Por Jorge Velázquez
El ministro de Economía, Axel Kicillof, aseguró ayer que “habrá una regla explícita de acceso” a la compra de dólares para atesorar. Y atribuyó a la “mentalidad argentina” el afán que tiene la gente por ahorrar en la moneda estadounidense.
En base a este cóctel conceptual intentó justificar la repentina flexibilización del cepo cambiario. Y el giro que implica en el relato oficial autorizar lo mismo que hasta hace pocas semanas era demonizado por los funcionarios.
La primera parte de su razonamiento supone que quien tenga ingresos demostrables no debería sufrir inconvenientes para que la AFIP apruebe su solicitud. Hasta ahora era muy habitual escuchar a contribuyentes con trabajos en blanco y su situación impositiva en regla quejarse porque sus pedidos eran rechazados sin más explicación que la leyenda “su solicitud no es compatible con su capacidad contributiva”.
En estos casos, la regla implícita parecía estar asentada más en la arbitrariedad que en el análisis. Pero ahora el ministro aseguró que el sistema será “más transparente”.
Sin embargo, esta nueva promesa parece destinada a no alejarse demasiado de lo que vino pasando hasta ahora. La sospecha la generó Kicillof cuando planteó que la venta de dólares para ahorrar “tendrá un sesgo hacia los que menos tienen”. ¿Quiere decir que el sistema privilegiará a unos contribuyentes y castigará a otros? ¿No debería ser acorde al nivel de ingresos de cada uno?
Con un universo de ingresos donde la mitad de los que trabajan ganan menos de $ 4.000 mensuales, parece utópico suponer que los pobres van a salir masivamente a comprarle dólares al Gobierno. A menos que la intención real sea sólo aparentar que el cepo se flexibiliza y vender dólares en dosis homeopáticas sin jugar las reservas del Banco Central. Una especie de “Dólar para todos”, como pasó con otros planes similares, donde conseguir el objeto de deseo es imposible hasta para sus propios destinatarios.
Al fin de cuentas, el ministro reconoce que “en la mentalidad argentina está insertado el deseo de la tenencia de dólares”. Y admite que esa fiebre afecta a ricos y pobres. Pero la atribuye a factores casi innatos, sin tener en cuenta que detrás de la pérdida de confianza en la moneda local como reserva de valor estuvo siempre el fracaso de los planes económicos de turno. Inflación e incertidumbre política fueron un combo repetido a lo largo de la historia. Y el panorama actual no parece muy diferente.
Otra cosa que llama la atención es que Kicillof descubre ahora la mentalidad dolarizada de los argentinos, pero lo hace con una mirada selectiva. Es cuando niega que la suba del dólar pueda tener impacto en los precios. Hace consideraciones técnicas -costos desvinculados de la cotización del dólar, por ejemplo- que no toman en cuenta la influencia de aquel factor subjetivo a la hora de remarcar precios. A las grandes cadenas y empresas de primera línea tal vez pueda someterlas a un análisis de costos. Pero poco podrá hacer con los aumentos preventivos que aplica el comerciante chico. O aquel peluquero que desvelaba a Jorge Capitanich.