Así, bien pertrechado, fui al encuentro, en el corazón de la City, de los enemigos económicos del Gobierno y del país. "Nos atacan los bancos", había clamado la señora desde La Habana. "Es un golpe del mercado", dijo Kicillof. "Estamos ante un ataque especulativo para quedarse con el petróleo y el agua", se sumó Capitanich, entrañable como un osito de peluche en su afán de querer parecer cada día un poco más kirchnerista.
A ver, no soy un hombre de armas tomar -mi ámbito es el terreno de las ideas y no el campo de batalla-, pero tampoco podía hacerme el tonto ante las dramáticas advertencias de nuestras principales espadas. Si los especuladores estaban viniendo por nosotros, que supieran que se iban a encontrar conmigo y con mi pequeña tropa de sangre bruta y canina, dispuestos al sacrificio.
"¡No pasarán!", arengué al grupo en Florida y Corrientes el miércoles al mediodía. Yo era excitación pura ante la inminencia del combate contra las fuerzas del mal. El problema fue que no sabíamos a quién atacar. Los bancos estaban operando según todas las disposiciones y vendían dólares como si fueran caramelos. La gente hacía cola mansamente, compraba verdes mansamente y se los llevaba mansa y alegremente. Cientos de arbolitos hacían su trabajo a la luz del día y ni la policía ni los inspectores los molestaban. Contra las cuevas no quería ir porque me habían avisado que algunas son de amigos. En fin, un desastre: éramos guerreros sin guerra. Para peor, los matones empezaron a insinuarme que ellos también querían hacerse de billetes. "Después vendemos en el paralelo, que sigue subiendo, y nos ayuda a llegar a fin de mes, jefe", llorisqueaban. Ahí caí en la cuenta de que para luchar contra la especulación había contratado a especuladores.
Desesperado, pedí instrucciones a uno de La Cámpora (bueno, caretea que es de La Cámpora, porque los vive bardeando) que maneja carteras de empresarios amigos. Amigos de la causa, digo. Me convocó a una oficina que le puso Lázaro en el microcentro. Liberé a mi pequeño ejército -a los dos minutos estaban haciendo cola en una casa de cambio, perro incluido- y fui a escucharlo. Me habló descarnadamente. No dejó títere con cabeza. A Capitanich le dedicó una broma cruel: "Muero por preguntarle qué le gustaría ser cuando sea grande". Y al que directamente trituró fue a Kicillof, del cual hasta hace unos meses me hablaba bien.
"Lo de Axel -empezó- es una verdadera antología del disparate. Dijo que se venden dólares para ayudar a los que menos tienen, y resulta que si no ganás más de 7500 pesos no te dejan comprar. Además, te piden que emitas cheques, es decir, que tengas una cuenta corriente, que estés en blanco y que lo hagas a través de un banco. ¿Qué idea tiene Kicillof de cómo viven los pobres? Usa reservas para parar el blue, pero el blue sigue subiendo y nos estamos fumando las reservas. Dice que la voracidad por el dólar se debe a una ?ansiedad cultural propia de la Argentina. Qué gracioso: la gente compra dólares por ansiedad cultural y no porque se quiere sacar los pesos de encima. ¿Y cómo calma Axel esa ansiedad? ¡Con más dólares! Para los borrachos, nada mejor que una copita. No sé si lo de Patilla [así lo llamó] es terapia financiera o antropología monetaria, o si la explicación es que es un Carlitos."
Aunque esta última alusión no me pareció feliz -uno tiene su orgullo-, seguí escuchando el desenfrenado monólogo. "Axel dijo que los precios no tienen que subir por la devaluación, y al día siguiente autorizó subas de 7,5%. ¿Y lo del ?ataque especulativo de Shell? ¡Lindo modelo que después de 10 años tiembla porque una empresa compra dólares! Puso el ejemplo del que gasta de más para comprar tomates más caros y provocar una corrida contra el tomate. De lo cual concluí que Axel está del tomate. Aranguren se lo explicó bien: si sube el dólar se encarece el petróleo, que es el principal insumo de Shell. Pésimo negocio. Otra: dijo que cuando se puso el cepo estuvo bien porque había una corrida contra el peso. Pero ahora que la corrida es más grande, lo saca. Después de haber devaluado 18,5% acusó a los que piden la devaluación de ser ?perversos enemigos del país que conspiran contra la distribución del ingreso. Será por eso que no habló de devaluación, sino de deslizamiento. El que se ha deslizado al ridículo es él, y nos está arrastrando a todos. A los que le pusieron un 10 por su tesis sobre Keynes habría que irlos a buscar con la policía. Pobre Cristina, quizá se equivocó de Kicillof: dicen que el inteligente es el hermano, Nicolás, experto en computación".
Mencionó a Cristina y me quedé pensando: además de pedirle a Fidel que le autografiara fotos, ¿habrá aprovechado la cosmovisión del gran líder, que, como había prometido en los 70, convirtió a Cuba en la primera potencia del mundo? ¿Se habrá hecho un ratito para que Maduro le explicara cómo se está manejando con el dólar? En fin, yo no sé con qué volvió del Caribe, y tampoco sé qué piensa hacer con Patilla. Temo lo peor: que un día me pidan que reagrupe mi tropa para ir contra él.