Es conocido que a partir de la implementación del "cepo" cambiario nuestra moneda viene sufriendo un constante proceso de desvalorización. Hasta el miércoles de la semana pasada, el tipo de cambio oficial había pasado de $ 4,25 a $ 6,75 (+60%) por dólar. Durante igual período, el dólar informal se incrementó de $ 4,45 a $ 11 (+150%). Se produjo simultáneamente una pérdida de reservas del orden de los US$ 22.000 millones. Este proceso se aceleró a partir del jueves 23, cuando las autoridades decidieron devaluar el cambio oficial un 18,5%, llevándolo a $ 8 por dólar. El mercado respondió con una nueva disparada del informal, que ayer cerró en $ 12,65.
A todo esto, la "megadevaluación" mencionada no logró detener la pérdida de reservas, las cuales continuaron cayendo a un ritmo promedio de US$ 150 millones diarios (ayer se aceleró a 250 millones). Claramente, esa medida no ha tenido éxito: sube el informal, continúa el drenaje de reservas y se producen aumentos de precios. Ante este escenario, declaraciones oficiales argumentaron que el proceso desatado a partir de la "megadevaluación" del 8,5% había sido generado por el mismo "ataque" que estaban sufriendo el resto de las monedas emergentes, poniendo como ejemplo las devaluaciones de la lira turca, la rupia india y el rublo ruso, entre otras. Dicho de otra manera, las causas del desbarajuste no habían sido las medidas tomadas internamente, sino que debían hallarse en el movimiento preexistente de fuga de capitales de los países emergentes.
No deja de ser cierto que la reducción por parte de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos ("tapering", en la jerga) de una inyección mensual de liquidez de US$ 85.000 millones a 65.000 millones ha afectado negativamente a los países emergentes. Con esa política comenzó un retiro de capitales de esos mercados hacia los más "seguros", debido al temor de una futura menor liquidez mundial (cuestionable) y a una segura suba de la tasa de interés de largo plazo de Estados Unidos. Obviamente, esta fuga de capitales ha llevado a procesos devaluatorios, pero cabe destacar que comenzaron en mayo pasado con el solo anuncio de una pronta reducción del "relajamiento monetario" por parte de la Fed y que, además, habían sido -hasta la semana pasada- suaves y graduales.
A partir de este escenario, ¿es posible compartir el argumento de nuestras autoridades, en el sentido de que la reciente y brusca devaluación ha sido causada por el impacto global del "tapering". Desde nuestro punto de vista, esa posición es errónea. El proceso de devaluación y pérdida de reservas local comenzó en septiembre de 2011, mucho antes de que el "tapering" comenzara a impactar sobre los emergentes.
Hasta la semana pasada, las pérdidas de valor de las monedas emergentes habían sido procesos suaves y graduales que no habían requerido medidas correctivas por parte de los respectivos bancos centrales. Sin embargo, a partir de la semana pasada, las devaluaciones de los emergentes perdieron su suavidad y gradualismo. A nuestro juicio, la principal causa de este cambio de tendencia fue el temor que engendraron las medidas argentinas respecto de una aceleración de la hasta por entonces manejable fuga de capitales. Esto es tan cierto que, por ejemplo, la lira turca en sólo 4 días se devaluó un 5%, obligando a sus autoridades monetarias a subir la tasa de referencia nada menos que de 4,5 a 10%.
El proceso de brusca devaluación del dólar oficial y la disparada del dólar blue sufrida por la economía argentina desde la semana pasada no sólo no ha sido provocado por el preexistente ataque -hasta ese momento suave y gradual- contra las monedas emergentes, sino que, por el contrario, la causalidad es a la inversa.
Esto es: nuestra "megadevaluación", generada por una evidente mala praxis, fue la que exacerbó el ataque a través de una suerte de "efecto contagio". La devaluación de la moneda tailandesa en 1997, y su derrame inmediato hacia los emergentes, es un buen ejemplo de lo anterior.