En su artículo “La economía argentina bajo los Kirchner: una historia de dos lustros”, Mario Damill y Roberto Frenkel, reconocidos macroeconomistas del CEDES, consideran que el virtuoso esquema de política macroeconómica vigente durante el quinquenio 2003-2007 ha llegado a una “completa disolución” y que esto constituye “la pérdida de una oportunidad extraordinaria de colocar la economía del país en un sendero sostenible de crecimiento inclusivo.
Efectivamente, el esquema daba lugar para mantener tasas altas de crecimiento del producto, del empleo y la productividad, compatibles con posiciones holgadas en el balance de pagos y en las cuentas fiscales. Esta configuración podría haber permitido el continuo aumento no inflacionario de los salarios reales que, conjugado con el incremento del empleo, tendería a reducir persistentemente la desigualdad en la distribución de los ingresos. El trabajo será un capítulo del libro La Década Kirchnerista, que publicará próximamente Editorial Sudamericana.
Para explicar el origen de esta frustración, los autores identifican dos períodos con rasgos muy distintos: un lustro inicial con un desempeño macroeconómico notable, cuyo cierre puede situarse en la intervención del INDEC a comienzos de 2007, seguido por otro que abarca el resto de la década. En este segundo período el desempeño macroeconómico desmejoró perceptiblemente.
Luego de la crisis de la convertibilidad, y antes del inicio de la gestión kirchnerista, la macroeconomía registró cambios drásticos entre los que destaca la devaluación que modificó los precios relativos recomponiendo la competitividad perdida con la convertibilidad.
La devaluación mejoró la rentabilidad de las firmas afectadas por el atraso cambiario y estimuló las exportaciones. Un dato decisivo es que la devaluación redujo un 40% el salario medio de la industria manufacturera en dólares y que, debido a la inflación, el salario real cayó un 14%.
Al poco tiempo, la actividad económica se recuperó, dando lugar a un crecimiento cercano al 9% anual en el período 2003-2007. Por su parte, la cuenta corriente y las cuentas fiscales pasaron de deficitarias a superavitarias y las reservas, la ocupación y el salario real crecieron.
El paso de la incertidumbre y vulnerabilidad post-crisis a la recuperación y su sostenimiento por varios años, fue posible por la estabilización cambiaria, monetaria y financiera alcanzada entre mediados de 2002 y mediados de 2003 y por sus efectos favorables sobre las expectativas.
La estabilidad cambiaria se logró con controles de cambios, restricciones al retiro de pesos de los bancos (pesos que podían convertirse en demanda de dólares) y aumentos en la tasa. En la mejora fiscal fue decisiva la suspensión de parte de los pagos de la deuda externa como consecuencia del default y, más adelante, del primer canje de deuda, realizado en 2005.
En términos generales, Damill y Frenkel sostienen que “el notable desempeño macroeconómico de 2005-2006 habla muy a favor del esquema macroeconómico establecido a la salida de la crisis, con eje en un tipo de cambio real competitivo y relativamente estable”.
Los autores no lo explicitan, pero cabe recordar que este proceso comenzó durante la presidencia de Eduardo Duhalde y la gestión del ministro Roberto Lavagna, que abarcó el período abril/2002-noviembre/ 2005.
Sin embargo, advierten, en el contexto de buena performance apareció el problema de una inflación creciente que desdibujaba el esquema montado y del cual “la gestión política debía tomar nota”.
Pero, en lugar de encarar “un programa de estabilización” que incluyera una reformulación de las política fiscal, monetaria y de ingresos, el Gobierno respondió al problema con controles de precios y la intervención del INDEC, al tiempo que mantuvo una política monetaria y fiscal expansiva y desaprovechó la oportunidad de formar, con las sólidas reservas existentes, un fondo anticíclico.
Como consecuencia de esto, la inflación aumentó, provocando una apreciación del tipo de cambio real (aumento de costos y salarios medidos en dólares) y la actividad económica, afectada también por la crisis externa, se redujo sustancialmente en promedio, con relación al primer período considerado. En este proceso, se deterioraron variables macroeconómicas como sector externo y reservas, inversión, balance fiscal y ocupación. A todo esto se agregan factores derivados de políticas equivocadas que provocaron la aparición del déficit energético y el deterioro de servicios públicos por déficit de inversión.
Damill y Frenkel subrayan en este punto lo que podría denominarse como la trampa del éxito político: el triunfo electoral de 2011 le dio al Gobierno “mucho poder para equivocarse”, lo que le permitió, en lugar de “reformular el esquema macroeconómico para corregir los problemas que se han señalado”, optar por una política defensiva basada en controles de precios y restricciones cambiarias, lo cual contribuyó al agravamiento de los desequilibrios.
Los autores concluyen que, para “salir del atolladero” es necesario una “relojería de consensos” para corregir distorsiones y evitar que las presiones acumuladas estallen en una erupción inflacionaria. Las proporciones reducidas de deuda pública y externa proveen condiciones favorables, pero, aun así, consideran que, en diciembre de 2013, cuando fue escrito el trabajo, la posibilidad de contar con una política adecuada parece lejana.