Advirtió a los sindicalistas. Pero llamó también a gobernadores, intendentes y militantes. Rogó a la gente que, por distintas razones, realiza piquetes cotidianos a que se sumen a la patriada. Transmitió la sensación de algo improvisado, con rasgos de desesperación, mas que de un plan urdido y a punto de ser puesto en marcha.
Cristina dejó para el epílogo, tal vez, la cuestión política mas delicada. En uno de los dos breves discursos que pronunció –además del principal– ante los militantes que colmaron los patios de la Rosada auguró que está dispuesta a dar todas las batallas que sean necesarias y que no dejará ninguna de sus convicciones en el sillón presidencial. Pareció una referencia obligada e inevitable frente a un debate público que instaló el oficialismo: la posibilidad de que un agravamiento de la crisis económica trunque la transición completa hasta el 2015.
Esa agenda fue abierta la semana pasada por el gobernador K de Misiones, Maurice Closs, quien afirmó que este tiempo podría concluir como el de Raúl Alfonsín o quizás el de la Alianza. Closs se rectificó y, al parecer, conformó a Cristina: “Mauri”, lo llamó amigablemente anoche, cuando debió consultarlo sobre una explotación laboral de campesinos en un predio de Misiones. El tema no quedó en la nada. Ayer lo retomó el ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, que pidió no ilusionarse (¿a quién?) sobre que “nos vayamos a ir antes”. Lo secundó, mas o menos del mismo modo, el titular de Defensa, Agustín Rossi.
A ningún dirigente opositor, sindical, político o empresario se le ocurrió insinuar algo así. El único atrevido fue un ex diputado, el peronista riojano Jorge Yoma, en alguna época embajador kirchnerista en México. La oposición se estremece ante la menor chance de algún tropiezo de la transición. Pretende que el Gobierno y todo el peronismo pague los costos por tantos años de desarreglos económicos. Eso podría abrirle alguna puerta en el 2015.
Nunca antes
Los opositores y la mayoría peronista presumen, mas allá de sus deseos, que no se avecinan para la Argentina tiempos fáciles.
Lo sinceró el propio Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires, con una de sus acostumbradas metáforas. Sobrevoló también todo el discurso de Cristina, al margen de las coreografías y las simulaciones.