Gastar todos los pesos que se pueda en comprar gasoil antes de que aumente, perder el tiempo en una cola de banco para comprar algunos dólares, volver a escuchar palabras olvidadas como "el riesgo argentino", enfrentar condiciones comerciales usurarias si el pago no es al contado, inquietarse por el desabastecimiento de insumos, aceptar que los trabajos en el campo o en la empresa se realicen, pero con el precio a fijar para más adelante, enojarse porque las tasas de descuento de cheques a 120 días son de más del 40%, presenciar cómo los pesos son corridos de las listas de precios por los dólares, remiten a lugares y movimientos que ya se han vivido. Pero que vuelven como si las experiencias traumáticas pasadas no dejaran ningún aprendizaje. Otro déjà vu más. Ahora, la cuestión pasa por saber si la devaluación del 23% de enero termina dejando un beneficio neto a la producción agropecuaria después de que se acomoden los precios relativos de los granos, las producciones de carnes, la leche y las economías regionales. Se tendrá el cuadro completo luego de que aparezcan los precios de muchos insumos, como los combustibles, los salarios o los fletes, que permanecen por ahora con algún grado de hibernación. Según los especialistas, hay que esperar por lo menos dos semanas hasta que se logre una cierta quietud de las variables.
Pero por las subas de precios que experimentaron algunos insumos que están dolarizados, herbicidas como glifosato, 24 D, atrazina o insecticidas y fertilizantes, no se puede ser muy optimista. Por lo menos copiaron el 20% de incremento en pesos. Es evidente que después de tantos temblores y terremotos económicos quedó en los empresarios una memoria o reflejo inflacionario que se activa en momentos de incertidumbre como el actual. Hay que consignar además, como agravante de lo que sucedió por estos días, que todo el circuito comercial sufrió la retirada de los bancos, que buscan recomponer primero su liquidez.
Ahora bien, el problema reside en que aun quedando una devaluación competitiva, existe una expectativa muy pesimista entre los productores y empresarios que se consultaron para esta columna: no creen que se pueda sostener en el tiempo. Opinan que sin un plan antiinflacionario las ventajas cambiarias se perderán en unos meses. Y muy pocos son los que apuestan que un gobierno que ni siquiera pronuncia la palabra inflación quiera o pueda implementarlo. Existe un gran consenso de que si no se ataca la verdadera causa del desorden económico actual no habrá destino por más que se haya devaluado un 61,1% el dólar oficial en el último año. La devaluación de enero habrá actuado sólo como un combustible inflacionario que ubicará la escalada de precios en un nivel más alto.
Los déjà vu , la idea de volver a sufrir lo ya sufrido, fuerza a pensar que ya llegó la hora de admitir que en la Argentina hay una pasión que se viene practicando desde hace décadas, pero que se mantiene oculta: el juego de la suma cero. Consiste en gastar una enorme cantidad de actividad y energía para quedar casi siempre en el mismo lugar. En este sentido, las series largas de años medidas en décadas son inclementes con nuestros desempeños en la mayoría de las actividades. Por las marchas y contramarchas, por los repetidos stop and go , por las fiestas de consumo populistas y los posteriores ajustes, se avanza poco. Sobran los ejemplos: basta comparar los desempeños de nuestra ganadería vacuna o la producción lechera con nuestros vecinos de la región. Brasil pasó en términos absolutos de casi duplicar a triplicar los niveles de la Argentina en lechería: en 1999 las respectivas producciones eran de 19,66 y 10 millones de toneladas y en 2012 los valores fueron de 32,09 y 10,85 millones.
Quizás el mayor problema que trae jugar permanentemente al juego de suma cero sea que provoca trastornos en la atención. Nos vuelve distraídos. ¿Alguien todavía recuerda que hay una oportunidad de alimentar a una clase media mundial que en los próximos diez años crecerá en 1400 millones de personas?.