Los bajos representan una superficie importante para la ganadería argentina, pero muchas veces la falta de difusión de la información técnica para poder manejarlos eficientemente convierte en un gran desafío producir carne en estos ambientes del campo.

Apoyándose en la experiencia de diez años de trabajo en los bajos de La Nélida, el productor Ramiro Irigoyen viene avanzando y transformando estos sitios de cría en ambientes que producen más cantidad y calidad de forraje, y en donde actualmente ya se recría e inverna. Vale la pena conocer su experiencia.

Irigoyen forma parte de la tercera generación de productores en el campo familiar de Perdices, en el sudeste de Entre Ríos. “Acá, el trabajo siempre fue muy tradicional, con campos muy abiertos y naturales”, explica a Clarín Rural, durante la recorrida por los lotes. Pero agrega: “La calidad de los ambientes bajos limita la posibilidad de diferenciarse. Son ambientes que producen mucha materia seca en el verano pero son muy flojos en el invierno y, a partir de abril, se encharcan y, normalmente, están minados de tacurúes (hormigueros gigantes)”.

La Nélida es el campo propio, de 735 hectáreas, pero se suman otras 350 hectáreas que Irigoyen alquila. Del primero hay 250 hectáreas que son agrícolas, sobre las que hace una pequeña superficie de verdeos de invierno; las restantes son ganaderas. De esta superficie ganadera -dice Irigoyen- hay 180 hectáreas sobre las que todavía no se avanzó con las mejoras en el campo natural.

Sebastián Villena, asesor técnico de la regional Litoral Sur de Aacrea aportó lo suyo durante la recorrida. “Estos son campos muy hostiles. Por un lado, es difícil entrar a hacer labores y por eso todo el manejo tiene una componente artesanal muy importante. Por otro lado, hay poca información agronómica sobre estos ambientes; hay que usar algunos datos del INTA o generar información propia”.

A partir de la necesidad de sostener la producción con recursos genuinos en el campo, Irigoyen hace doce años comenzó, con un primo veterinario, con las primeras pruebas en los bajos. Luego se sumó al CREA Litoral Sur y así profundizó aun más la investigación.

Con pautas claras para el manejo de cada ambiente y diferentes tecnologías, actualmente “el campo es un mosaico con distintas variedades de festuca, mejoramiento del campo natural con el agregado de semillas al tapiz, lotes en los cuales se promocionan especies invernales con herbicidas y otros en los que se lo hace a diente”, explica Irigoyen.

Con todos estos manejos, el campo natural de la región, que soporta una carga de 0,5 EV/ha (es decir, una vaca de 200 kilos), pasó en La Nélida a 1,2-1,3 EV. De esta forma, más que se duplicó la carga de cabezas por hectárea y también aumentó la producción de carne, de 110 kilos/ha a 300 kilos/ha. La cantidad de cabezas oscila durante el año entre 900 a 1.200.

Además de la mejora en la calidad del recurso, el constante manejo fino fue otra de las claves para este establecimiento. “Luego de introducir especies y lograr que se implanten, viene manejo y manejo. De eso se trata, básicamente, y es fundamental para la persistencia de las especies. Así, en lugar de desaparecer, vamos progresando”, dice Irigoyen.

Mientras habla transita un lote de 50 hectáreas, el primero en el que se hicieron ensayos de intersiembras de especies forrajeras en el campo natural, y que considera el modelo a seguir.

Después de diez años, este potrero conserva especies, como los tréboles, la achicoria y lotus tenuis, que aun rebrotan, aunque la persistencia normal de una pastura, bien manejada, es habitualmente de cuatro años.

“El productor ganadero se focaliza mucho en el manejo de la hacienda y, como aspecto secundario, en el recurso pasto. En cambio, Ramiro se centra en el manejo del pasto y piensa en la hacienda como un medio para producir carne. Por eso, se dedicó más tiempo a pensar cómo producir más pasto y de mejor calidad”, explica Villena.

Y agrega: “Una cosa es el volumen en los diferentes momentos del año y otra cosa es la calidad. Eso es importante porque, en este momento, en cualquier campo de la zona, hay volumen de pasto pero no en todos hay calidad. En éste, por las especies que se introdujeron, se genera alta calidad con altas ganancias diarias, pero, como son lotes inestables, el objetivo es no reemplazar del todo el campo natural”.

En el campo hay hacienda propia, capitalizada y en pastaje, de distintas razas. Su modelo incluye que al desteste, toda la hacienda llega desde Formosa, donde Irigoyen alquila un campo ganadero.

Los terneros ingresan con 180 kilos de peso y son solamente machos. Pasan el invierno sobre una pastura con buena densidad de proteína y algunos transitan por una pastura de avena. Luego, en la primavera vuelven a las pasturas, mientras que en el verano van a los campos más bajos para terminarse.

De esta manera, al ingresar al otoño siguiente hay tres situaciones distintas: hacienda gorda, hacienda para recría y aquella que va a la parte difícil del campo. Para sostener la carga se usa también silo de pastura, de sorgo y rollos.

En resumen, con simpleza agronómica, en La Nélida mejoró la oferta forrajera y la producción de carne. Apoyándose muy fuerte en tecnología de procesos, Irigoyen transformó su campo y lo dotó de mucho más potencial que el que tenía. Para imitar.

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La película; no la foto

“Lo importante es ver la película entera y no la foto”, dice Ramiro Irigoyen, productor ganadero, en Perdices, en el sudeste de Entre Ríos. Desde hace diez años viene haciendo un rejuvenicimiento del pasto natural que lo llevó a más que duplicar la carga y la producción de carne.

Por su parte, Sebastián Villena, su asesor técnico y también asesor de la regional Litoral Sur, de Aacrea, dice: “El impacto productivo se puede ver en que se pasó de producir 100 kilos de carne/ha a cosechar una especie forrajera para resembrar la semilla. Eso es un gran resultado”.

Para el productor, la fortaleza de sistema tiene que ver con el avance sobre ambientes en los cuales las oportunidades de producción son habitualmente muy bajas e inestables. Pero al redefinir esto y lograr un aumento sensible en la producción de carne, también se pueden encarar nuevas inversiones en infraestructura, que aumentarán aun más el nivel de producción. “En la medida en que vamos intensificando, nos vamos quedando chicos”, dice Irigoyen.

A su turno, Villena comenta que la fortaleza principal que tienen es el camino que recorrieron. “Durante siete u ocho años, Ramiro se lo pasó mirando la producción de pasto. Después, la producción de carne es una consecuencia”. Como debilidad, el técnico subraya que al ser una pyme agropecuaria no cuenta con todo el capital de trabajo propio que desearía. Además, dice que no hay interacción entre productores que estén haciendo cosas similares, lo cual limita la multiplicación del conocimiento.

Para usar incluso en producción de semilla

En la zona baja del campo La Nélida, que es completamente encharcable, hay zonas mejores y peores. Cuenta Ramiro Irigoyen, el dueño y productor ganadero, que esos ambientes bajos, que son una extensa planicie, a diferencia del característico paisaje ondulado de Entre Ríos, eran el antiguo cauce del Río Paraná.

En esos lugares, diferenciados por las especies que crecen allí y por su productividad, no hay un solo manejo, sino uno por cada uno de los tres grandes ambiente de bajo. En los mejores se logró estabilizar la producción con introducción de especies forrajeras de calidad, hasta incluso para usarlas para la producción de semillas. Irigoyen lo hace con el lotus tenuis y así va sembrando nuevos ambientes.

Los ambientes naturales de esta zona de Entre Ríos no producen más de 3.000 kg/ha de materia seca por año. Pero con la incorporación de mejores especie y de otras que no están en el tapiz natural se logró que produzcan de 6.000 a 7.000 kilos materia seca.

Eso, está claro, aumenta la receptividad y, con especies de mejor calidad, crecen también las ganancias diarias de peso.